En los edificios y plazas de la ciudad de Buenos Aires existen un centenar de relojes. En algunos, como una paradoja, el tiempo se detuvo para siempre. Otros se recuperan poco a poco y vuelven a contar el paso de la vida. Un grupo de personas hace una recorrida todos los días en cada posta, bombeando de a poco los mecanismos antiguos y dormidos, haciendo transitar el tiempo girando agujas que la mayoría nunca ve. Son relojeros, pero no de cualquier clase, son relojeros de torres monumentales.
Uno de los trabajadores del tiempo (o de los relojes) es Javier Terenti. Técnico en electrónica. Todos los días por la mañana llega a la estación de Retiro y cruza la plaza San Martín. Su itinerario empieza por el reloj más importante de todos, el que está en la torre que existe desde 1916.
El reloj fue una donación de la comunidad británica, como reza en su entrada: “Los residentes británicos al gran pueblo argentino salud. 25 de mayo de 1910″. Para el centenario de la Revolución de Mayo se había colocado la piedra fundamental. Cuando comenzó a funcionar, a su alrededor solo había campo, el río que le da la espalda a lo lejos y el sonido de sus campanas que despertaba por las noches a los pocos habitantes cercanos.
Se trata de la Torre Monumental, nombre que se le puso a partir de 1984 aunque es más conocida como la Torre de los Ingleses. En lo alto de la estructura de 60 metros, justo debajo de las campanas que suenan todos los días, existe mecanismo de relojería ubicado a mayor altura de la ciudad. Y Javier es el encargado de “darle cuerda”, aunque hoy no sea el término exacto.
“A veces digo que la torre me eligió a mí, no yo a la torre. Quizás alguna de esas veces me habrá visto y dijo que venga él para acá, así que lo estamos cuidando.” Cuenta Javier mientras cruza el enrejado que protege el edificio que abre todos los días para que los turistas lo conozcan.
Javier conoce ese reloj desde niño: siempre recuerda el banco en el que se sentaba a esperar el tren en la plaza San Martín. En ese pedazo de cemento colocado en orden junto a los demás miraba hacia arriba, hacia la punta de la torre que parecía caérsele encima y que un día iba a convertirse en su lugar de trabajo.
La hora es una parte esencial de nuestras vidas, hoy las vemos en nuestros celulares bajando la cabeza, pero años atrás había que hacer todo lo contrario, mirar hacia el cielo y encontrar estas torres gigantes que marcaban el tiempo. Es por esto que Javier cuenta con pasión su trabajo, mantener con vida lo que alguna vez fue tan indispensable. Recorre la torre hasta lo más alto y va respondiendo nuestras preguntas, que van desde su propia vida hasta anécdotas con turistas, suicidas que se lanzaron de la punta del edificio y confusiones con la hora.
—¿Hace cuánto trabajas acá?
—Desde el 2007 estoy en el Gobierno de la ciudad y en nuestro talleres. Además de este reloj arreglo otros tantos relojes mecánicos y solares como los Seijo que están en toda la ciudad.
—¿Siempre te dedicaste a los relojes?
-Me hice relojero con el antiguo técnico que tenía la torre, yo soy técnico en electrónica y el oficio lo aprendí acá y con estos relojes.
—¿Y qué descubriste de los relojes?
—Siempre arreglé máquinas, desarmo cualquier cosa, pero desde que conocí los relojes le vi la importancia de un oficio que se está perdiendo. Es algo que uno lo tiene, lo estas viendo pero no le da la importancia, por ahí la gente de antes le da toda la importancia que tiene como patrimonio histórico. Antes acá no había nada, existía solo la torre. Antes la gente solo se guiaba por la hora de estos relojes.
—¿Lo conoces de memoria a éste?
—Hace años que estoy con él y le conozco todas las mañas.
—Hablas del reloj como una persona
— Claro, en si yo pienso que es el corazón de la torre. La vida de la torre del reloj es la máquina. Cuando uno ve una torre que tiene un reloj y está parado, para mí es una torre muerta.
—¿Si este es el corazón de la torre vos que serías?
Yo sería la sangre que lo ayuda a impulsar y estamos dándole la energía y estar el tiempo acá, darle cuerda, lubricar. Hace más de 100 años que está funcionando continuamente y hay que ayudarlo a que se mantenga así. Es parte de nuestra ciudad.
