"Vinimos buscando ayuda y terminamos en una prisión": desplazados por la erupción del volcán de Fuego denuncian tratos inhumanos

Infobae visitó uno de los albergues en San Juan de Alotenango donde se amontonan decenas de familias que denuncian que el gobierno acapara la ayuda para hacer proselitismo político

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Una madre y sus hojas
Una madre y sus hojas en el albergue de Escuintla, uno de los 21 refugios para los evacuados por la erupción del volcán de Fuego (Imer Lucero de Immagine Professionale)

(desde San Juan Alotenango, Guatemala) 

Con cada día que pasa, crece la tensión en los 21 albergues donde se encuentran hacinadas 4.471 personas que se vieron obligadas a evacuar sus hogares tras la erupción del volcán de Fuego hace exactamente una semana.

Hasta la fecha se contabilizan 110 muertos pero la cifra final podría ser mucho mayor ya que hay al menos 200 desaparecidos y el catastro no contaba con un registro preciso de cuántas aldeas y caseríos había en las inmediaciones del volcán ni de cuántos pobladores vivían allí.

En uno de los dos albergues ubicados en el municipio de San Juan Alotenango, Sacatepéquez, voluntarios de un municipio del altiplano que traen una donación de alimentos discuten con el personal de la Coordinadora Nacional para la Reducción de Desastres (Conred) que resguarda la entrada.

El personal de Conred afirma que deben llevar la donación a la municipalidad, que ahora funge como centro de acopio, aduciendo que las bolsas de víveres y ropa ya no caben en el albergue. Pero los donantes desconfían de las autoridades municipales y temen que los alimentos no le lleguen a los sobrevivientes del desastre.

César Franco, un agricultor de 39 años, lleva una semana en el albergue con su esposa y sus dos hijos, de 3 y 5 años. Asomándose a la puerta, se suma a la acalorada discusión.

"Todo está llegando al centro de acopio. Esa ayuda nunca nos va a llegar; la van a usar para la campaña política", asegura Franco.

Sus sospechas no son infundadas ya que las elecciones generales se realizarán a mediados del 2019 y la compra de votos mediante la entrega de víveres y otros insumos es una práctica común entre los candidatos locales.

Grupos de vecinos, iglesias, organizaciones gremiales y estudiantiles, y miles de guatemaltecos sin ningún tipo de afiliación, han donado víveres, ropa, medicinas y artículos de aseo para los damnificados, pero denuncian la politización de la ayuda por parte del gobierno de Jimmy Morales.

El pasado viernes, una fotografía publicada en redes sociales por la Secretaría de Obras Sociales de la Esposa del Presidente (Sosep) que mostraba a la Primera Dama, Patricia Marroquín de Morales, clasificando y embolsando insumos para los damnificados, desató una ola de indignación entre la opinión pública, ya que se criticaba el hecho de que donaciones realizadas por guatemaltecos de a pie fueran repartidas en bolsas con el logo del gobierno.

La respuesta gubernamental fue confusa y contradictoria. Marroquín de Morales dijo se trataba de una donación personal de fórmulas para bebés, leche en polvo y ropa interior para niños y adultos, mientras que la vocera de Sosep dijo que la Primera Dama no había donado insumos y simplemente había colaborado con la clasificación de los mismos.

Los señalamientos contra la administración del presidente Morales llegaron a su punto más álgido el sábado por la noche cuando se llevó a cabo una protesta nocturna de antorchas, frente al Palacio Nacional, en la Ciudad de Guatemala, para exigir su renuncia.

Alimentación no apta para menores

En el albergue de Alotenango, César Franco se queja de que la alimentación que reciben no es apta para niños. "Sólo están dando comida para gente grande: protemás (un suplemento a base de soya deshidratada), arroz y tamales fríos. Los niños no quieren comer porque no hay nada especial para ellos", afirma Franco.

Entre las cajas de donaciones que se encuentran apiladas en el centro de acopio, a unos 30 metros del albergue, hay una que contiene potitos para bebés que todavía no ha sido repartidos entre las familias que permanecen hacinadas en los albergues.

A las quejas por la calidad de la alimentación se suma el hecho de que duermen en el suelo, en colchones de espuma, y tienen que hacer largas filas para recibir raciones de comida y para usar los sanitarios y las duchas.

Al interior del albergue, Joseline Xeron mece a su hija de tres meses en sus brazos mientras espera para ser atendida por un médico. Asegura que su otra hija, de cinco años, está enferma porque la alimentación no es adecuada para menores y afirma que los evacuados se sienten como reos en vez de refugiados.

"Sólo nos dan una hora para salir, de 10 a 11 de la mañana. Si no estamos a esa hora, no nos dejan entrar. Vinimos buscando ayuda y llegamos a una cárcel", dice con amargura.

En el albergue del municipio de Santa Lucía Cotzumalguapa, el médico voluntario Otoniel Barrios Monroy denuncia que empleados municipales están embodegando las medicinas y están racionando su uso. Mediante un video difundido en redes sociales, aconseja a los donantes entregar los insumos directamente a los damnificados en vez de llevarlos a los centros de acopio.

En martes pasado, en uno de los pasos fronterizos entre Guatemala y El Salvador, a un camión con 15 toneladas de víveres y ropa donados por el vecino país, se le impidió la entrada a Guatemala por motivos burocráticos.

Niños: los más vulnerables

Entre los refugiados que se ven obligados a pernoctar en los albergues, los niños son los más vulnerables, ya que les cuesta procesar el trauma generado por la evacuación súbita y la perdida de su entorno habitual: su escuela y compañeros, su casa y sus rutinas.

Reina Lara, de 24 años, madre de una niña de cuatro años y un niño de cinco, describe el terror que sintieron sus hijos cuando se produjo la erupción y su aldea, El Porvenir, tuvo que ser evacuada. "Ellos lloraban y yo les decía que estuvieran tranquilos", narra la joven madre mientras lava a mano las prendas de sus hijos, en una pila comunal.

Reina Lara, de 24 años,
Reina Lara, de 24 años, cuenta de las condiciones en el albergue de Alotenango mientras lava prendas en la pila (Louisa Reynolds)

Los más afectados son los niños que han perdido familiares. "Estoy buscando a mi abuelita. ¿Usted no sabe dónde está?", pregunta un niño de unos 10 años en el albergue de Escuintla que se va corriendo antes de que pueda preguntarle su nombre.

Un grupo de voluntarios, vestidos de payasos, entretiene a los pequeños con chistes y juegos. Les han llevado un pinta caritas, crayones y hojas para colorear.

Dibujar ayuda a los niños a procesar el trauma. Algunos han dibujado lava y piedras, otros árboles muertos.

En el albergue de Alotenango, Joseline Pérez, una estudiante de 23 años, colabora como voluntaria y trata de amenizar las condiciones para los niños, ayudándoles a quebrar una piñata morada con forma de ave.

"Los niños sienten confusión porque ven llegar a tanta gente nueva, no pueden salir a la calle como antes y no saben dónde están sus abuelos y tíos, la escuela y sus animales. Cuando nos vamos vuelven a la realidad de estar durmiendo en un cuarto con muchas personas más", afirma Pérez.

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