El primer Ramadán de los sudaneses huidos a Egipto por una guerra sin visos de acabar

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El Cairo, 8 abr (EFE).- El artista sudanés Khaled Mohamed Ali ha intentado traer ese "sabor especial" del mes sagrado musulmán de Ramadán de Sudán a Egipto, donde se refugia después de huir de la guerra, que en una semana cumple un año y ha provocado la peor ola de desplazados en el mundo sin atisbo de terminar.

"Para nosotros, el Ramadán de este año no es como cuando estamos en Sudán, cualquier país tiene su sabor especial, no hay nada mejor que tu país por más complicado que sea", afirma a EFE en su casa al oeste de El Cairo, donde ha reunido a algunos de sus amigos para continuar con la costumbre del café y té después de romper el ayuno.

Este es el primer Ramadán que los sudaneses pasan en el exilio por la guerra entre el Ejército sudanés y el grupo paramilitar Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR) que, según la ONU, ha dejado casi 14.000 muertos y 8,2 millones de desplazados, entre ellos casi 1,8 millones de refugiados en tan sólo un año en un país cuya población rozaba los 46,9 millones de personas en 2022.

"Millones de familias sienten lo mismo, una presión psicológica, económica y de rendición porque piensan en sus familias con las que llevan dos meses sin poder hablar", indica Khaled Mohamed Ali, y agrega que hay que ser fuertes porque "si colapsas, colapsa toda la familia".

Para su esposa, la artista y profesora sudanesa Noha al Mahy, lo peor de este Ramadán es no saber cómo está su familia en Sudán.

"Tenía mi estudio en Sudán, aquí no puedo trabajar, pero decidí mantenerme ocupada. El problema es que mi madre y mis hermanos aún están en Sudán y no hay comunicación con ellos desde hace dos meses", dice a EFE con voz entrecortada y lágrimas.

Las telecomunicaciones llevan cortadas en algunas zonas de Sudán, sobre todo en las áreas controladas por las FAR, desde hace dos meses.

"No hay nada de consuelo, desgraciadamente nada", asevera, con la única esperanza de escuchar "alguna buena noticia" a través de la televisión.

A su lado está Nayat Ibrahim, médico de laboratorio en el Ministerio de Salud sudanés. "Intento mantenerme ocupada en casa y en la oficina para no acordarme", indica, que a diferencia de Noha, dice que no ve "mucho la televisión" porque le afecta.

En este Ramadán, hacer cosas con sus hijas, cocinar comidas típicas de su país y visitar a sus vecinos es lo que le da la vida.

"Tenemos la suerte de que el edificio en que vivimos residen otras diez familias sudanesas. Intercambiamos las comidas, como costumbre para sanar parte de nuestras heridas", señala Nayat que rompió a llorar y contagió el llanto a todos los demás en el salón.

Sin embargo, lamenta que la idea de volver a Sudán es "imposible".

"Lo único que nos hacía quedarnos en Sudán era que nos sentíamos seguros, pero eso ya no existe", sentencia.

Egipto ha acogido desde el inicio de la guerra a 500.000 sudaneses, según la ONU, personas que han cerrado sus negocios, como es el caso de Abdelraham Rauf, que esperó diez meses para poder recuperar todo de su empresa y huir a Egipto hace justo treinta días, como hicieron otros miles de profesionales, estudiantes y menores.

Para Hatem Mohamed Ali, director de teatro, los primeros días de la guerra ya fueron suficientes para saber que habían "perdido la patria", sobre todo cuando huyeron de su hogar, situado en una zona de fuego cruzado en Jartum. Hasta el momento no saben cómo se encuentra su casa.

"Yo siempre pensaba que nunca se puede vivir fuera de tu país", explica a EFE el artista sudanés, quien pensó al inicio que el conflicto duraría "tres días".

Tanto él como los demás entrevistados piden que la guerra acabe ya "sin violencia".

Pero "la guerra hizo que odie Sudán. Por primera vez en mi vida he pensado salir de Sudán sin pensar en regresar", zanja.

Samar Ezzat e Isaac J. Martín

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