Joan Lino: dos reclamaciones y 600 euros en teléfono a cambio de un bronce

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Natalia Arriaga

París, 2 ago (EFE).- Tanto, tanto ajustó la batida, que los rivales dieron por hecho que el intento había sido nulo y presentaron dos reclamaciones. Pero Joan Lino sabía que la plastilina estaba intacta y que el salto había sido bueno.

No fue un salto cualquiera. Fue el mejor de su vida. Unos espléndidos 8,32 m que le dieron la medalla de bronce en longitud en los Juegos de Atenas 2004.

“La entrega de medallas se retrasó casi dos horas por las reclamaciones de ingleses y jamaicanos. Ese tiempo, hasta que nos confirmaron todo, fue complicado”, recuerda Lino de aquel 26 de agosto en el que pisó el podio olímpico.

De hecho, se fue a dormir aún con una reclamación pendiente de fallo, pero con la tranquilidad de que, una vez colgada al cuello la medalla, era muy difícil que se la quitasen.

“Han ido los jueces y no hay huella. Y si no hay huella no hay salto nulo”, dijo aquella tarde el saltador de origen cubano.

“Una vez que nos entregaron la medalla ya estábamos más tranquilos”, comentó con EFE veinte años después. “Lo cierto es que la ceremonia se retrasó mucho por las reclamaciones. Las medallas se entregan una vez que se aclara todo ese panorama”.

Solo mes y medio después de obtener la nacionalidad española, Joan Lino Martínez (Lino es parte del nombre) ganó para su nuevo país aquella medalla olímpica.

Empezó mal, con un salto de 7,79 metros, pero en el segundo intento pegó el brinco más largo y más importante de su carrera y se colocó en segunda posición.

Por delante, el estadounidense Dwight Phillips se había asegurado el oro con una marca de 8,59 en su primer salto.

Pero la plata provisional de Lino pasó a ser bronce por culpa de otro norteamericano, John Muffit, que en su quinto intento mejoró su récord personal hasta los 8,47 y relegó al español al tercer puesto.

Lino vivió el desenlace del concurso “con muchos nervios”.

“Me quedaba un salto, pero ya sabía que era bronce. Quería intentarlo y no salió, pero estaba muy contento con esa medalla de bronce, que fue lo que quedó”, asegura.

Los reclamantes del salto nulo de Lino se quedaron con las ganas: el jamaicano James Beckford fue cuarto y el británico Christopher Tomlinson, quinto, a uno y siete centímetros del podio.

Pese a la alegría de aquel momento, el atleta cree que ahora, dos décadas más tarde, valora más el resultado.

“Los recuerdos son importantes y cuando pasan los años le das mucho más valor a lo que has conseguido. Que es una medalla olímpica, que es algo para toda la vida”, destaca. “Estar allí era un objetivo cumplido, pero yo no me quería conformar con eso. Simplemente intenté dar el máximo posible y salió. Pero habíamos trabajado mucho para que saliera en ese momento”.

Lino recuerda también que la medalla le salió cara… en forma de factura telefónica.

“Mi madre en Cuba no pudo ver la competición. Los cambios de horario, la familia lejos… siempre recuerdo que cuando volví a España me llegó una factura de 600 euros de teléfono. Bueno, es lo que tocaba, no pasa nada”, se ríe el saltador, que tiene la medalla “guardada en casa, en su estuche”.

Aquel medallista que emigró a un país que no era el suyo se dedica ahora a ayudar a los refugiados que llegan a España en busca de nuevas oportunidades.

“Ahora mi vida se dedica a eso, a ayudar a los mas necesitados, colaborando con la campaña del Comité Olímpico Español (COE) a favor de los refugiados. Aportamos nuestro granito de arena para que cuando lleguen a España encuentren una vida mejor y se integren con el deporte y a través del deporte en la sociedad española”, señala Lino.

“El deporte”, sostiene el medallista olímpico, “es uno de los pilares de la sociedad y los valores que implica deberían extenderse a todos los ámbitos de la sociedad”. EFE

nam/jag

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