Enrique Rubio
Londres, 7 nov (EFE).- El retorno triunfal de Donald Trump a la política ha dado bríos al viejo debate entre la comunidad académica sobre si puede considerar "fascista" al presidente electo de Estados Unidos, una descripción a la que se resiste el historiador británico Richard J. Evans, quien sin embargo halla paralelismos con el dictador nazi Adolf Hitler.
En una entrevista con EFE en Londres, el autor, uno de los mayores expertos mundiales en el Tercer Reich, apunta al narcisismo hiperbólico y al uso de la mentira como rasgos que acercan a Trump y Hitler.
"Ambos mienten constantemente. Pero hay una diferencia: creo que Hitler sabía cuándo estaba mintiendo y Trump no. Trump ya no tiene concepto de la verdad. Creo que eso puede ser un reflejo de nuestros tiempos posmodernos", dice Evans, de 77 años y catedrático emérito de la Universidad de Cambridge.
Al historiador le gusta citar la frase "la historia no se repite pero rima", generalmente atribuida a Mark Twain, como punto de partida para establecer cualquier tipo de paralelismo entre diferentes épocas.
Desde esa óptica, avisa de que es un error de fundamento calificar a Trump de fascista -como hicieron recientemente su exjefe de gabinete John Kelly o el experto Robert Paxton-, pese a que pueda haber "ecos y rimas" con ese movimiento totalitario.
Por muy tentador que resulte para sus adversarios políticos, Evans cree que en el presidente electo de EE.UU. no existe el componente militarista y bélico que definía a regímenes como los de Hitler o el italiano Benito Mussolini.
"(Los fascistas) querían establecer imperios, invadir otros países, luchar guerras. La guerra era central en la ideología fascista (...). Trump es lo opuesto, es un aislacionista, quiere retirarse del resto del mundo. La retirada de tropas de Afganistán fue originalmente una política de Trump, por ejemplo".
Frente a esa obsesión belicista, la ultraderecha pone hoy el foco en la inmigración y el miedo cultural al otro, algo que nunca figuró entre las prioridades de Hitler, señala.
El propio Trump sería solo un eslabón más en la larga tradición de presidentes demagogos y populistas en Estados Unidos, siempre atados por una Constitución que contiene suficientes "puntos de resistencia" al autoritarismo.
Para Evans, el estudio de la II Guerra Mundial es un asunto personal. Fueron sus paseos de niño por las calles del East End londinense entre los desperfectos que habían causado los bombardeos alemanes los que despertaron en él su interés por acercarse a la historia.
Tras su monumental trilogía sobre el Tercer Reich, ahora publica en español 'Gente de Hitler. Los rostros del Tercer Reich' (Crítica), un acercamiento a las biografías y personalidades de quienes hicieron posible el alucinado proyecto nazi.
¿Es lícito mostrar al ser humano detrás de tantas atrocidades inhumanas? Evans está convencido de que es necesario conocer a la persona y su interacción con las grandes corrientes históricas para poder entender.
"Hasta hace 20 o 25 años, los historiadores, especialmente en Alemania, no eran favorables a mirar a los individuos, tal vez por la teoría nazi del 'Gran Hombre', por lo que se prefería observar las grandes fuerzas históricas", dice Evans, que explica que eso cambió este siglo.
Los archivos soviéticos salieron a la luz tras la caída del Muro de Berlín, se hallaron los diarios del ministro de Propaganda Joseph Goebbels o la agenda del jefe de las SS Heinrich Himmler, se celebraron nuevos juicios a responsables del Holocausto... este nuevo acceso ha posibilitado abrir la llave a la vida privada de los nazis.
"Fueron descritos como psicópatas o como lunáticos desquiciados, pero no lo son. Mucho más perturbador que verlos así, como si no perteneciesen al género humano, es decir que en realidad fueron seres humanos", reflexiona.
Lo que más sorprendió al historiador en su investigación fue comprobar que todos los dirigentes del nazismo venían de la clase media, de entornos conservadores y nacionalistas. Ninguno procedía del comunismo o el socialismo. Y muchos exhibían las tradicionales señas de identidad de la burguesía alemana.
Por ejemplo, el líder de los 'camisas pardas' del nazismo (luego caído en desgracia), Ernst Röhm, era un refinado pianista que daba recitales para sus amigos, pese a presentarse en sociedad como un despiadado militar.
También le impactó la falta de arrepentimiento que los responsables del Tercer Reich exhibieron tras la guerra, algo que se puede explicar por el carácter "cercano a una secta" del nazismo, incluidos los suicidios con los que muchos pusieron fin a sus vidas.
Evans huye de juicios morales, rechaza simplificar la complejidad del pasado y evita usarlo para comprender el presente. El propósito del historiador debe ser, afirma, algo tan sencillo y a la vez complejo como entender el pasado. EFE
(foto)