Arpilleras y soporopos: Los tejidos que hilvanan la memoria en Chile

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Irene Terrés López

Madrid, 17 jul (EFE).- En tiempos de dictadura, arpilleras, pequeñas postales bordadas y soporopos, muñecos de algodón de apenas 10 centímetros, se convirtieron en un método revolucionario de activismo político entre las clases populares chilenas que, con mensajes velados, contaban los horrores de la dictadura dentro y fuera de las prisiones.

Siempre al margen de la censura, esta peculiar forma de activismo político nació de mujeres que, desprovistas de dinero tras la desaparición o encarcelamiento de sus maridos, padres e hijos, empezaron a participar en talleres artesanales para hilvanar las arpilleras.

El comité Pro Paz y su sucesor, la Vicaría de la Solidaridad, organismos de la iglesia católica para prestar asistencia a las víctimas de la dictadura, “organizaban talleres de manualidades para que las señoras se juntaran a conversar y a hacer colectividad”, cuentan a EFE las chilenas Natacha Osorio y Pepa Cortés.

Ambas forman parte del "Colectivo Volcánica", una asociación que ejerce como "mediadora" entre las arpilleristas chilenas y el público para dar a conocer esta técnica tanto en Chile como en España, donde ofrecen talleres en Madrid y Barcelona.

Originalmente, las arpilleristas escenificaban actos violentos y vulneraciones de los derechos humanos cometidos durante la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990) incluyendo casos de detenciones, violaciones, y hechos claves como el “Caso Quemados”, en el que un grupo de militares prendió fuego a dos jóvenes en 1986.

De igual manera que las arpilleras reflejaban la vida cotidiana en el exterior, los soporopos, muñecos rellenos de algodón de apenas 10 centímetros, revelaban lo que pasaba dentro de las prisiones.

Los detenidos en dictadura comenzaron a hacer soporopos en talleres con la justificación de que eran regalos para sus hijos, pero en ellos “guardaban mensajes con los nombres de las personas que estaban en cada uno de los centros de detención”, aclara Cortés, que acentúa la creatividad de los detenidos para evitar ser descubiertos.

Este diálogo entre arpilleras y soporopos pronto se convirtió en un método habitual de comunicación entre las clases populares en Chile. A día de hoy, son una reliquia de lo comunitario que atestigua la memoria histórica de Chile.

Osorio relata que, a partir de la década de los 80, la persecución a las arpilleristas por parte del Centro Nacional de Investigaciones chileno, el brazo policial de la dictadura de Pinochet, se intensificó y desencadenó la diversificación de las temáticas de los bordados.

La crítica social fue sustituida por retratos de paisajes, y los mensajes políticos se diluyeron para facilitar la comercialización dentro y fuera de las fronteras chilenas.

Sin embargo, las manifestaciones masivas y las movilizaciones ciudadanas del estallido social en 2019 sirvieron de pretexto para reivindicar el activismo de estas piezas textiles que, más de 50 años después, no pierden su valor como testimonio de los cambios sociales en Chile.

“Las arpilleras no cesan, pero han cambiado mucho las temáticas” comenta Osorio, que enfatiza que en sus talleres tratan de adaptarse a las temáticas sociales que “importan ahora”.

“Acá ya hablamos de femicidio, de otras palabras, de otros conceptos”, añade Cortés, que reivindica el origen de la arpillera como un espacio de colectividad femenina, en un momento en el que la tasa de femicidios en Chile ha aumentado un 42% con respecto a los valores de 2023.

En 2023 se cumplió medio siglo del golpe de estado militar que derrocó al gobierno de Salvador Allende e impuso una dictadura militar que duró 17 años.

Esta fecha provocó un gran despliegue artístico e institucional con grandes actos en favor de la memoria histórica en el que, en palabras de Cortés, “toda la programación se evocó a lo que fue la dictadura”.

A pesar de ello, Osorio enfatiza que su país  “está en proceso aún en cuestión de memoria”  y equipara la conciencia colectiva en el territorio a “una adolescencia que está entendiendo un poco todo el proceso de infancia”.

A día de hoy, Chile mantiene un alto número de desapariciones forzosas en dictadura, con 1.469 víctimas de las cuales únicamente 307 han sido identificadas. EFE

itl/vs/rml

(foto)

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