Noemí Jabois
Damasco, 7 ene (EFE).- Hace este martes un mes, las fuerzas insurgentes lideradas por la alianza islamista Organismo de Liberación del Levante se acercaban decididamente a Damasco, apuntalando el último trecho de una ofensiva relámpago para acabar con más de medio siglo de mandatos de la familia Al Asad.
Cuatro semanas después, el líder de esas mismas facciones, Ahmed al Sharaa, es el nuevo hombre fuerte de Siria y sus ministros interinos se pasean por los palacios del golfo Pérsico recabando apoyo político y económico para una transición que saben será larga tras 13 años de guerra civil.
Las calles de Damasco son un testamento a la evolución desde aquellas primeras escenas caóticas que siguieron a la entrada de los insurgentes, sin enfrentar oposición, la madrugada del 8 de diciembre y a la huida del hombre que había gobernado el país con puño de hierro durante casi un cuarto de siglo.
Bachar al Asad tomó un avión rumbo a Rusia aquella misma noche, poniendo fin a la concatenación de mandatos que empezaron con el golpe de Estado de su padre Hafez en 1971 y que él había continuado desde que le tomara el relevo a su muerte en el 2000.
Un giro a la historia de Siria que pocos se podían haber imaginado tan solo dos semanas antes dejó la capital llena de hombres armados que nunca antes habían pisado una urbe de ese tamaño, palacios e instalaciones militares accesibles a cualquier curioso o amigo de lo ajeno y fronteras sin custodiar.
Las semanas han ido dando paso a estampas menos rocambolescas según los hasta hace poco rebeldes han ido entrando en el rol de autoridades interinas, nombrando un Gobierno que liderará la nación en principio hasta el próximo 1 de marzo y que ya se codea tanto con Occidente como con sus vecinos.
El régimen de Al Asad había sido repudiado por buena parte de la comunidad internacional desde su brutal represión de las protestas populares de 2011 e incluso su tímido regreso a la arena regional con la readmisión de Siria en la Liga Árabe en 2023 se había quedado en poco más que un despegar a medio gas.
Estos días, los ministros de Exteriores y Defensa del Gobierno interino, Asaad al Shaibani y Marhaf Abu Qasra, se encuentran inmersos en una gira por tres países árabes. La semana pasada, estuvieron en Siria el ministro de Asuntos Exteriores francés, Jean-Noël Barrot, y su homóloga alemana, Annalena Baerbock.
Mientras algunos observan con recelo a los islamistas que han tomado el poder y su pasado como exfilial siria de Al Qaeda, las nuevas autoridades insisten en sus garantías de aperturismo, enfocadas en conseguir apoyo internacional para afrontar los desafíos económicos.
Piden levantar las sanciones que lastraron a la Siria de Al Asad durante años y, por ahora, este mismo lunes consiguieron que Estados Unidos implementara una relajación parcial de sus restricciones a las transacciones con Damasco.
En el plano militar, han abierto centros de reconciliación por todo el país para legalizar el estatus de los antiguos soldados del régimen y han anunciado que crearán un nuevo Ejército para sustituirlo, integrado por las diferentes facciones armadas.
El derrocamiento de Al Asad también ha permitido el regreso de muchos refugiados, desertores, opositores y activistas que no habían puesto un pie en su país en más de una década por miedo a represalias, entre ellas la posibilidad de desaparecer en uno de los infames centros de detención de sus órganos de seguridad.
Con la caída del régimen, las familias comenzaron a buscar a las víctimas de decenas de miles de desapariciones forzosas que se le atribuyen desde el inicio de la guerra, algunas de las cuales fueron halladas en cárceles abiertas por los insurgentes durante su avance hacia Damasco.
Muchas otras continúan en paradero desconocido, mientras las autoridades van hallando nuevas fosas comunes en diferentes puntos del país. EFE