Por qué los presidentes peruanos viven en la inestabilidad... y terminan mal

Bastó una denuncia que lo vinculara con el escándalo Odebrecht para que Pedro Pablo Kuczynski presente su renuncia antes de ser destituido por el Congreso, tras el intento fallido de diciembre. Lejos de ser aislado, su caso vuelve a mostrar la debilidad extrema de todos los mandatarios de Perú tras la caída de Alberto Fujimori

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Los presidentes Alejandro Toledo, Alan
Los presidentes Alejandro Toledo, Alan García (arriba, de izquierda a derecha), Ollanta Humala y Pedro Pablo Kuczynski (abajo)

(Nota actualizada el 22 de marzo de 2018)

Perú sabe lo que es un presidente todopoderoso. Dos años después de haber asumido la presidencia, Alberto Fujimori realizó un autogolpe en 1992. Disolvió el Parlamento, domeñó al Poder Judicial y empezó a perseguir a los opositores más acérrimos. Contrariamente a lo que se podía esperar, el dictador cosechó un gran apoyo popular, que le permitió ser reelecto dos veces más, en 1995 y 2000.

Sin embargo, pocos meses después de haber asumido su tercer mandato, escapó del país envuelto en escándalos de corrupción e investigado por violar los derechos humanos. Días después, el Congreso lo destituyó por incapacidad moral. En 2005 fue arrestado en Chile y, en 2007, extraditado a Perú, donde estuvo preso hasta fines del año pasado.

Casi como si se tratara de una reacción ante semejante abuso de poder, todos los presidentes que vinieron después fueron de una debilidad extrema. Atravesaron sus mandatos sometidos a una permanente inestabilidad, se mostraron incapaces de hacer reformas relevantes y se fueron siendo muy impopulares.

"La caída de Fujimori y el descubrimiento de su vasta red de corrupción generó una sensación de decepción en la clase política que aún se siente, y que se ha agudizado recientemente por el caso Lava Jato", explicó Julio Carrión, profesor de ciencia política en la Universidad de Delaware, consultado por Infobae.

La fugaz presidencia de Pedro Pablo Kuczynski (PPK) consolidó la tendencia. Asumió en julio de 2016, tras ganar el ballotage por un puñado de votos, impulsado por el rechazo que genera en gran parte de la sociedad Keiko Fujimori, hija del dictador. En absoluta minoría parlamentaria, y con vínculos muy tenues con el electorado, se derrumbó ante el primer golpe que recibió.

En diciembre pasado se conoció la denuncia que lo vinculaba con el caso Odebrecht y, dos semanas después, el fujimorismo inició un proceso para destituirlo por la vía parlamentaria. Se salvó a último momento, otorgándole a Fujimori un indulto que escandalizó a sus votantes. Pero le sirvió de poco. Luego de que se difundiera una cámara oculta en la que se ven los intentos de comprar a algunos congresistas para que no lo destituyan, el Parlamento iba a concretar este jueves su apartamiento. Para evitarlo, presentó la renuncia el miércoles por la noche.

El ex presidente peruano Alejandro
El ex presidente peruano Alejandro Toledo (Getty Images)

La debilidad como regla

Tras el interinato de ocho meses de Valentín Paniagua, Alejandro Toledo asumió la presidencia en julio de 2001. Con su partido, Perú Posible, había sido el principal líder opositor al régimen. Su llegada al poder despertó mucho entusiasmo porque fue el primer mandatario de origen indígena en ser elegido democráticamente.

No obstante, a seis meses de haber asumido, su gobierno ya alcanzaba un 58% de desaprobación, según encuestas de la consultora Datum. La mayor parte de su mandato osciló entre un 80 y un 90 por ciento. Pero lo peor le ocurrió después de haber dejado la presidencia. A principios de 2017, la Justicia lo acusó de tráfico de influencias y lavado de activos por haber recibido un soborno de 20 millones de dólares de Odebrecht. Actualmente está prófugo, en Estados Unidos.

Su sucesor fue Alan García, que ya había sido presidente entre 1985 y 1990. Al ser el líder del Partido Aprista, que fuera durante mucho tiempo el más importante del país, se esperaba que tuviera un margen de maniobra suficiente como para tomar medidas de peso y dejar una marca. Pero no pudo. Al cabo de un año, el rechazo a su gestión ya superaba la aceptación, y si bien no llegó a los niveles astronómicos de Toledo, se mantuvo casi siempre por encima del 60 por ciento.

En 2011 asumió Ollanta Humala, que probablemente sea el presidente que más expectativa generó al arribar a la Casa de Pizarro. En los años anteriores había logrado cosechar un apoyo importante entre las sectores populares, aunque su cercanía con Hugo Chávez despertaba mucha preocupación en parte de la sociedad peruana. En cualquier caso, se esperaba que su presidencia marque un antes y un después.

Humala fue el mandatario que más tiempo logró mantener altos niveles de popularidad. Entre 2011 y 2013 estuvo casi siempre por encima del 50%, con picos de 60 por ciento. Pero a medida que se hacía evidente que no iba a poder cumplir las promesas que había realizado, empezó a crecer la desaprobación hacia su gobierno, que terminó rozando el 80 por ciento. El 14 de julio pasado, un año después de haber dejado el poder, Humala y su esposa, Nadine Heredia, fueron arrestados. Se los acusa de haber recibido aportes ilegales de campaña de Odebrecht por 3 millones de dólares.

