Springsteen se presenta en Madrid como un superviviente con mucho rock que ofrecer

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Bruce Springsteen reanudó este miércoles por la noche en Madrid su gira europea con el primero de tres conciertos que ofrecerá en la capital, en el que volvió a hacer un derroche de energía y se presentó, a sus 74 años, como un superviviente con mucho rock aún por ofrecer. Cuando pasaban 20 minutos de las nueve de la noche rugió el estadio para recibir a cada miembro de The E Street Band y a un Bruce vestido con chaleco, corbata y camisa remangada. "Hola, Madrid. ¿Estáis preparados?" repitió varias veces para arrancar con Lonesome Day, un clásico de The Rising. Justo después vino No Surrender, el primero de muchos himnos y mensajes para dejar claro que no se rinde, que ni los problemas de garganta que le llevaron hace unas semanas a suspender varios conciertos y hacer un parón en la gira, ni la úlcera péptica del pasado año lo van a detener. Tras estos dos pelotazos, llegó Ghosts, del álbum Letter To You, un homenaje a los miembros fallecidos de The E Street Band, Clarence Clemmons y Danny Federici, y al que fuera su asistente musical Terry Magovern. En ese momento, las 55.000 personas que llenaron el Citivas Metropolitano empezaban a dejarse llevar por el ritmo que marcaba el Boss, pese a que el sonido en algunos momentos no acompañaba. Two Hearts y Seeds se sucedieron imparables. Luego llegaron Darkness On The Edge Of Town y Frankie Fell In Love (la primera vez que la tocaba con la E Street desde 2014) y Darlington County. Y de pronto surgió Rockin’all Over The World, canción de John Fogerty, y que Bruce no interpretaba en directo desde 2016. "¡Más alto!" pedía el Boss, "más alto", pero no hizo falta porque Hungry Heart llevó a cada alma presente en el estadio a la tierra prometida de The Promised Land con un espléndido solo de armónica que regaló a una fan. Bajó las revoluciones de The E Street Band con una gran If I Was The Priest, en el que cada golpe de batería de Max se metía en las entrañas, y con My Hometown. Apareció The River, que remató con un largo y agudo susurro, y brilló la elegante Nightshift de los Commodore, que sonó perfecta. Era la mitad del show y en ese punto apareció el Bruce predicador para que cada uno de los presentes entendiera de verdad por qué él estaba allí: es un superviviente. Dio un discurso, con subtítulos en castellano en las pantallas, sobre su primera banda para recordar que él es el único miembro con vida. "La aflicción es el precio que pagamos por querer bien", dijo para dar pie a The Last Man Standing. Y en ese ambiente de nostalgia llegaron la interminable Backstreets, el calor de Because The Night y la rotunda She's the One. A partir de ahí solo había que dejarse llevar. Wrecking Ball, The Rising y Badlands fueron tres trallazos directos con todo el estadio a saltos disfrutando del momento para acabar, solo en apariencia, con Thunder Road. ¿Cuántos conciertos caben en un concierto de Springsteen? La respuesta no es sencilla ni única. Porque, según el gusto por el loncheado grueso o fino, podría ir de uno, el que se anuncia en la entrada, hasta varias decenas de miles, tantos como espectadores tenga cada noche el show, tantos como cada uno quiera disfrutar. Y en esa reflexión que permite la pequeña pausa que anticipa la recta final del concierto, apareció Land of Hope and Dreams y se sucedieron Born to Run, Bobby Jean, Dancing in the Dark, Tenth Avenue Freeze Out y el bailoteo veraniego de Twist and Shout. Preguntó si nos queríamos ir a casa. Evidentemente, no. Ni nosotros ni su fiel escudero Steven Van Zandt ni el elegante Max Weinberg en la batería. Pero era hora de terminar la fiesta. Se apagaron las luces y sonó en acústico I'll See You in my Dreams, también subtitulada al español. Todos coincidirán en que el concierto, el número 53 del artista en España, tuvo 30 canciones y duró casi tres horas. Pero en ese tiempo pasan tantos conciertos como cada uno quiso disfrutar.

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