Guajará-Mirim (Brasil), 13 sep (EFE).- El parque natural de Guajará-Mirim, uno de los puntos más calientes de la ola de incendios que vive Brasil, tiene ya un tercio de su territorio quemado ante la desesperación de un puñado de bomberos que no da abasto.
En medio de la selva amazónica, el teniente Wellington Cirqueira enseña un mapa en su celular y apunta a una concentración de puntos rojos, un posible incendio detectado por el satélite.
“Vamos a descubrir de qué tamaño es; aún no sabemos”, dice, vestido con un uniforme con manchas de hollín y que ha visto ya muchas batallas.
Lleva 23 de sus 50 años de vida en el cuerpo y ha olvidado cuántos incendios ha combatido. En Guajará-Mirim han pasado 40 días intentando apagar las llamas que no se rinden. En este momento, son 17 bomberos para una superficie que es casi cuatro veces superior a la de la ciudad de Madrid.
El terreno es accidentado; espinos, troncos caídos y rocas dificultan el paso y los bomberos liderados por Cirqueira tienen que abrirse paso a machetazos. Los tres kilómetros de caminata hasta el objetivo se hacen eternos.
“Imagínate con decenas de focos al día…", reconoce.
Hasta ahora, se han quemado casi 700 kilómetros cuadrados en dos meses. Hubo un día a finales de agosto con 23 kilómetros cuadrados destruidos.
La Amazonía brasileña ya registra en lo que va de año alrededor de 88.000 focos, casi el doble que en el mismo periodo de 2023. En el último mes, su número se ha disparado debido a la falta de lluvias, las altas temperaturas y, por supuesto, la mano del hombre, que está detrás de prácticamente todos los fuegos según el Gobierno.
Rondonia, el estado fronterizo con Bolivia donde se encuentra el parque, representa como pocos lugares la crisis climática.
Desde los años 80, el ganado no ha dejado de comerle terreno a la selva a tal punto que Guajará-Mirim está cercado por un paisaje de haciendas, vacas, y tierra yerma que más parece el medio oeste de EE.UU. De la Amazonía solo quedan árboles sueltos y los guacamayos que a veces los sobrevuelan.
De hecho, los agentes sospechan que los incendios en el parque han sido causados por invasores de tierras que usaban el área para el ganado o para extraer madera. Fueron expulsados en agosto del año pasado por la Policía y el fuego es su venganza.
En la selva, un sonido de hojas crepitando anuncia el incendio que buscaba Cirqueira. Ya se ha movido unos 177 metros desde que el satélite lo captó y es mayor de lo esperado. El fuego está sembrando el suelo de ceniza y ha ennegrecido el tronco de una enorme ceiba.
Debido al terreno accidentado, los bomberos han tenido que dejar el equipo abajo y ahora agarran lo que pueden, palos y ramas, para apagar las llamas, tapados con bandanas para no respirar el humo.
En el campamento base, por el que se pasea un tapir que ha sido adoptado por los bomberos, el coordinador de la operación de combate al fuego, el teniente coronel de la Policía Ambiental Francisco de Oliveira, ultima su boletín diario.
El número de focos ha caído respecto a los 788 de finales de agosto, pero aún hay más de 100 y en su informe vuelve a anotar una recomendación urgente, subrayada en rojo: aeronaves.
“Solo con los hombres que tenemos es imposible”, apunta.
Los invasores de tierra conocen los caminos de la reserva como nadie y es difícil atraparlos pese a los policías que patrullan los límites.
Hasta ahora, han detenido apenas a siete sospechosos, uno de ellos la noche anterior a la misión capitaneada por Cirqueira. Lo encontraron con un encendedor y un bidón de gasolina a la salida del parque.
De Oliveira es consciente de la dificultad de la tarea ante un ser humano que dice “ser movido por la codicia”, pero cree en la misión: “Si no vigilamos, Guajará-Mirim se convertirá en una sierra pelada”.
Jon Martín Cullell