Historiador y sociólogo, Haroldo Dilla Alfonso vive en Chile y usa pasaporte dominicano. Pero en la primera década de los 90 fue parte de un proceso de debate, en el tiempo de crisis y transición en su país tras el derrumbe del sistema soviético en el cual orbitaba Cuba. Como otros, también Dilla Alfonso se ilusionó con que la apertura había llegado para quedarse. Hoy llama a esa etapa como de "tolerancia por omisión de políticas". En esos años se creó el Centro de Estudios sobre América (CEA), donde él y otros intelectuales reflexionaron sobre las reformas necesarias. Dilla Alfonso investigó el funcionamiento de los municipios y la participación popular.
Pero en 1996, el CEA fue clausurado, tildado de "agente del imperialismo", y sus miembros, enjuiciados, Haroldo Dilla Alfonso entre ellos. La cosa no terminó del todo mal. "Fue la primera vez en que un colectivo intelectual resistía una presión de esa naturaleza sin pedir disculpas", recuerda. No hubo una de esas autocríticas públicas características de los autoritarismos de cuño marxista. "Yo era miembro del Partido Comunista, no pertenecía a un grupo opositor, pero ya en 1999 entré en una crisis política absoluta; fui expulsado del partido por traición a la patria. También me pusieron un impedimento de salida del país. Pero hubo mucha presión internacional y al fin cedieron y en el 2000 me trasladé a República Dominicana donde viví algunos años y donde me nacionalicé".
Actualmente Dilla Alfonso es investigador en el Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad Arturo Prat en Santiago de Chile. De paso por Buenos Aires -fue invitado por el CADAL (Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina) para dar un conferencia sobre "Los campos políticos en Cuba: opositores, reformistas y continuistas"-, dialogó con Infobae acerca del funcionamiento municipal, el sistema electoral, la realidad actual de la isla y, a 50 años de la muerte del Che, qué queda del guevarismo en Cuba.
— Las elecciones municipales cubanas se postergaron por razones climáticas. ¿Existe una práctica de participación de la gente a ese nivel como para que en algún momento surja y se fortalezca una sociedad civil, una cultura democrática?
— Entre 1988 y 1990 hicimos una investigación sobre un segmento del sistema político, eligiendo cuatro municipios, uno en la capital, y tres en el interior. Claro que era un momento diferente, en el cual todavía funcionaba el sistema económico soviético…
Una característica de estos regímenes es el énfasis en la participación por encima de la representación
— Pero a lo largo de estos años de régimen castrista, ¿ha existido participación de la gente en el municipio o este es sólo una delegación del poder central?
— Una característica de estos regímenes siempre es el énfasis en la participación por encima de la representación. Todo dirigente izquierdista enfatiza este aspecto. Yo lo veo positivo, interesante. Lo malo es cuando tú destruyes la representación y no generas verdadera participación. Pero ese ya es un desarrollo posterior del asunto. En el caso cubano, los municipios estaban llamados a producir esa participación a nivel comunitario al igual que otras organizaciones, como el Comité de Defensa de la Revolución, por ejemplo.
— ¿Cómo funcionó en la práctica?
— Un primer problema es que la participación, cuando no hay autonomía social, se convierte en involucramiento y en actividades de apoyo. No había autonomía social, no había una sociedad civil como tal desde la cual la gente pudiera plantear sus demandas, expresar sus ideas, debatir libremente, eso no existía. En el caso de los municipios, había un conjunto de mecanismos que de alguna manera planteaban esta participación. Uno, las elecciones, por supuesto. En el caso municipal, son elecciones con al menos más de un candidato -son las únicas elecciones que realmente hay en el país-, con nominaciones en las que puede haber interferencias del Partido Comunista o de otros elementos políticos del sistema, como por ejemplo ahora porque la oposición quiere postular. Pero por lo general no intervienen, porque es un tipo de selección inocua políticamente. Otro mecanismo son las asambleas comunitarias en las que la gente expresa un conjunto de demandas al municipio y éste está obligado a dar respuesta. Indiscutiblemente, esta fórmula tiene un atractivo. Si se analiza el sistema municipal latinoamericano, se ve que eso falta en muchos lugares. O sea, la idea de que la gente pueda ir a un lugar a quejarse de las políticas en curso en el plano local y reciba respuesta es positiva. En Cuba, al no haber organizaciones sociales autónomas, la gente iba a título puramente individual y a plantear problemas estrictamente locales, lo que se conoce como "los planteamientos". Las demandas eran del tipo: no pasa el camión de basura, hay un salidero de agua en una esquina… Entonces, se resolvían o aliviaban un conjunto de demandas básicas de la población pero en ningún momento había un contenido político explícito en esto. En síntesis, pienso que es una buena cosa; el problema está en el sistema en el cual se incrusta este mecanismo, que lo limita.
Que la gente pueda ir a un lugar a quejarse de las políticas en curso en el plano local y reciba respuesta es positiva
— Usted rescata elementos positivos en estos mecanismos de reclamo…
— Sí, imaginemos que, en América Latina, un dirigente, un funcionario tuviera que responder, decir "mira, el camión de la basura no pasa porque no hay gasolina o va a pasar cada dos días", eso no es tontería, es importante, solamente que eso no califica al sistema de democracia. Ni siquiera puedes calificar de manera orgullosa al sistema municipal cubano de democrático porque es un sistema municipal con pocos recursos, no descentralizado, poco autónomo. Todavía los municipios son parcelas del plan nacional, no espacios propios de gestión.
— ¿El riesgo en las próximas elecciones municipales es que haya más control que en ocasiones anteriores en la selección de los candidatos por temor a que se infiltren opositores?
— En términos estrictamente legales no debiera haber problemas para que un opositor fuera elegido. Diría incluso en términos políticos. Si el gobierno cubano fuera un mínimo más flexible de lo que es, le convendría que algún opositor fuera elegido, sobre todo porque van a integrar unas asambleas municipales cuyos temas de discusión tienen que ver con la vida de la gente, y eso es importante pero no son temas políticos de altura. Nunca se va a discutir cómo se distribuyen una serie de recursos en unos municipios que tienen a su vez poca autonomía.
Si un candidato opositor compite, el gobierno lo presenta como contrarrevolucionario, antinacional, lacayo del imperialismo…
— ¿Es muy centralizado el sistema?
— El sistema cubano es poco descentralizado. Es otro problema. Hay una escasez crónica de recursos, que limita la capacidad de las autoridades locales para tomar decisiones fundamentales. El problema de las elecciones es simbólico: la clase política cubana es muy celosa en ese aspecto. ¿Qué se juega? El actual proyecto de un grupo más moderado de la oposición, el proyecto "Todo 18", que intenta lo que ya se había intentado antes: que sea elegida gente de la oposición para cargos en asambleas municipales. Lo que ha hecho el gobierno es dejar que corran, pero cuando hacen las biografías, que es el documento que informa a la gente quién es el candidato, le ponen atrocidades: contrarrevolucionario, antinacional, lacayo del imperialismo…
El día que un opositor sea elegido delegado municipal tendrá gran valor simbólico pero no efecto político
— ¿Tiene efecto esa propaganda? ¿La gente lee "contrarrevolucionario" y le resulta algo negativo?
— El voto es secreto. Pero hay también un mecanismo de presión más allá de la propaganda negativa de las biografías: se recurre a los militantes del partido, estos recurren a los papás, a las mamás, a los hijos… hay todo un trabajo. Y comunalmente la oposición, aun cuando uno de sus representantes pueda ser reconocido como figura aceptable en una comunidad específica, no es percibida como factor político. Que sea elegido o no ese individuo no es parte de un dilema político para la población. Ante la presión, mucha gente siente que un menor costo no votar por él. Pero, repito, el día que uno de ellos sea elegido eso tendrá un gran valor simbólico, aunque no un efecto político fundamental. Por eso el filtro está muy establecido.
— ¿Vota la gente en Cuba?
— Sí, la gente va y vota, no es que no vota, para la gente es más fácil votar. Hay centros de votación casi en cada cuadra, o sea, el tipo sale a la calle y vota, a menos que no quiera hacerlo por un motivo político.
— ¿Pero hay una forma de control?
— Sí, claro, te mandan a casa unos niños que te convencen… y si estás enfermo te mandan la urna a la casa. No es que te vayan a meter preso pero vas a tener problemas políticos. Quedas marcado. Entonces la gente vota, porque el costo de no hacerlo es muy alto.
Cuba es un sistema verticalista, donde la capacidad para vincularse horizontalmente es severamente limitada y penada
— Ahora, con la escasa apertura económica verificada hasta hoy, ¿puede tener autonomía política gente que depende del Estado para todo?
