Si algo le faltaba a la campaña más accidentada en la historia de Brasil era la irrupción de Fernando Haddad. Hace pocas semanas no llegaba al 5% de intención de voto, pero a sólo 15 días de las elecciones ya está cómodo en segundo lugar, con 19%, y se perfila para enfrentar en el ballotage más polarizado del que se tenga registro a Jair Bolsonaro.
Haddad es el reemplazante de quien seguramente iba a salir primero el 7 de octubre, el ex presidente Lula da Silva. A pesar de que la legislación brasileña es clara en que no puede postularse a un cargo electivo ninguna persona que tenga una condena confirmada en segunda instancia, las divisiones al interior del PT demoraron hasta último momento la designación de un sucesor.
Aunque fue alcalde de San Pablo entre 2013 y 2017, y ministro de Educación entre 2005 y 2012, tiene un alto nivel de desconocimiento, especialmente en los estados pobres del nordeste. Eso no le impidió crecer rápidamente en los sondeos desde el 11 de septiembre, cuando el PT confirmó su candidatura, pero puede ser un escollo el día de los comicios. Si bien Lula es muy popular allí, el partido carece de estructura.
Haddad no tiene ningún liderazgo dentro del PT, por el hecho de que no pertenece a la formación histórica
"El PT tiene distintas corrientes y grupos. Si bien Lula es una figura muy fuerte, y es el líder de todo el partido, él también representa a una facción, que es mayoritaria, pero no hegemónica. El problema es que, aunque hay figuras locales importantes, ninguna es tan conocida a nivel nacional, y en Brasil la gente vota por afinidad personal más que partidaria. El PT empezó como una fuerza de los sindicatos y de la clase media movilizada, pero con Lula llegó a los pobres desmovilizados a través de programas sociales. Ellos lo reconocen a él como líder, pero no necesariamente al partido", dijo a Infobae el politólogo Hernán F. Gómez Bruera, investigador del Instituto Mora de México.
Si, a pesar de estas dificultades, Haddad lograra vencer a Bolsonaro en una hipotética segunda vuelta, se le abriría otro frente caliente: qué hacer con el viejo líder, que ni siquiera tendría cumplido el primero de los 12 años de prisión a los que fue condenado.
Un candidato inesperado para el PT
Desde el 24 de enero de 2018, cuando el Tribunal Regional Federal 4 ratificó la culpabilidad de Lula, su nombre empezó a sonar como uno de los posibles postulantes del PT ante la interdicción que, tarde o temprano, iba a dejar al ex mandatario fuera de competencia. Pero un par de años atrás era muy difícil imaginarlo representando al partido en las presidenciales.
Hijo de un matrimonio de clase media de origen libanés, Haddad nació el 25 de enero de 1963 en San Pablo. Gran parte de su vida transcurrió en los claustros universitarios. Cuando estudiaba abogacía se acercó a un marxismo muy influido por la Escuela de Frankfurt y crítico de la Unión Soviética.
En la Facultad de Derecho de la Universidad de San Pablo (USP) comenzó su militancia política, que lo llevó a ser presidente del centro de estudiantes en 1984. Pero nunca dejó de estudiar. Tras graduarse como abogado, realizó una maestría en economía y luego un doctorado en filosofía.
Tuvo un paso fugaz por el mundo de los negocios, como analista de inversiones del Unibanco, pero en 1997 ingresó al lugar que le daría mayor reconocimiento en los círculos académicos: una cátedra de teoría política en la USP. Cada vez más vinculado al ala intelectual del PT, accedió a su primer cargo público en 2001, cuando la alcaldesa Marta Suplicy lo convocó para que fuera jefe de Gabinete de la Secretaría de Finanzas de San Pablo.
En 2003, con el arribo de Lula al Palacio do Planalto, Haddad se incorporó al gobierno nacional, dentro del equipo de Guido Mantega en el Ministerio de Planeamiento. En 2005 dio el gran salto: fue designado ministro de Educación, puesto en el que permaneció hasta 2012. Su emblema fue el programa ProUni, que facilitó el acceso a las universidades a sectores de bajos recursos, a través de un ambicioso sistema de becas.