—¿Cómo llegaste a trabajar como relojero?
— Llegue por mi oficio de técnico, trabajé en empresas privadas y en la ciudad entre como técnico para reparar los relojes comunes, y ahí adentro estaban los relojes mecánicos donde aprendí el oficio. Siempre digo que desde chico y de grande caminaba por la plaza San Martín y veía el reloj. A veces digo que la torre me eligió a mí, no yo a la torre. Quizás alguna de esas veces me habrá visto y dijo que venga él para acá, así que lo estamos cuidando.
—¿Cómo fue el aprendizaje de este oficio?
— Cómo todo oficio tiene sus mañas y el antiguo relojero me enseñó todo, muchas veces se guardan secretos pero Carlos Caserta, el antiguo relojero y que era parte, un gran amigo me enseñó todos los secretos. Después uno va aprendiendo todos los días porque este es un estilo de máquina, pero tengo más de 10 máquinas diferentes de distintos funcionamientos y tamaños. Todo es mecánica y uno va aprendiendo en el camino. Este es especial, es el más grande, es como tener la figurita número uno. Es un honor tenerlo acá y funcionando. Podría estar muerto, porque no quieren arreglarlo o pasa algo y estos edificios muchas veces quedan parados. Este, dentro de todo, es uno de lo que sigue en funcionamiento desde hace mucho tiempo.
—¿Cómo es tu día de trabajo?
—Salgo a las 3 de la mañana de casa, entro a Capital a las 6 y ahí empieza la rutina de recorrer toda la ciudad. Tenemos otros edificios como por ejemplo el edificio de la ex diario La Prensa, otro como el Bolívar 1 que era antes la jefatura de gobierno porteña. Todos edificios con torres. También dentro de los edificios públicos hay relojes ficheros o relojes a péndulo. El Ecoparque tiene un reloj de época a cuerda. Un día le damos cuerda a unos relojes, otro día a otros. Pero este es el primero. Este tiene que funcionar siempre porque está a la vista de todos.
—¿Cuáles son las tareas dentro del reloj?
—La lubricación, la puesta a punto sí está un minuto corrido, todo tiene que ver el tiempo. Si hay mucha tormenta o viento el reloj se frena, las palomas se meten.
—¿Si ves que está lloviendo y estás en tu casa pensás en el reloj?
—Pasa muchas veces y en cada temporal puede ser que se detenga. Ese péndulo, imaginate, está oscilando y cualquier viento que entra lo frena. Si se detiene el péndulo se detiene el reloj.
—¿Alguna vez pasó que llegaste y el mecanismo estaba detenido?
—Ah, sí… Pero ahora tengo como controlar el tiempo. Hoy en día no se mira el reloj, pero en su momento se paraba y la gente paraba también su tiempo, no sabían la hora. Hace poco pasó que estábamos reparando el reloj y eran justo las 11. Nosotros, cada vez que lo reparamos, lo ponemos a las 12 para que se sepa que está en reparación. Abajo, una señora y su hijo discutían si eran las 11 o las 12. El chico sabía porque tenía la hora en su celular, pero la señora miraba el reloj. Así que tenemos también la posibilidad de detener el tiempo.
—¿Alguien en tu familia se dedicó a esto o sos el primero?
—Encontré mi vocación acá. Por ahora nadie en mi familia es relojero, empecé yo el oficio. Pero, por ahí mi hijo termina reparando relojes, quién sabe.
—¿Te gustaría seguir mucho tiempo más con esta labor?
—Sí, y también reanimar otras torres. para que estén en funcionamiento. Uno no presta atención, pero si mira hay demasiados relojes que uno no ve, pero están ahí.
—¿Cuánto tiempo estás acá arriba?
—Ahora que lo reparamos estuvimos casi toda la semana. A veces nos tomamos un día para seguir con otros relojes, porque tampoco podemos dejarlos clavados.
Javier recorre orgulloso todas las instalaciones de la torre, mostrando lo que es original, lo que se reparó, lo que se reemplazó. Conoce cada parte del mecanismo de memoria, lo desarmó y armó muchas veces. Unos metros más arriba se encuentran las campanas originales, que tienen más de 100 años y a través de un sistema de carrillón suenan cada 15 minutos. Cuando pasa una hora completa se desprende una melodía más compleja, una marca clara de Inglaterra: la misma música que suena en su propia torre icónica, la melodía del Big Ben.
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