— No, además existe un sistema de verticalismo y fragmentación social. Cuba es un país en el cual la capacidad, incluso como organización, para vincularte horizontalmente con otro es severamente limitada y es penada. Digamos que tú perteneces, por ejemplo, al núcleo del Partido Comunista que funciona en tu lugar de trabajo. Tu, como núcleo, jamás te relacionas con el núcleo del Partido que está en la empresa de al lado; sólo te relacionas con el nivel superior que es el municipio. Los municipios a su vez no se vinculan entre ellos sino con la provincia y la provincia con la nación. Tú te realizas en la medida en que te relacionas verticalmente y eso atomiza la sociedad. Es un punto clave para el poder en Cuba: una sociedad muy atomizada y muy controlada verticalmente.
— ¿También existe un control de la movilidad interna? ¿Uno puede mudarse libremente de una ciudad a otra?
— No, la ley lo prohíbe. Para tú moverte por Cuba requieres un permiso, como si fueras un migrante. Por supuesto, es difícil de controlar de manera fehaciente, pero se aplica y por momentos se producen deportaciones. Si tienes un problema legal, te mandan para tu provincia de origen. Pero hay muchos orientales cubanos que viven en La Habana en condiciones precarias, sin derechos. Por ejemplo, sólo pueden ir a la escuela hasta la secundaria básica, porque es obligatoria, pero no más allá. Pueden ir a los centros de salud pública, pero no tienen derecho a la libreta de abastecimiento si no viven en la ciudad que les corresponde.
— ¿Qué implicancias tendrá el retiro de Raúl Castro de la Presidencia del Consejo de Estado?
— No creo que cambie algo. Cuba es un sistema de una élite cerrada. No hay gente que diga algo diferente, todos dicen lo mismo. Puede ser que Miguel Díaz-Canel, sucesor nominado, efectivamente se convierta en el próximo presidente del Consejo de Estado. Pero quedan dos dilemas: uno es en qué medida una persona como Díaz-Canel puede jugar un rol de control de un factor de poder real como los militares -eso sí lo hace Raúl Castro, no puede hacerlo Díaz Canel- y el otro es ver si Raúl se retira como Secretario del Partido, que es la función fundamental.
— Un recambio muy relativo entonces…
— Sí, pero tú sabes bien que esta gente tiene ochenta y pico de años, nadie garantiza que Raúl Castro siga vivo para el próximo Congreso del Partido en 2020. O (José Ramón) Machado Ventura, que es todavía más funesto que Raúl y un año más viejo que él. Es poco probable que lleguen. Eso puede producir relevos insospechados. Lo importante es que el retiro paulatino de esta gente y en particular de Raúl Castro, la figura señera del llamado liderazgo histórico, pueda abrir espacio a una mayor diversidad dentro de la élite. Eso es un factor clave en Cuba. Mientras la élite permanezca unida monolíticamente, como lo ha hecho hasta el momento, incluso después del retiro de Fidel, la posibilidad de cambios es mucho más limitada. Porque con toda franqueza yo opino que el motor de cambio fundamental viene de la propia elite, en la que dos hay sectores diferentes, el tecnocrático militar, más abierto a políticas de mercado, y el rentista burocrático, más atrasado, atrincherado en el Partido Comunista. Ambos están de acuerdo en el rechazo a todo cambio político. Pero no respecto a qué hacer que la economía funcione y la sociedad se desarrolle. Y ahí puede estar la novedad. Por ejemplo, está claro que ambos, tanto los burócratas rentistas como los militares, están interesados en un manejo utilitario de la migración, que es un factor clave de la sociedad.
Con toda franqueza, opino que el motor de cambio fundamental vendrá de la propia elite
— ¿Se refiere a la diáspora cubana?
— Sí, los migrantes cubanos. Lo que no queda claro es hasta dónde pueden considerar los tecnócratas militares que ese uso debe ir acompañado de una serie de derechos para esa migración, como el derecho de inversión, por ejemplo.
— ¿En qué sentido se los usa? ¿Por las remesas?
— Claro, pero hay otras formas. La migración es usada políticamente desde el año 59. Los sectores más de derecha, los más radicales contra el gobierno cubano, son señalados como las bestias pardas, antinacionales, apátridas, etcétera, y esa gente tiene un rol importantísimo en la cuestión pública en Cuba. Sobre todo esto apunta a desconocer que una gran mayoría de la migración no tiene nada que ver con eso ya, en lo absoluto. Pero justamente se mantiene el foco en esa gente para omitir al resto. Ahí hay un uso político. Luego está el económico. En Cuba se usa el más básico que es la remesa: 3 mil millones de dólares. Es mucho dinero en una economía como la cubana, sobre todo porque garantiza el consumo familiar. Pero la pregunta es: ¿puede hacerse un uso más intensivo de las remesas? Por ejemplo, favorecer que haya inversión por parte de los migrantes, en la pequeña y mediana industria. Ahora, para hacer eso tienes que reconocer un conjunto de derechos a esos migrantes. América Latina acumula una cantidad de experiencias muy interesantes con respecto a cómo atraer la inversión del migrante; Cuba no, en Cuba eso está prohibido, no hay inversión de migrantes. Ocurre, pero tras bambalinas.