Alan García
Alan García

"Hay una ausencia de partidos que sostengan a los gobiernos. Humala comenzó con 47 diputados, igual que Toledo. Pero ambos terminaron con menos de 30. Hay un fenómeno que hace que se retire el soporte de los presidentes en el Congreso. Hay una ausencia de coaliciones de largo plazo. García es el único que logró mantener sus apoyos, pero es un caso", dijo a Infobae Milagros Campos, profesora de ciencia política en la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP).

Sin fuerzas políticas consolidadas es muy difícil gobernar, porque no hay nada que contenga las ambiciones personales de corto plazo de los dirigentes. Los presidentes se ven obligados a buscar demasiados apoyos para cada iniciativa que quieren impulsar, y eso genera un desgaste muy difícil de soportar. Este problema, que ya es un rasgo de la política peruana, lo padeció PPK más que cualquier otro.

Kuczynski, el más débil de todos

Su partido, que tiene tan poca historia que lleva sus iniciales (PPK, Peruanos Por el Kambio), salió segundo con apenas 21% en las elecciones de 2016, casi 20 puntos por debajo de Keiko, jefa de Fuerza Popular. Pero la amenaza de que se restableciera un gobierno autoritario le permitió imponerse en la segunda vuelta por unas centésimas.

Ese triunfo totalmente inesperado, tras haber obtenido un caudal de votos muy reducido en la primera ronda electoral, condenó a PPK a gobernar con el Congreso en contra. Por eso no sorprende que, tras el fin de la luna de miel que tuvo en los primeros seis meses de gestión, con una popularidad cercana al 60%, empezara a experimentar serios problemas de gobernabilidad. Desde principios de 2017 el descontento se generalizó, alcanzando al 75% de la población en septiembre. Una brisa era suficiente para hacerlo tambalear.

"La oposición fujimorista ha estado en una constante confrontación desde que se inició su gobierno. Se han vacado o visto en la necesidad de renunciar cinco ministros, y ante cualquier situación coyuntural se solicitaba la presencia de algún funcionario para que dé explicaciones. La idea de la concertación o diálogo entre los poderes no se ha dado, y Kuczynski se dio cuenta muy tarde", dijo a Infobae el sociólogo Edwin Félix Cohaila Ramos, profesor de la PUCP.

Ollanta Humala
Ollanta Humala

Todo ocurrió increíblemente rápido. El desencadenante fue, otra vez, una confesión de Odebrecht en el marco del Lava Jato en Brasil. El pasado 14 de diciembre se conoció que la constructora afirmó haber realizado siete pagos por un total de 782.207 dólares a la empresa Westfield Capital, de la que Kuczynski figura como propietario. Las transacciones se realizaron cuando era ministro de Economía de Toledo. En su defensa, el renunciante presidente negó haber estado a cargo de la gestión de la empresa en ese momento.

Sin que se llegue a abrir una investigación, la oposición fujimorista que tiene la mayoría en el Congreso resolvió iniciar un proceso exprés para destituirlo por incapacidad moral. Su destino parecía decidido, pero a último momento un grupo de legisladores comandados por Kenji Fujimori, hermano de Keiko, cambiaron de opinión y PPK se salvó.

Tres meses más tarde, y a pesar de los intentos de Kenji por sostener en el cargo al mandatario que había liberado a su padre, Keiko decidió hacer un nuevo intento de destitución. Ya sin el apoyo de la oposición antifujimorista, que no iba a mover un dedo para rescatarlo tres el indulto, PPK sabía que su derrota era segura. Por eso presentó la renuncia, que será aceptada por el Congreso antes de que concluya la semana.

"Lo que se hace notar es la rapidez con la que, habiendo aparecido esta noticia, se pasó a una incapacidad por vacancia en lugar de investigar, como ocurrió con el impeachment contra Dilma Rousseff en Brasil. La inestabilidad y el cuestionamiento que se dan cuando hay un presidente débil y un Congreso con una mayoría opositora generan un contexto político muy desfavorable", afirmó Campos.

El problema de una democracia sin partidos

"Lo que encontramos es una falta de partidos políticos estructurados, tal vez con excepción de los fujimoristas —dijo Carrión—. Se ha tendido a confiar mucho en los tecnócratas para la gestión del Estado, y ello crea una sensación de aislamiento entre los gobernantes y la población".

Los partidos son los organizadores de la política en las democracias representantivas. Sin ellos, los votantes se ven obligados a elegir a personalidades que prometen cosas sin saber si van a conseguir el apoyo suficiente para llevarlas a cabo. Eso explica la sucesión de decepciones que viene sufriendo la sociedad peruana, que cree cada vez menos en sus dirigentes.

"Se ha estado discutiendo hace unos meses el tema de la ley de partidos, pero se dejo allí —contó Cohaila Ramos—. Sin una norma en la que se reflejen claramente ciertos procedimientos en la elección de candidatos, reglas y sanciones, va ser difíicil lograr partidos políticos fuertes".

El renunciante presidente de Perú,
El renunciante presidente de Perú, Pedro Pablo Kuczynski (Reuters)

El gran problema es que son muchos los ejemplos históricos que demuestran la escasa efectividad de las leyes para crear instituciones. Éstas se van consolidando con el tiempo, a través del trabajo sostenido por más de una generación.

"La única solución de corto plazo que veo es que los esfuerzos de crear partidos relativamente modernos y consolidados continúen. Soy un poco pesimista, porque eso no se puede hacer de la noche a la mañana, como si uno los sacara de un sombrero. Algunos intentos están en camino, pero creo que necesitan algún tiempo adicional para madurar", concluyó Carrión.

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