Hasta ese momento, su trayectoria política era eminentemente técnica. Pero en 2012 se lanzó a competir por su primer cargo electivo, la alcaldía de su ciudad, la más importante del país. A pesar de haber salido segundo en la primera vuelta, derrotó en el ballotage al experimentado José Serra, que venía de ser gobernador del Estado.
Haddad fue elegido por las mismas razones que Dilma: ambos son totalmente sumisos al líder indiscutido y marginales frente al núcleo central del PT
Su paso por la administración paulista fue traumático. A seis meses de asumir, dispuso un aumento de tarifas del transporte público que desató un explosivo movimiento de protesta. Los violentos episodios, que incluyeron la quema de autobuses, represión policial y cientos de heridos, dejaron muy debilitado a su gobierno.
Si bien su gestión realizó algunas mejoras a la infraestructura paulista, como la ampliación de la red de ciclovías y el diseño de un elogiado plan urbanístico, estuvo muy lejos de lo que esperaba el electorado del PT. De hecho, una de las cosas que más se le cuestionan a Haddad es su dificultad para interactuar con la comunidad, sobre todo con los más pobres. Casi lo opuesto a Lula.
"Pertenecen a dos universos completamente diferentes. Se encontraron en el mismo partido por el hecho de que, entre las bases del PT, además del sindicalismo alternativo de los 70, de guerrilleros reciclados que habían sido la oposición armada al régimen militar, y de comunidades eclesiásticas de base vinculadas a la teología de la liberación, había también una categoría de lo que yo llamo 'académicos gramscianos'. Es una fracción de izquierda que domina parte de las universidades de Brasil. Pero son académicos de clase media, que no poseen ninguna base social específica", explicó Paulo R. de Almeida, director del Instituto Brasileño de Relaciones Internacionales, consultado por Infobae.
El 2 de octubre de 2016, Haddad sufrió una derrota estrepitosa en su intento de reelección. Obtuvo apenas el 16% de los votos ante João Doria, del PSDB, que se convirtió en el primer candidato desde 1992 en llegar a la alcaldía de San Pablo sin necesidad de ir a una segunda vuelta.
Tranquilamente, su carrera en las grandes ligas de la política brasileña podría haber terminado en ese momento. Pero en estos dos años pasaron tantas cosas que está ahora a las puertas de una revancha que nunca imaginó.
"Haddad pertenecía a otra tendencia del partido, pero cuando empezó a involucrarse con Lula se incorporó a la suya. Se volvieron mucho más cercanos cuando él pasó a ser uno de sus abogados en Curitiba, lo cual lo aproximó a su manera de lidiar con la situación política. Entonces empezaron a escribir conjuntamente el proyecto de gobierno que va a presentar el PT. Ahora está en una fase de construcción de su liderazgo, que todavía no está muy claro cómo va a ser", dijo a Infobae Giordano Sousa de Almeida, experto en relaciones internacionales por la Universidad de Brasilia.
¿Hacia una disputa por el liderazgo?
La vieja guardia del PT no quería a Haddad como candidato. Lo prefería a Jaques Wagner, ex gobernador de Bahía, precisamente uno de los estados del nordeste en los que el académico tiene mayores dificultades para hacer pie. Con una historia común a la de Lula, y hasta cierto parecido físico, muchos lo veían como un sucesor natural.
"Haddad no tiene ningún liderazgo dentro del PT, por el hecho de que no pertenece a la formación histórica —dijo De Almeida—. Sólo ascendió por decisión de Lula, porque al ser universitario le podía dar una buena imagen al partido entre la clase media. Fue elegido por las mismas razones que Dilma Rousseff: ambos son totalmente sumisos al líder indiscutido y marginales frente al núcleo central del PT. Lula, como si fuera el tirano del partido, no admite competencias a su liderazgo, y prefiere rodearse de mediocres que lo obedecen ciegamente. Haddad tiene inmensas dificultades para establecer su autoridad".
