La Paz, 21 dic (EFE).- Un ritual ancestral con ofrendas para la Pachamama o Madre Tierra y las 'illas', las deidades andinas que traen la prosperidad, fueron parte del festejo realizado este jueves para celebrar el cambio de ciclo agrícola a partir del solsticio de verano austral en Bolivia.
También es un preámbulo hacia la fiesta patrimonial de la Alasita que se celebra en enero. En los últimos años algunas autoridades y comunidades indígenas decidieron rescatar esta festividad, que no es tan popular en Bolivia como la celebración del solsticio de invierno o Año Nuevo Andino.
En La Paz, la Alcaldía y la Federación Nacional de Artesanos y Expositores de la Feria Navidad y Alasita (Fenaena) se unieron para el festejo, que además marcó el inicio de las actividades hacia la Alasita, la feria de los deseos en miniatura declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad en 2017 que se celebra en enero.
El lugar elegido fue la plaza Mayor de San Francisco, una de las más concurridas en el centro histórico paceño a la que los aimaras llaman la 'waka' mayor, un sitio considerado sagrado dentro de la cosmovisión andina, o un 'taypi' o lugar central.
Los funcionarios municipales pintaron en el piso una enorme 'chakana' o cruz andina y en cada esquina colocaron esculturas de figuras representativas en el mundo andino, como un 'chachapuma' o felino, un pez, un cóndor y un ekeko tuno, que simboliza a una persona, según explicó a EFE el sociólogo David Mendoza.
La Alcaldía llamó al evento 'Ispalla Illa Phaxi, tiempo de fertilidad' en aimara, aunque Mendoza señaló que los escritos del cronista indígena Felipe Huaman Poma de Ayala hacen referencia al Qhapaq Intio Raymi Qilla, la Fiesta del Gran Señor Sol y la Luna en quechua.
La Alasita, que significa 'cómprame' en aimara, es una de las tradiciones más antiguas de la cultura andina, cuando los paceños bendicen al mediodía del 24 de enero las miniaturas que representan sus aspiraciones y deseos.
La fiesta celebraba en su origen el solsticio de verano austral el 21 de diciembre, con miniaturas que se colocaban a deidades andinas como las 'illas' para que a lo largo del año los deseos que representan se convirtieran en realidad.
Según Mendoza, en estas fechas, en todo el Tahuantinsuyo, el antiguo imperio inca, se hacían invocaciones a la lluvia, "pero una lluvia benigna, que no traiga inundaciones" y favorezca a la siembra.
Las referencias históricas señalan que en esta fecha, la gente se reunía en lugares ceremoniales y llevaba sus 'illas' o amuletos e 'ispallas' o semillas y las intercambiaban, lo que se conocía por entonces como 'ch'alasita' o 'chalak’asiña', comentó.
Por otra parte, se tenía la costumbre de hacer pequeñas efigies en barro simbolizando los deseos de la gente para el año, algo que se replicó en esta jornada.
Los historiadores bolivianos refieren que la celebración fue trasladada de diciembre a enero en 1783 por orden del entonces gobernador de La Paz, el español Sebastián Segurola, para conmemorar la victoria de los suyos ante una sublevación liderada por el caudillo indígena Tupac Katari y en honor a la Virgen de Nuestra Señora de La Paz.
Así, la festividad y sus símbolos se fueron transformando hasta llegar a la actual expresión de lo ancestral fusionado con lo mestizo y urbano, y su protagonista es el Ekeko, el dios de la abundancia hoy representado en un muñeco regordete, con tez blanca y mejillas rosadas, pequeño y cargado de diversos bienes a la espalda.
Para recibir el solsticio de verano, las autoridades municipales y artesanos de la Alasita, junto a 'amautas' o sabios aimaras, presentaron cuatro ofrendas a la Pachamama.
Los ofrecimientos incluyeron dulces de distintas formas, plantas medicinales, incienso, resinas aromáticas vegetales y fetos de llama disecados, que luego se colocaron sobre altares de leña a los que después se les prendió fuego.
Los 'amautas' recitaron oraciones en aimara para pedir prosperidad y buenos augurios para la ciudad.
A la par, se montó una pequeña feria con una muestra de algunas miniaturas y artesanías características de la Alasita, como muebles, alcancías y ropa, donde los protagonistas fueron los hijos de los feriantes.
No faltaron otros sectores tradicionales, como la venta de plantas ornamentales o la de comidas, donde resaltó la oferta de pequeños anticuchos, unas brochetas con trozos de corazón de res asadas en pequeñas parrillas y servidas con patatas calientes y una "llajua" o salsa picante de maní.
Gina Baldivieso