— A través de los parientes por ejemplo…
— Claro, lo otro es cómo usa el país los recursos del migrante. Si alguna ventaja tiene una migración, y más la cubana que ha sido una migración de alta calidad, es que tú has logrado colocar en gente en áreas de la economía y la tecnología que son de punta a nivel mundial. ¿Cómo aprovechar eso? Cómo incorporar a esa gente que ha estado trabajando en el Banco Mundial, en el BID, en el FMI, en compañías crediticias de alto nivel, en empresas técnicas, en universidades de primer rango; cómo atraerlos y colocarlos en funciones de desarrollo.
Si ya tuve que vivir la construcción del socialismo en Cuba, vivir la del capitalismo ahora sería terrible (risas)
— ¿Cuál es la vía para hacerlo? ¿La repatriación?
— No, no únicamente. Podemos pensar que ese migrante nunca más va a vivir en Cuba. Yo vivo en Chile, si ya tuve que vivir la construcción del socialismo, vivir la del capitalismo ahora sería terrible… (Risas).
— ¿Y entonces cómo?
— Cursos en universidades, asesorías. Los hindúes tienen lo que se llama el banco de cerebros, una política para colocar connacionales en diferentes lugares y luego traerlos para que brinden su aporte. Y la gente lo hace por razones patrióticas. Mira, el mejor experto latinoamericano en seguridad social es un cubano, Carmelo Mesa-Lago. Tiene ochenta y pico de años, es un tipo tranquilo, nada radical políticamente. Va a Chile a cada rato, asesora y no cobra. Él quiere ayudar. Quisiera hacerlo en Cuba, estaría loco por hacerlo en Cuba, lo haría gratis. Pero los que sacan beneficio de Mesa-Lago son los chilenos, no los cubanos, porque el gobierno lo considera un apátrida…
— ¿Podría decirse que el principal bloqueo de Cuba es interno, de su propia élite?
— Sí, con una política de control absoluto, el problema está ahí. (Louis) Althusser decía que todo sistema tiene muchas determinaciones posibles, económica, política, pero siempre hay una que sobredetermina, en Cuba es la política. Al ser la política, todo tiene que ver con el problema del control político. Por supuesto cuando tú metes en Cuba a ochenta cubanos de alto nivel dando clases en la Universidad o asesorando, eso cambia el discurso porque el tipo va a decir cosas que el cubano normalmente no va a decir y que la élite política considera un reto.
— La crisis de Venezuela para Cuba puede ser…
— Un cisne negro.
— Sí. Porque el régimen ha conseguido siempre quien lo subsidie, le venda petróleo barato, etcétera. ¿Puede venir otro "período especial"? ¿Hasta cuándo puede Cuba vivir en un congelamiento económico? ¿Hará eso que la gente se rebele?
— Pregunta muy interesante, pero ahí hay controles políticos muy duros, eso es indiscutible. Hay mecanismos ideológicos muy fuertes.
— Debe ser por eso que no hay apertura económica; una clave del control político es que no existe un sector privado económico, porque si la gente pudiera subsistir al margen del Estado…
— …habría autonomía, claro. De hecho, si se compara lo que sucede hoy en Cuba con lo que sucedía hace 20 años cuando yo me fui, hoy Cuba es un país más libre, no por voluntad de su clase política sino por la entrada de otros mecanismos de asignación de recursos, como el mercado. Y yo soy de izquierda, no soy un apologista del mercado, pero el mercado te abre una serie de pasos autónomos que desafían la política. Aparecen productores o negociantes independientes o redes independientes de subsistencia y hasta cosas inusuales como que el 1º de mayo alguien enarbole una bandera americana. Eso antes no pasaba. La sociedad comienza a producir una serie de fenómenos que escapan al control político. Pero son anómicos porque no hay un sistema de inserción de esas reacciones. Gramsci decía que las sociedades cuando entran en crisis orgánicas donde lo nuevo no nace y lo viejo no muere entonces se producen las situaciones más morbosas y más inauditas. Cuba produce hoy esa morbosidad.
