Liliana Santander es tímida pero la elegancia de la ópera flota a su alrededor. Se mueve con delicadeza al subirse al escenario, camina en tacos, vestido negro y una remera de encaje rojo. En la oscuridad de la sala vacía del teatro la espera un piano de cola y dos compañeros de estudio. La próxima sesión es privada, calienta la garganta antes de empezar la entrevista con algunas armonías que sabe de memoria. Suelta palabras cantadas en francés y alemán. Se equivoca en un final y ríe. Vuelve a intentarlo pero está tentada. Se miran cómplices con los otros dos. Se divierten.
Su atracción por la música empezó a los 11 años, cuando una compañera de primaria le dijo que existía una escuela en la ciudad donde podría satisfacer sus necesidades artísticas. En ese momento se llamaba INSA, hoy es el Instituto Universitario Patagónico de Artes. A los 13 años eligió como primer instrumento el piano, luego se volcó de lleno con la voz y en el año 2020 logró postularse para la beca Mozarteum de la escuela del teatro Colón.
— ¿En tu familia había músicos o estudiantes de música?
— A mi papá le gustaba la música clásica y creo que un poco por él busqué meterme por ese lado.
— Uno imaginaría que a una chica de 12 años le entusiasma la música pop o algo más de moda. A vos no te tentó eso
— No, en ese entonces no me llamaba la atención ese tipo de música.
—¿Recordás la primera vez que cantaste?
— En una audición, ponerme frente al público sí lo recuerdo. En realidad yo entré al canto lírico con una idea errónea, creía que era esa voz super gorda, viste esas sopranos que… entonces yo como en un principio intentaba imitar ese tipo de voz entonces medio que me salía y yo la canchereaba.
— ¿Cómo siguió eso a convertirse en tu profesión y tu estudio?
— A partir del canto pude entenderme un poco mejor a mí, a aprender a darme mis tiempos. Trabajar la voz no es tan fácil como parece, influye el día a día, las situaciones, lo que te pasa porque es un instrumento que está adentro. No es como el piano que yo me siento ahí enfrente y va a estar disponible para que lo toque. Con la voz siento que es diferente porque me ha pasado de tener un mal día, después quiero cantar y está todo cerrado, tensionado. Por ese lado me atrapo esto de estudiar la voz, en sí, la técnica tratar de encontrar la comodidad a través de eso. Por ejemplo si tuve un mal día se como anteponerme a esa situación como si no pasara nada, creo que eso un poco también me llamo la atención desde un principio para poder estar estudiando hasta ahora.
— ¿Cómo fueron los primeros pasos?
— Yo empecé estudiando con un profesor y al año siguiente, al segundo año de canto, me cambié con una profe que es la que tengo ahora, Ana Belanko y ella tiene esa cosa de transmitirte mucho. El tema de querer buscar por tu propia cuenta, porque por ahí me pasa que digo más adelante me fijo de estudiar algo. Y ella me transmitió desde un principio todo lo contrario, porque es mi proceso de aprendizaje y gracias a ella también entendí eso, que tengo que mandarme, meterme y ver qué pasa. Si se dan las cosas, bien y si no, se prueba la próxima. Y así fue que en el 2020 pude participar de unos cursos virtuales en plena pandemia que dio el instituto superior de arte del teatro Colón. El primer curso que hice fue de técnica vocal con Elisabeth Canis, una profesora del Colón. Ahí la conocí y tuve 4 clases. Me quedé con ganas de seguir pero lo veía muy a futuro y al año siguiente se me presentó esta posibilidad de postularme para la beca Mozarteum. Así que me anoté y quedé. Soy consciente que recién estoy empezando toda esta locura del canto.
— ¿Y la beca que suponía?
— La beca era para poder ir a estudiar en Buenos Aires pero como estábamos en plena pandemia eran clases virtuales. Ahora estoy tomando clases con Eli, a través de Skype hasta que tenga la posibilidad de ir a tomar clases presenciales.