La escasa ascendencia que tiene el candidato en su propio partido podría volverse un problema si llegara a la presidencia. Sobre todo, porque muchos dirigentes ven con desconfianza algunas de sus ideas.
"Su nombre no fue apoyado por todos, más allá del fuerte respaldo de Lula. No está claro con qué grupos del PT compondría su gabinete en caso de ser electo. Ya hizo referencias a la posibilidad de acercarse al PSDB y, mientras fue alcalde de San Paulo, tuvo una coexistencia armoniosa con Geraldo Alckmin, que era gobernador del estado (y ahora es candidato presidencial del PSDB)", sostuvo Miriam Gomes Saraiva, investigadora del Departamento de Relaciones Internacionales de la Universidad del Estado de Río de Janeiro, en diálogo con Infobae.
Sin embargo, otros analistas confían en la capacidad del partido para procesar esas tensiones y salir adelante de forma unificada. Es cierto que ha sabido convivir con ellas y que durante más de cinco años tuvo una dirección bicéfala, con Lula como máximo referente pero Dilma como presidenta.
"Las divisiones internas siempre fueron parte de la historia del PT. Es un partido formado por diversas corrientes, que son como micropartidos, que en muchos momentos tuvieron opiniones divergentes. La mayoría de las veces supo cómo lidiar con eso, e imagino que también sabrá cómo lograrlo en caso de que Haddad llegue a la presidencia", dijo a Infobae el politólogo Rafael Moreira, investigador de la USP.
Supongo que Haddad prestará atención a diferentes formas de sacar a Lula de la cárcel
Uno de los temas más sensibles es qué pasará con Lula si el PT vuelve al poder. Fernando Pimentel, gobernador de Minas Gerais, afirmó días atrás que estaba seguro de que Haddad le concedería un perdón ni bien asuma. Pero el candidato lo contradijo horas más tarde. "No habrá indulto", respondió tajante cuando le preguntaron en una conferencia de prensa. El argumento es que el ex presidente no lo quiere, porque prefiere "pelear por el reconocimiento del error de parte del Poder Judicial".
"Haddad dice eso, corriendo el riesgo de provocar a los viejos líderes del PT, para mostrarse independiente —dijo De Almeida—. Pero también para cumplir con la farsa que sostienen Lula y el partido, de que el proceso al que fue sometido es una persecución política de las elites, de la derecha reaccionaria. Indultarlo sería reconocer que fue condenado legítimamente por la Justicia".
La discusión va a quedar en suspenso por el momento, ya que lo único que importa es ganar las elecciones. Pero, si tienen éxito, tarde o temprano terminará instalándose como un debate fuerte. Si la Justicia no "reconoce su error" con Lula —para usar la terminología petista—, va a empezar a crecer la presión del lulismo duro para que el futuro presidente intervenga.
"Supongo que Haddad prestará atención a diferentes formas de sacar a Lula de la cárcel —dijo Gomes Saraiva—. Hay mecanismos menos directos, como incentivar a las cortes superiores a que revisen la condena. Estos tribunales están muy divididos políticamente y en la comprensión del Lava Jato. La presidencia del Supremo pasó este mes a Antonio Dias Toffoli, un ex abogado del PT, puesto allá por Lula. Tendrá el manejo de la agenda y de otros detalles. Pero, si nada de eso funciona, creo que Haddad puede indultar a Lula, aunque ya será en otro contexto".
En cualquier caso, el dilema sería mayúsculo. Si se abstuviera de liberarlo, podría sufrir un quiebre en su propio partido y perder parte de su base de sustentación. Pero, si lo indultara, sobrevendría una peligrosa reacción por parte de los sectores sociales que rechazan a Lula con más virulencia, donde están incluidas las Fuerzas Armadas. Implicaría destapar una olla con efectos imprevisibles.
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