De la gente que estaba en la oposición cubana en los 90 hoy queda posiblemente un 10 o un 20 por ciento; se fueron todos
— ¿Por qué no hay un cuestionamiento abierto al régimen?
— Un factor a tomar en cuenta es la migración. O sea, la posibilidad de migrar e insertarse en algún lugar, y sobre todo en ese polo tan dinámico que es la economía del sur de la Florida, ha sido un factor desmovilizador clave. De la gente que estaba en la oposición cubana en los 90 hoy queda posiblemente un 10 o un 20 por ciento; se fueron todos. Y las remesas, en un sistema deficiente pero en el que todavía existen algunos subsidios, de luz eléctrica se paga muy poco, vivienda no se paga, no hay espacio de consumo considerable, la gente se inserta y adopta la posición de vivir cómoda, como dice el cubano, "sin lucha". El que recibe 100 dólares cada mes, cinco veces más que un salario medio, puede consumir lo necesario para vivir "sin lucha", sin mayores preocupaciones. Es una existencia mediocre, pero así viven.
— ¿El posible nuevo deterioro de la relación bilateral con Estados Unidos preocupa al régimen o le conviene?
— Desde el punto de vista político le conviene. Le viene muy bien Donald Trump. Pero lo que más les convendría es que Trump mantuviera su retórica agresiva y quitara el embargo. Sería el mejor mundo posible. Porque son dos lógicas diferentes: la retórica alimenta la política polarizada dentro de Cuba, justifica la represión. Quitar el embargo favorecería el acceso de los productos cubanos al mercado americano y de los capitales americanos a Cuba. Entonces que se quite el embargo sí interesa. Ahora, Cuba ha tenido una suerte inmensa, siempre ha habido alguien que pague por ella. Nos pasamos cuatro siglos subsidiados por México, cuando la colonia. Después, unos 30 años subsidiados por los soviéticos. Ahora, llevamos unos 15 subsidiados por los venezolanos. Cuando escucho a los cubanos tan orgullosos y tan egocéntricos pienso que no se dan cuenta que siempre hemos estado subsidiados.
— Se cumple el 50º aniversario de la muerte del Che. ¿Qué imagen queda de él entre los cubanos?
— Hay un sector que es muy guevarista en Cuba, un sector más duro.
El rasgo esencial de la sociedad cubana es la despolitización
— ¿Qué vendría a ser el guevarismo en Cuba?
— Se relaciona mucho con una perspectiva moral. El Che era un asceta, aparte de todos sus otros rasgos. El Che se creía lo que estaba diciendo. Su famoso artículo "El hombre y el socialismo en Cuba", él se lo creía todo. Hay un sector muy guevarista en Cuba y no necesariamente oficialista. Hay gente muy crítica de lo que está pasando en Cuba pero desde una perspectiva guevarista, anti mercado. Pero eso a nivel de los intelectuales, la mayor parte de la población está despolitizada… quizás haya en muchos un recuerdo romántico del Che, su figura ha sido ensalzada, los niños desde pequeñitos dicen "Seré como el Che". Pero el rasgo esencial de la sociedad cubana es la despolitización, y eso abarca al Che Guevara. Yo respeto la figura del Che Guevara, aunque tiene que haber sido insoportable (risas). Por otra parte, el punto débil del Che es que era parte de un debate donde la democracia no era un valor.
— Era una época en la que la democracia no era un valor…
— Exacto. En "El hombre y el socialismo en Cuba", su gran testamento político, remite la realización del hombre comunista, del hombre nuevo, a la no relación con el mercado al tiempo que justifica un orden autoritario.
— ¿Tiene esperanzas de que las cosas mejoren en Cuba?
— Sí, aunque hay un pesimismo total de la gente, lo que se llama el daño antropológico, creo que la sociedad cubana se va a recomponer. La historia de la humanidad es una historia de recomposición; mayor trauma que el de los alemanes después de la Segunda Guerra Mundial y sin embargo esa sociedad se recompuso, en 5 años estaba otra vez de pie. Pero hay una parte de la sociedad cubana que ya no se va a recomponer; son los sectores que están hoy en la miseria, desde el punto de vista material y también moral, gente que vive en condiciones infrahumanas. Esa gente va a "sobrar" en el nuevo capitalismo cubano. Son gente para los programas de lucha contra la pobreza. Pero yo creo que Cuba se va a recomponer. Sí, lo creo.