Núria Garrido
Qalandia (Cisjordania), 5 nov (EFE).- Naser abre la puerta de la escuela que coordina en el campo de refugiados de Qalandia, en Cisjordania ocupada, y tras él sale disparado un grupo de niñas de entre seis y ocho años: son refugiadas y alumnas de este centro de UNRWA -la agencia de la ONU para los refugiados palestinos- cuyo futuro es incierto tras la aprobación de dos leyes israelíes que prohíben las operaciones del organismo.
"Yo llevo 29 años siendo empleado de UNRWA en diferentes centros educativos y te garantizo que odio a Hamás y que todos los empleados de esta agencia están monitoreados y controlados por nuestros superiores. Tenemos prohibido tener vinculaciones políticas y menos con Hamás", explica este profesor palestino.
Desde el pasado mes de enero, el Gobierno israelí ha emprendido una batalla de desprestigio contra la UNRWA acusándola de tener vinculaciones con la organización islamista; además de acusar a doce de sus trabajadores de haber participado activamente en los ataques letales de Hamás del 7 de octubre de 2023.
Israel nunca llegó a presentar pruebas contundentes sobre esas acusaciones y la UNRWA, tras poner en marcha una investigación interna, despidió de inmediato a esos trabajadores ante las posibles sospechas.
En agosto, la agencia de la ONU presentó los resultados de su investigación y concluyó que nueve de los empleados acusados "pudieron" estar involucrados en los ataques del 7 de octubre, si bien no pudo "autentificar independientemente la información que se le ha suministrado ya que estaba en manos de las autoridades israelíes".
La poca simpatía del actual Gobierno israelí hacia las labores de la UNRWA no es nueva y desde hace meses no oculta su intención de cerrar la agencia y buscar una entidad alternativa para atender las acuciantes necesidades humanitarias de una Gaza en guerra.
Prueba de ello han sido las dos leyes aprobadas el pasado lunes en la Knéset (Parlamento israelí) que permitirán cerrar las oficinas de esta agencia en Jerusalén este ocupado, así como obstaculizar sus labores en los territorios palestinos ocupados, al vetar las comunicaciones con las autoridades israelíes.
El portavoz de UNRWA en Jerusalén, Jonathan Fowler, explica a EFE que están en "contacto constante" con todo el personal de la agencia que, confiesa, "corre el riesgo de verse afectado por estas leyes si se implementan". Está previsto que estas dos leyes entren en vigor dentro de tres meses.
"Habrá múltiples resultados entre ellos el colapso de los servicios esenciales que prestan en Jerusalén Este y en Cisjordania ocupada", advierte Fowler
Para el profesor palestino Naser hay una simple razón por la cual Israel ha aprobado estas leyes: acabar con el problema de los refugiados palestinos.
"Este campo en el que estamos es un sitio de paso. Es lo que en su día nos prometió la ONU. Todos estamos deseando regresar a nuestras ciudades natales de las que fuimos expulsados, y ahora con estas leyes Israel se deshace de esos acuerdos", critica.
Con la creación del Estado israelí en 1948, la UNRWA se encargó de establecer campos de refugiados en Cisjordania para dar cobijo a los palestinos expulsados, como este de Qalandia, donde actualmente viven unas 17.000 personas, pegados al muro de separación, en condiciones precarias y bajo la amenaza constante del Ejército israelí.
"Esta mañana sin ir más lejos estuvieron aquí. Dicen que vinieron a por alguien", relata Naser.
Los principales servicios básicos de este campo también corren a cargo de la agencia de la ONU. Hay cuatro escuelas (dos para niños y otras dos para niñas) y un centro de salud.
"Sin la UNRWA en este campo, va a haber un sufrimiento doble para esta gente. Son cruciales para la comida, para los medicamentos. Hay mucha gente de este campo que están empleados con esta agencia, que viven de eso", explica a EFE Assad Valdés, de padre palestino y de madre panameña.
Noor Aldin, otro refugiado de 28 años, cuenta desde la pequeña tienda donde trabaja, las dificultades que tiene para hacer frente a su día a día especialmente por su bajo salario, y por la delicada situación en la que se encuentra el campo.
"A mí me hubiera gustado ser médico y también poder viajar más como hace ahora todo el mundo, pero en mi situación actual es imposible", se lamenta, aunque admite que su vida sería peor sin la existencia de UNRWA. EFE
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