Hace casi tres años, Andrey Assumpçao, 60 años, empresario de la construcción, pasó el mayor susto de su vida.
Assumpçao había acabado de compartir un almuerzo familiar en Ipanema. El empresario volvía para su casa en Barra de Tijuca a bordo de su auto, junto con su esposa y sus dos hijos, cuando una moto con dos delincuentes armados les cerró el paso. Uno de los bandidos se acercó al coche empuñando un revólver, abrió una de las puertas traseras y apoyó el arma en la cabeza de su hija de ocho años. Quería robar el reloj de lujo que Assumpçao llevaba ese día.
El violento asalto, a plena luz del día y en uno de los barrios más acomodados de la zona sur de Río de Janeiro, fue la gota que rebasó el vaso. La esposa del empresario ya había sido asaltada en cuatro oportunidades en el centro de Río de Janeiro, cuando volvía del trabajo hacia su casa.
"Ella tenía pavor de manejar, además llevaba a mis hijos a la escuela todos los días. Decidí comprar un auto blindado primero para ellos, para cuidar su seguridad y para que pudieran salir tranquilos a la calle, y después pude comprarme también el mío", contó a Infobae Assumpçao.
El caso del empresario ilustra un comportamiento cada vez más frecuente en Río de Janeiro. La creciente ola de criminalidad y violencia, que mantiene a muchos conductores en una sensación de inseguridad permanente, arrastró sólo el año pasado a que unos 2 mil cariocas blindaran su auto, según datos del ejército brasileño.
El blindaje de autos no es un fenómeno exclusivo de Río. Alcanza principalmente a las ciudades capitales de Brasil, siendo San Pablo el mercado más grande del país debido a su densidad poblacional y a la concentración de clase media grande y del grueso de la clase empresaria brasileña.
"Cuando comenzó el negocio de los blindados, a principios de los 90′, quienes tenían más miedo eran los que estaban arriba de un BMW o un Mercedes-Benz. Con el aumento de la violencia, la clase media también empezó a notar que precisaba de un auto blindado para poder salir de noche o para llevar a los niños a la escuela", explicó André Luis Mello, ex socio y uno de los fundadores de la Asociación Brasileña de Blindaje (Abrablin).
Blindar el auto, sin embargo, sigue siendo una opción que no está al alcance de cualquiera. Según el modelo del vehículo y el nivel de protección del blindado -de qué tipo de proyectiles protege-, el precio puede oscilar entre los US$ 17 mil y los US$ 30 mil.
Más allá de la inversión inicial, un auto blindado incrementa considerablemente de peso -hasta en 200 kilos más- lo que acarrea un mayor consumo de combustible y el acortamiento de la vida útil de varias de sus piezas.
"La violencia urbana en Brasil está muy concentrada, sobre todo en Río por su disposición geográfica. En cualquier semáforo te pueden querer robar un celular, la cartera o el reloj, y el blindaje consigue evitar ese tipo de ataques", agregó Mello.
Para tener una dimensión del alcance que cobró el blindaje en los últimos años, Brasil se convirtió en el país con la mayor flota de autos blindados del mundo. Ya circulan por las calles brasileñas cerca de 200 mil vehículos con seguridad reforzada, una marca por encima de los Estados Unidos y México.
El crecimiento de la actividad está en sintonía con las estadísticas del delito. De acuerdo con el Instituto de Seguridad Pública de Río, en 2017 los casos de muertes violentas crecieron un 7,5% respecto al 2017, con 6731 homicidios, en lo que fue el mayor incremento desde 2009. Y en cuanto a los vehículos, se registraron más de 70 mil robos -a razón de ocho autos por hora-, la peor estadística desde 2003.
"El mercado estuvo en ascenso permanente en los últimos años, sólo hubo una caída cuando el gobierno lanzó el proyecto de las UPP (Unidades de Policía Pacificadora) en las favelas -noviembre de 2008- y se creó una sensación de seguridad transitoria hasta que rápidamente fracasó el proyecto", afirmó Renato Reis, CEO de Solution Place, unas de las principales blindadoras de Río.
En Brasil, las empresas que prestan el servicio de blindaje deben estar certificadas por el ejército. Y el control se extiende a los propietario de los vehículos, que cuando deciden reforzar la protección, deben presentar un certificado de antecedentes penales expedido por el ejército.
El nivel más alto de blindaje disponible en el mercado es el III A, que protege de disparos de armas cortas y subfusiles. El más alto es el IV que protege de fusiles y granadas pero sólo está disponible para vehículos militares.
Entre los usuarios de blindados no sólo aparecen casos de personas que sufrieron asaltos o vivieron episodios traumáticos en primera persona. Muchos llegan por recomendaciones o porque el delito castigó a sus conocidos.
Plinio Calenzo, 45 años, decidió blindar su auto en enero del año pasado, luego de que el auto de una amiga de la familia fuera baleado en una tentativa de asalto y después del asesinato de una médica, conocida de su familia, en un robo que se concretó.
"Éramos uno de los pocos dentro de nuestro grupo de amigos que no tenía el auto blindado. Mi auto no es de lujo, no había ningún riesgo adicional por el tipo de vehículo, sin embargo, lo hice porque con mi familia estábamos asustados, volvíamos del trabajo y no salíamos más de casa", cuenta Calenzo.
Otro de los motivos que lleva a muchos conductores a blindar su vehículo son las balas perdidas, un flagelo que azota a Río desde hace tiempo, pero que en los últimos años se agravó.
En las favelas de Río de Janeiro y sus inmediaciones, los tiroteos entre bandidos fuertemente armados y la policía son tan imprevisibles como recurrentes. Sólo en enero de este año se registró el récord de 688 tiroteos (22 por día) en la ciudad, de acuerdo con Fogo Cruzado, una aplicación colaborativa que mapea en tiempo real los enfrentamientos armados en Río.
La sensación de manejar un blindado en Brasil, según relatan usuarios, es la de estar en una "burbuja" de la que no se quiere salir más. "Con mi familia pudimos volver a salir de noche, a frecuentar restaurantes, cines y visitar amigos. Es muy difícil dar un paso atrás y salir de esa seguridad", concluyó Calenzo.
Fotos: Olavo Xavier
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