El balneario uruguayo de Punta del Este es conocido por sus visitantes VIP y el glamour de sus veranos soleados, pero también alberga, en plena playa, un sitio arqueológico con rastros de indígenas que poblaban la zona antes de la llegada de los españoles.
El lugar está ubicado en la Playa Mansa, una de las más populares de Punta del Este, y exhibe evidencias de "distintas etapas del proceso de fabricación de instrumentos", cuenta la arqueóloga de la Universidad de la República Marcela Caporale, descalza sobre una de las cuadrículas de excavación.
En su mano derecha sostiene un trozo de cuarzo afilado, al que le fueron moldeadas las aristas con el fin de cortar. Es una de las tantas piezas que junto con morteros, boleadoras, pesos de red y un sinnúmero de lascas han ido encontrando en las últimas semanas cuando destaparon un sitio que permanecía escondido.
"Los restos óseos (de animales) nos dicen que hubo consumo o tratamiento" de alimentos en el lugar, afirma la científica mientras su colegas colocan delicadas marcas en cada uno de los puntos donde extraen evidencias de una cultura que aún deben estudiar.
El lugar atrae a algunos turistas que todavía deambulan por la playa luego de la temporada estival.
Caporale querría que el lugar, que quedó al descubierto luego de un temporal de viento y lluvia que empujó las olas hasta los médanos en 2016, fuera preservado como registro histórico para los visitantes.
Pero las posibilidades de que eso ocurra son pocas y sabe que corre contra el reloj, porque la municipalidad de Maldonado, que gestiona Punta del Este, realizará una mega obra de ingeniería en el lugar para evitar que el mar barra nuevamente las arenas que son, en definitiva, las que permiten la existencia de la playa.
Dudas y certezas
Los arqueólogos trabajan como detectives. Están seguros de que en el lugar "hubo fabricación de instrumentos. Las lascas y (objetos) pulidos" así lo demuestran, explica Caporale.
Pero aún deben determinar si los materiales que encuentran provienen del lugar o fueron traídos desde más lejos; si los primeros pobladores del territorio uruguayo actual, que quizás se instalaron en ese lugar temporalmente, guardan relación con otros grupos humanos ya estudiados; si se movían por la zona y qué relación tenían con el mar circundante.
El también arqueólogo Eduardo Keldjian tiene a su cargo el estudio de los fondos marinos cercanos, en un intento por determinar si pueden encontrarse evidencias complementarias bajo el mar que baña Punta del Este, el mismo que disfrutan miles de turistas durante el verano austral y que resulta un atractivo cultural y económico para Uruguay.
El trabajo de Keldjian tiene un desafío adicional: muchos coleccionistas han recolectado durante años restos en la zona, a veces por transformaciones urbanas que dejaron sitios arqueológicos expuestos, y ahora los científicos buscan "identificar el origen" de esos materiales.
De lo que aparezca bajo el mar y de lo hallado en las excavaciones en la arena, surgirán comparaciones claves y, en el mejor de los casos, se podrán relacionar los nuevos hallazgos con piezas pendientes de identificación.
"Aspiro a que (el trabajo) permita contextualizar otros datos, colecciones y restos humanos que hay y que hoy no tienen contexto (histórico, cultural o étnico) asociado", explica Caporale.
Antes de los charrúas
La principal hipótesis de los científicos es que los restos encontrados datan de 1.300 años.
Eso ubicaría a las poblaciones que hoy estudian en épocas anteriores a los charrúas, los rebeldes indígenas que dominaban el territorio al este del río Uruguay, brutalmente exterminados en el siglo XIX, y gracias a quienes se describe a la selección nacional de fútbol por su "garra charrúa".
El objetivo final del proyecto arqueológico: "Reconstruir modos de vida".
Luego de la primera etapa de excavación, los arqueólogos harán un modelo del lugar en tres dimensiones y análisis de laboratorio con los que buscarán determinar, por ejemplo, si era una zona de asentamiento o de paso.
En el lugar, las excavaciones avanzan lento, estrato por estrato. Cada capa relevada tiene cinco centímetros de espesor de una tierra arenosa que es removida con absoluta delicadeza para evitar el deterioro de cualquier elemento de valor científico.
Las lascas, que muestran que en esa zona terminaban de afilarse instrumentos, aparecen una tras otra y son cuidadosamente clasificadas. La tierra desgranada pasa por un cernidor que permite recuperar los elementos más pequeños.
Es un trabajo minucioso y detallado en lo que los arqueólogos consideran un "sitio taller" de indígenas aún desconocidos. Ese es el misterio último que esperan revelar.
Por Mauricio Rabuffetti y Laura Berdejo – AFP
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