El viaje aterrador de Ansari acaba felizmente en París

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París, 27 jul (EFE).- Amir Ansari es un ciclista afgano que tuvo el honor de abrir la contrarreloj masculina de los Juegos de París bajo la bandera del equipo de refugiados. A falta de paz en su país, este deportista buscó la máxima tranquilidad posible en el mundo del ciclismo, sobre dos ruedas.

Ansari, de 24 años, nació como refugiado, fue perseguido al regresar a su país natal, sobrevivió a una travesía desgarradora a través de un continente y, después de llegar finalmente a lo que creía seguro, enfrentó años de incertidumbre. Pero en medio de todo eso, la bicicleta fue su salvación.

"El ciclismo era barato, fácil y gratuito. El ciclismo era un lugar, un ámbito seguro para mí. Nadie podía impedirme montar en bicicleta, nadie podía impedirme competir", manifestó a los servicios de información de los Juegos, momentos antes de medirse a los mejores especialistas del mundo, todos ellos contratados por equipos del World Tour.

Como miembro del equipo de refugiados del COI, Ansari ambiciona sobre todo "representar a 120 millones de refugiados de todo el mundo y pensar en aquellos que han perdido la vida en el camino". "Fui uno de esos afortunados que llegaron hasta el final", dice con melancolía.

Su segunda ambición es no dejarse "alcanzar por el ciclista que va detrás" de él, reto algo más complicado.

Ansari estuvo en Irán hasta los 10 años, pero como es hazara, un grupo étnico que se encuentra principalmente en Afganistán, nunca se sintió bienvenido. Las cosas no mejoraron cuando él y su familia regresaron a Afganistán en 2009.

"Fue muy duro porque no nos sentíamos bienvenidos en Irán de ninguna manera. Nos llamaban afganos. Teníamos que pagar un documento de residencia cada año. Teníamos que pagar para ir a la escuela", recuerda.

"Cuando regresamos a Afganistán", continua Ansari, "pensamos que era nuestro país, pero no lo era porque no nos sentíamos bienvenidos allí. Nos decían a los hazara que no pertenecíamos a ese territorio".

En 2015, cuando la situación de los hazara en Afganistán empeoró, Ansari, entonces con 16 años, y su familia decidieron que tenía que irse. Pasara lo que pasara.

Amontonados con otras 15 personas en un automóvil, los Ansari lograron cruzar la frontera de regreso a Irán.

"Tuvimos mucha suerte porque mucha gente murió en ese lugar: tiroteos policiales y accidentes automovilísticos", rememora.

Pasado una y otra vez de un traficante de personas a otro, logró cruzar las montañas nevadas del norte de Irán hasta Turquía. Finalmente, en pequeñas embarcaciones, autobuses, trenes y tras horas de caminata en la oscuridad, Ansari llegó a Suecia.

Era invierno y tenía una considerable depresión, así que hizo lo único que sabía para que entrara un poco de luz en su vida.

"No sabía mucho sobre Internet, pero comencé a buscar información sobre ciclismo en Suecia y sobre ciclismo en Estocolmo", relata.

Primero encontró una clase de 'spinning' en un gimnasio del norte de Estocolmo. El adolescente, que amaba andar en bicicleta desde que tenía uso de razón, quedó impresionado con su "motor de coche de carreras".

Pronto encontró un hogar en el Club de Estocolmo. Un médico de la selección nacional sacó a la luz una vieja bicicleta de montaña y se la entregó con la promesa de que entrenaría cuatro horas al día. Eso no fue un problema.

“Recuerdo que esta vieja y pesada bicicleta de aluminio iba más rápido que todos y todos estaban asombrados por este pequeño individuo”, dijo Ansari con una sonrisa.

Pero aún quedaban más dificultades por delante. Tras dos años en Estocolmo, la solicitud de Ansari para establecerse a tiempo completo en Suecia fue rechazada. Sin papeles, y perdido, tocó fondo.

"Fue horrible porque sabías que si te devolvían, morirías", dijo. "Y si te quedabas, la vida sería muy dura porque no tendrías dónde vivir, no tendrías dinero, no podrías trabajar ni estudiar".

"Tuve una depresión muy, muy fuerte. Pensaba en suicidarme porque sabía que si me enviaban, iba a morir de todos modos", señaló.

El Club Ciclista intervino, al igual que la Federación Ciclista Sueca. Ansari encontró un hogar en una familia de ciclistas, se inscribió en una escuela secundaria y, lo que es más importante, continuó entrenando.

En 2022, siete años después de salir de Afganistán, obtuvo la residencia sueca. Ahora quiere mostrarle a su madre, que está en Irán con sus tres hermanas, lo lejos que ha llegado.

"No sueño con ganarle a nadie", dice, "pero intentaré hacerlo lo mejor posible para que cuando llegue a la meta esté orgulloso de mí mismo y no me arrepienta de nada", subrayó. EFE

soc/ism

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