— ¿Instalarte en Buenos Aires?
— Por el momento sería viajar, la verdad no sabría decirte cada cuanto tendría las clases porque no lo hemos hablado.
— ¿Si tuvieras un sueño con la música cual sería?
— Ahora lo que me llama más la atención es el tema de los concursos. Es un sueño. Es como un objetivo que tengo el de participar. Concursos más abocados al canto lírico, la ópera, que sé que hay en la Argentina. En Chile comenzaron uno también. Y después están los otros concursos más importantes… Esa es mi idea, mis ganas.
— ¿Qué sentís cuando estas cantando, una ópera o algo?
— Cuando canto siento mucha tranquilidad, mucha paz. Cantar me genera eso, calma. Me hace bajar muchos cambios también. Creo que es eso y después que me genera a mi muchas emociones y me apasiona y me encanta. Y eso es lo que trato de transmitir al público, al que me escucha.
— ¿Tenés el recuerdo del mejor día que cantaste?
— Eso lo siento a veces cuando estudio, por mi cuenta, cuando estoy sola cantando. Una vez me pasó que había pedido el auditorio, que es un lugar como este en la universidad. Y estaba estudiando, repasando una obra. Medio que me acostumbre a trabajar con pistas por la pandemia y recuerdo que estaba estudiando y me fui y no me di cuenta y estaba llorando, no sé , me pasó algo… Lo recuerdo y me emociona mucho ese recuerdo. Es algo que también me cuesta un poco el tema de relajar, y decir bueno es lo que soy, lo que puedo mostrar. Como soltar un poco y dejar que fluya.
—¿Qué fue lo que te hizo llorar?
— No se cómo explicar la sensación. Recuerdo que en ese momento estaba muy pendiente de lo que estaba diciendo, era una obra en francés. Estaba hablando de recordar momentos, todo un poema muy delicado haciendo referencias, ejemplos con la naturaleza, creo que estaba muy enfocada en eso y en vez de adueñarme de la obra, la obra se adueñó de mí en ese momento. Fue muy lindo.
Liliana se baja del escenario y se deshace de una de sus personalidades, deja de lado su remera roja y se viste de pantalones cargo. Camina hasta la casa de su tío Patricio, dónde al final de un pasillo está el taller que le da lugar a su otro oficio. Es un galpón donde se acumulan pequeñas estufas de acero, con diseños antiguos que hoy podrían decorar salones de diseño.
Patricio la espera para empezar su jornada. Completan el uniforme un delantal industrial grueso, guantes y máscara para soldar. Enseguida Liliana muestra sus destrezas con las máquinas que aprietan y doblan chapas milimétricamente medidas, brilla entre las chispas de un electrodo y canta, aunque no se escuche por el ruido metálico.
—¿Y qué hacés en el taller?
— En el taller arranqué con la plegadora. El año pasado estuvimos haciendo estufas y yo me encargaba de lo que es la parte de afuera. La estufa es como un cajón y por afuera se le arma como una carcasa y tiene partecitas, en los esquineros, las bandejitas y la puerta, muchos detallitos y yo me encargaba en un principio de plegar. Después aprendí a cortar chapa con la guillotina, los caños con la cilindradora y después empecé a usar otro tipo de herramientas que honestamente le tenía un poco de miedo porque en ese entonces yo estudiaba piano y tenía miedo de lastimarme las manos. Después dije ya está. Si sigo con ese miedo constante no voy a aprender nada. Pero sí, de a poquito empecé a hacer cosas. Una vez que queda la estufa armada hay que limpiar los restos de la soldadura con la amoladora, después se la limpia con un ácido.
—¿Te gusta trabajar con metal?
—Me gusta mucho, en realidad surgió por la necesidad de trabajar. Fue en un momento en el que yo estaba buscando ocuparme y no me lo esperaba honestamente. Aparte que es un oficio que bueno hay que ver. Y surgió la posibilidad y dije probemos.
