Pese a la presión nacional e internacional, el régimen de Daniel Ortega aumentó su escalada de violencia en los últimos tres meses y medio de protestas en Nicaragua. Como saldo de la brutal represión contra la población civil, se registraron más de 350 asesinatos por parte de las fuerzas de seguridad y los grupos paramilitares sandinistas.
Sin embargo, en estos meses no se habló de cárceles clandestinas. El primero fue Marco Novoa, recientemente, en una entrevista a la cadena Telemundo.
(Telemundo)
El joven de 25 años, estudiante de la Universidad Americana (UAM), relató cómo fueron los ocho días que permaneció en cautiverio y dio detalles de las brutales torturas que recibió por parte de la policía.
"Me chucearon con electricidad. Me dieron en el estómago varias veces, me dieron en los testículos. Esas no son personas, son monstruos", declaró Novoa, desde Miami.
El joven había sido capturado cuando se trasladaba a casa de un amigo. Una vez en manos de los oficiales sandinistas, fue dirigido a las afueras de Managua, encapuchado. Allí, además de recibir todo tipo de torturas y vejaciones, lo amenazaron con quemarlo y matarlo.
Pero hubo un día en particular en el que Marco pensó que iba a morir. Fue cuando un policía llegó y dijo que quería jugar con el estudiante a la "ruleta rusa".
"El torturador llegó, y me dice, yo quiero jugar con vos, juguemos ya que estamos aburridos aquí, vamos a jugar a la ruleta rusa (…) Cada vez que le daba clic me asustaba, yo pensaba que iba a morir", recordó.
Mientras lo torturaban, lo obligaban a grabar videos para culpar a los estudiantes y a los diferentes sectores de la sociedad civil de la violencia que sufre el país.
Asimismo, Novoa manifestó que durante los largos ocho días de reclusión, los efectivos policiales le pedían información sobre los estudiantes que permanecían atrincherados en la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN-Managua) y de la Universidad Politécnica (UPOLI).
Finalmente, el 1 de junio Marco apareció. Tras lo sucedido decidió buscar refugio, junto a su familia, en Estados Unidos.
Pese a los temores y las posibles consecuencias que pueda sufrir al contar su historia públicamente, el joven aseguró que sentía la necesidad de ser la voz de otras personas que han pasado -o siguen pasando- esa situación.
"Yo ya no le temo a la muerte, me quitaron mi dignidad, mi humanidad, pero mi corazón está más fuerte que antes", concluyó.
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