El régimen de Ortega. ¿Una nueva dictadura familiar en el continente? Así se titula el libro que Edmundo Jarquín está presentando en distintos países de América Latina. Lo primero que hizo en esta entrevista con Infobae fue responder categóricamente la pregunta que se hace la obra, de la que es coordinador y coautor: "El régimen de Daniel Ortega es una dictadura", aseguró.
Jarquín tiene una larga historia en la política nicaragüense. Empezó siendo parte de la Revolución Sandinista que terminó en 1979 con el gobierno de facto de Anastasio Somoza Debayle, último representante de la brutal dinastía somocista, que controló al país desde 1934. Ortega, que era el líder del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), asumió formalmente la presidencia en 1985.
Durante su gestión, que se extendió hasta 1990, cuando fue derrotado por Violeta Barrios de Chamorro, Jarquín ocupó cargos en los ministerios de Relaciones Exteriores, Planificación y Cooperación externa, fue embajador en México y en España, y diputado. Pero en los 90 se alejó del FSLN, advirtiendo que estaba tomando un rumbo equivocado. En 1995 fue uno de los fundadores del Movimiento Renovador Sandinista por el que fue candidato a presidente en las elecciones de 2006, en las que Ortega volvió al poder tras 16 años. En 2011 volvió a enfrentarlo, esta vez como aspirante a la vicepresidencia por la Alianza PLI, que aglutinaba al grueso de la oposición. También fue derrotado.
Desde ese momento, el orteguismo emprendió una peligrosa escalada autoritaria. En 2014 sancionó una reforma constitucional que estableció la reelección indefinida. Y a mediados de 2016 dio el zarpazo definitivo: destituyó a 28 diputados de la coalición opositora y le quitó la personería al PLI, impidiéndole participar de las elecciones del próximo 6 de noviembre. Como corolario, eligió a su esposa, Rosario Murillo, como candidata a vicepresidente.
Este proceso fue el que llevó a Jarquín a escribir el libro que ahora está presentando. De eso habló en los estudios de Infobae TV.
—Recientemente dijo que el régimen de Daniel Ortega era perfectamente comparable al de Somoza, la terrible dictadura que tuvo Nicaragua durante tantos años, a la que Ortega había combatido. ¿En qué sentido propone la comparación?
—Bueno, para todos los efectos yo considero que el régimen de Ortega es una dictadura. No una dictadura militar, en el sentido de que no proviene de un golpe de Estado, ni lo es tampoco en el sentido de que esté utilizando al Ejército como la base fundamental de su sustentación en el poder. Pero para todos los otros efectos es una dictadura. Tiene un monopolio privado del uso de la violencia, con la tolerancia, indiferencia y cada vez mayor complicidad de la Policía en el uso de la fuerza de choque para aplastar cualquier manifestación de protesta o de demanda de los ciudadanos. Tiene absolutamente restringida la libertad de expresión, sin haber sacado una ley que lo visibilice, pero sí comprando los medios de comunicación. Tiene un control absoluto del Consejo Electoral, de la Corte Suprema de Justicia, de los órganos de supervisión y control. Y en un rasgo que lo diferencia de los otros países del así llamado socialismo del siglo XXI, en Nicaragua no se cuentan bien los votos. Incluso no permitirá que ningún partido de oposición participe de las próximas elecciones que, se supone, serán el 6 de noviembre.
—El Gobierno dice que hay otros partidos, que no son el FSLN, y que van a participar de las elecciones. ¿Usted sostiene que éstos no son partidos opositores?
—Efectivamente no lo son. En Nicaragua ya se ha configurado un régimen de partido único semejante a los que existieron en el bloque soviético. Bulgaria, Rumania, Checoslovaquia, e incluso Corea del Norte actualmente, tenían varios partidos, pero todos absolutamente subordinados, satélites del hegemónico, que era el comunista. Ya lo advirtió con gran pena, dolor y sentido evangélico la Conferencia Episcopal de Nicaragua, a raíz de la decisión en junio pasado de cancelar la personería jurídica a través de la cual la oposición iba a participar de las elecciones.
—En su momento, la oposición al chavismo en Venezuela había optado por una estrategia de abstención, criticando las reglas torcidas en favor del oficialismo. Es cierto que los partidos opositores fueron inhabilitados en Nicaragua, cosa que no había ocurrido en Venezuela, pero también están invitando al electorado a abstenerse. ¿No hay un riesgo que con esta estrategia se pueda terminar favoreciendo al Gobierno de Ortega?
