Kiev, 28 jun (EFE).- Las temperaturas superiores a treinta grados que han empezado a registrarse en toda Ucrania aumentan la presión sobre el sistema eléctrico del país, que ha perdido desde marzo alrededor de la mitad de su capacidad de generación debido a los bombardeos rusos y debe recurrir a apagones programados e importaciones masivas de energía para hacer frente al déficit.
"Debido al calor se prevé que el nivel de consumo sea superior al del jueves", advirtió este viernes la empresa nacional de electricidad, Ukrenergo, que informa de que la cantidad de electricidad importada de Rumanía, Moldavia, Hungría, Eslovaquia y Polonia ha superado por primera vez esta semana la barrera de los 30.000 megavatios hora (MWh).
Según explica Ukrenergo, estas importaciones y la suspensión de las exportaciones de electricidad que realizaba Ucrania a diario permiten afrontar el aumento del consumo sin imponer un nivel más severo de restricciones.
Desde que Rusia comenzara el 22 de marzo una agresiva campaña de ataques aéreos a centrales eléctricas ucranianas, las empresas responsables de la distribución de electricidad se han visto obligadas a introducir cortes planificados de luz que en ocasiones excepcionales se extienden durante la mayor parte de la jornada.
Estas restricciones se aplican por áreas en todo el territorio nacional bajo control de Kiev.
Con la interrupción del suministro eléctrico, dueños o empleados de muchos negocios e instituciones salen a la calle para arrancar el generador de gasolina que tienen colocado de manera permanente junto a sus terrazas o a la puerta de su local.
Cafeterías, restaurantes, tiendas de alimentación y farmacias u otros negocios que no pueden permitirse dejar de funcionar durante los apagones siguen atendiendo al público durante esas horas en medio del ruido constante que sale de cada uno de los generadores.
"Es molesto, pero nos hemos acostumbrado a ello", dice un joven de Kiev mientras toma un café en una zona concurrida del barrio de Podil de la capital.
Meyer Stambler es director general de la Federación de Comunidades Judíos de Ucrania, una organización con sede en la ciudad de Ucrania central de Dnipró que ofrece servicios a decenas de miles de ucranianos judíos en todo el país.
"Tenemos entre 6 y 10 horas de electricidad como máximo", cuenta Stambler, que explica que la mayor parte de infraestructuras comunitarias en Dnipró y otras grandes ciudades de Ucrania funcionan sin interrupción gracias a los generadores que han recibido como donaciones.
"Pero la mayoría de gente vive en edificios donde no pueden ponerse generadores", agrega Stambler, que advierte además del alto coste que tiene esta forma de generación de energía. "Una hora de un generador cuesta cuatro veces más que la electricidad", señala sobre las dificultades económicas que conlleva utilizarlos.
Los apagones recurrentes a los que en los últimos tres meses han tenido que volver a acostumbrarse los ucranianos han obligado a mucha gente a alterar sus rutinas.
Pese a que muchos se pertrecharon de todo tipo de baterías y acumuladores en otoño de 2022, cuando Rusia dejó sin luz durante semanas a millones de ucranianos con su primera campaña de bombardeos contra la energía, la interrupción del suministro empuja a mucha gente a salir a pasar el tiempo a la calle o refugiarse en casas de amigos en otra zona de la ciudad con un horario distinto de restricciones.
"Cuando no trabajas es un problema, porque no puedes ni hacerte la comida", dice a EFE Andrí Yevich, un estudiante de mercadotecnia de Kiev que considera que los apagones le afectan más cuando tiene tiempo libre.
Ucrania trabaja a toda prisa con ayuda de Gobiernos y empresas occidentales para reparar las infraestructuras eléctricas dañadas y dotarlas de más protección con los sistemas de defensa antiaérea que recibe de sus socios.
Pese a la disponibilidad de ayudar de los aliados, no es una tarea fácil. "Las centrales están esparcidas por todo el territorio y no pueden cambiarse de sitio, por lo que son muy difíciles de defender", apunta a EFE el coronel ucraniano en la reserva Serguí Grabski.
La complejidad del equipamiento, además, hace a estas infraestructuras especialmente vulnerables. "Basta con que un fragmento de misil o de dron dañe un mecanismo, por pequeño que sea, para que dé al traste con el funcionamiento del sistema", declara a EFE un empleado de una de las centrales atacadas repetidamente por Rusia.
Marcel Gascón