— Uno piensa en un oficio tan delicado como es el canto y por el otro lado algo tan brusco como el metal, oficios bastante contrapuestos.
— Igual creo que también tiene su lado delicado, el tema de las medidas es algo que me costó un poco porque te pasas unos milímetros y ya queda el corte fuera de escuadra y después el pliegue también queda torcido.
— ¿Qué te dicen tus amigos cuando decís que trabajas en una metalúrgica? ¿Se sorprenden?
— Si, mis amigos se re coparon desde un principio. Siempre me preguntan si es un trabajo muy pesado o si termino muy cansada. En un principio sí me costó bastante adaptarme pero no, generalmente las personas que me rodean no son de sorprenderse.
— ¿Hay otras mujeres trabajando con vos?
— No. Trabajo con mi tío. En temporada se sumó un primo también. Hay otro primo y él también estuvo trabajando pero la única mujer ahí soy yo.
— ¿Y tu familia a que te alienta más?
-Mi mamá quiere que estudie, que me reciba y que no salga de ahí. Honestamente me interesa mucho, aparte con mi tío charlamos las posibilidades de capacitarme, soldadura de alta presión y bueno quien dice, tal vez encontrar algo más copado. Tal vez alguna empresa. Honestamente me lleva un poquito pero el estudio del canto también me lleva su tiempo, su dedicación. Si estoy enfocada en eso no podría hacer las dos cosas muy centrada.
— ¿Tu madre estudió?
— No, mi mamá no. Hizo el secundario. Tengo 3 hermanas y un hermano varón, el más chiquito.
— ¿Serías la primera universitaria en tu familia si estudiás o ya hay?
— Mi hermana la mayor está estudiando, tecnicatura en radiología. Tengo una prima que está recibida de contadora pero que esté estudiando, no.
— ¿Tu mamá esta orgullosa cuando te ve cantar? ¿Qué te dice?
— Sí, muy copada y siempre alentándome. Es una apoyo incondicional que tengo de ella y muy importante para mí porque mi mamá es mi cable a tierra. Lo más importante y tener su apoyo y su aliento es un montón para mí.
— ¿Tu papá vive?
—Mi papá no. Falleció hace 5 años.
— ¿Nunca te pudo ver cantar?
— No, en ese momento yo solo tocaba piano.
— Te pregunto porque me habías dicho que tal vez viene de ahí tu atracción por la música.
—Sí, él quería desde un principio. Me apoyó porque dentro de todo yo era bastante chica cuando yo quise entrar al INSA y mi mamá siempre tuvo un poco de miedo porque iba gente grande. Además era una zona media fea, pero de mi papá siempre tuve el apoyo, siempre quiso que me dedique a la música pese a muchos comentarios que nunca faltan. Por ahí porque en la música no hay salida laboral. Uno como que se esmera y mi viejo me decía que si me quería dedicar a eso, oídos sordos, agachar la cabeza y mandate.
Patricio y Liliana trabajan a la par, moldeando metales que después se convierten en cosas reconocibles e imprescindibles. Ella mide una chapa, la corta, va hasta otra máquina y le da la forma que quiere. En sus descansos toman mate sentados en dos banquitos. Patricio la mira orgullosa de aprender un oficio, reflexiona sobre el futuro de su sobrina y desea que encuentre su felicidad: “Cada uno tiene que volar, es así. Esta es una profesión que está aprendiendo aparte de su oficio”
Ella se divierte con sus dos personalidades, resalta que ninguna de sus oficios fue una imposición. Cambia de uniforme durante el día porque es lo que quiere hacer y la hace feliz. Habla sin sacarse el overol y el delantal, representada en su lado más rudo espera el momento para cambiar y ser la otra también, la de remera roja con encajes y la voz de ópera.
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