—En el caso de Nicaragua no es que hemos optado por la abstención, sino que se nos ha impedido participar de las próximas elecciones. En este libro intento hacer un análisis comparativo de los cuatro representantes del socialismo del siglo XXI, Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua. Uno de los rasgos fundamentales es que en Venezuela, Ecuador y Bolivia, hasta ahora, los votos se han contado bien. El 6 de diciembre pasado, Nicolás Maduro aceptó una aplastante derrota en las elecciones legislativas. Rafael Correa reconoció también haber perdido Quito, Guayaquil, Cuenca y otras ciudades importantes. Y recientemente Bolivia se sometió a un referéndum para autorizar una nueva candidatura del presidente Evo Morales, y él aceptó la derrota. No es ése el caso en Nicaragua. Los votos no se cuentan bien. En las elecciones municipales de 2008, el Centro Carter dijo que hubo un fraude comprobado. En 2011, los observadores de la Unión Europea concluyeron que los resultados eran imposibles de verificar.
—M&R Consultores hizo una encuesta hace unas semanas sobre los candidatos habilitados a participar en los comicios, y arrojaba un 65% de intención de voto para Ortega. ¿Cómo explica este número?
—Si Ortega fuese tan popular, ¿por qué impide que la oposición participe, o por qué en las elecciones anteriores los votos no se han contado bien? Independientemente de eso, el proyecto LAPOP de opinión pública en América Latina, que organiza la Universidad de Vanderbilt, en Tennessee, Estados Unidos, llegó a la conclusión de que en Nicaragua era imposible hacer encuestas políticas, porque la población tenía temor.
—La Cámara de Representantes de Estados Unidos aprobó en septiembre la Nica Act, un proyecto que propone vetar préstamos en beneficio de Nicaragua en organismos internacionales, con la intención de ejercer presión contra el gobierno. ¿Cree que puede servir este tipo de iniciativas? Desde el oficialismo lo van a utilizar para decir que Estados Unidos está interviniendo en el país y que los opositores son "lacayos del imperio".
—Siendo el más eficientemente autoritario de todos estos gobiernos autoritarios en América Latina, Ortega había tenido la capacidad de pasar agachado, desapercibido, porque el radar internacional no estaba sobre Nicaragua. Pero con las últimas decisiones que adoptó, empezó a haber preocupación por lo que está ocurriendo en Nicaragua. La Cámara de Representantes adoptó por unanimidad la Nica Act, que tendrá que ir al Senado. Esto es absolutamente responsabilidad de Ortega por las medidas represivas que ha adoptado.
—Viendo retrospectivamente lo ocurrido, ¿se plantea si fue un error haber acompañado al proyecto sandinista y a Ortega?
—Se ha revelado que Ortega forma parte del mismo espacio cultural que Somoza: caudillesco, autoritario y corrupto. Yo no considero que haya sido un error haber formado parte del gobierno sandinista. Lo que ocurre es que el frente que encarnó ideales, sueños, pero a su vez conflictividad y una cierta desilusión posterior, formó parte de esos movimientos de transformación que se dieron en América Latina. Pero ya no es lo que fue, un proyecto político ideológico de izquierda. Hoy Ortega es un proyecto del poder por el poder, del poder por el dinero, y del dinero por el poder.
—¿Qué responsabilidad les cabe a los opositores en que Ortega haya podido concentrar tanto poder desde 2006?
—Creo que tenemos la responsabilidad de no haber sido lo suficientemente enérgicos al principio, de no darnos cuenta de que Ortega era un proyecto dictatorial. Ahora estamos remando contra la corriente. Sin embargo, ya no están las condiciones que permitieron su consolidación en el poder, en particular la gigantesca cooperación petrolera venezolana, que ha representado el 7% del PIB en Nicaragua. En la medida en que Venezuela ha entrado en crisis y los precios del petróleo han colapsado, ese margen de maniobra que tenía se ha venido estrechando. En la misma medida, se han venido ensanchando las posibilidades de la oposición. De tal manera que nosotros creemos que bajo el peso de la loza autoritaria de Ortega se está incubando el que Nicaragua pueda retomar el proceso de construcción democrática.
La entrevista completa: