Caracas, 6 dic (EFE).- El 6 de diciembre de 1998, Hugo Chávez ganó por primera vez unas elecciones presidenciales en Venezuela, donde aseguró que había "llegado la hora del pueblo", hoy más empobrecido que entonces y gobernado por una extensión de aquella revolución bolivariana que ha mutado numerosas veces, como el país.
Tras 25 años de la victoria, el proyecto inicial sobrevive principalmente en el discurso gubernamental, mientras que la población ha sorteado una época convulsa, con una sucesión de crisis en lo económico, político y social, esferas que no se parecen en nada a la forma en que existían hace un cuarto de siglo.
La irrupción de Chávez en el poder, luego de 40 años de bipartidismo, se enfrentó en las primeras gestiones a las resistencias típicas de instituciones que estaban acostumbradas a un modo de proceder, lo que el 'comandante' intentó empujar a su favor combinando fuerza y encanto, una mezcla que le permitió cambiar la Constitución y cortar el financiamiento a los partidos políticos.
Cuando llevaba tres años como presidente, entonces con 47 años de edad, el líder socialista despidió, en una alocución televisada, a directivos de la estatal petrolera, tras lo cual se desataron manifestaciones callejeras que acabaron en un golpe de Estado, que lo mantuvo fuera del poder durante 72 horas.
Desde entonces, su Gobierno sobrevivió a una huelga general de trabajadores que se extendió durante casi tres meses y un referendo revocatorio presidencial, al tiempo que subían los precios globales del crudo, y radicalizaba su discurso y su accionar, con una política de expropiaciones que dejó a unos incrédulos y a otros en la ruina.
Con este talante descubierto, Chávez pidió en 2006 otro sexenio en la Presidencia "por amor", y lo consiguió gracias a una aplastadora mayoría que apostó por la promesa socialista, sustentada en programas de ayudas sociales recién creados, mientras el país vivía del capitalismo que disparó las tarifas petroleras y, con ello, engordó la chequera nacional.
Una vez avanzado el dominio gubernamental sobre la economía -con estatizaciones y controles- y ya con todas las instituciones dirigidas por simpatizantes del chavismo, el jefe de Estado se empeñó en reformar la Constitución para permitir la perpetuidad en el poder. Aunque los venezolanos rechazaron esta idea en 2007, en 2009 fue aprobada por la mayoría.
Así, boyante de dinero, un chavismo magnánimo tomó cada espacio en Venezuela, que pasaba a manos de militares en ministerios y gobernaciones, con la mirada puesta en la eterna búsqueda del socialismo, que terminó para Chávez en 2013, cuando murió luego de dos años enfrentando un cáncer.
La muerte del presidente encumbró en las urnas a Nicolás Maduro, quien venía de ser canciller y vicepresidente, lo que abrió un abismo de dudas sobre la capacidad de mantener el poder y el estilo que adoptaría el delfín político, con mucho menos carisma y popularidad que su mentor.
Una vez que Maduro dejó claro que se mantendría en el poder pese a cuestionamientos sobre su legitimidad, el chavismo cerró filas para enfrentar y reprimir a una oposición feroz, que impulsó oleadas de protestas y movimientos contra el Ejecutivo.
Lo más difícil de navegar para la revolución bolivariana fue sortear la impopularidad y el aislamiento internacional en un país que se hacía más pobre conforme avanzaba la segunda mitad de la década pasada, cuando el Gobierno mostró su cara más autoritaria y fue tachado de dictadura por numerosos países.
En cada dificultad, el chavismo ha encontrado un enemigo al que culpar, bien sea la oposición 'apátrida' o el 'imperialismo' extranjero, representado en Estados Unidos o en líderes de la derecha que, según Venezuela, han buscado incesantemente acabar con la revolución bolivariana y matar al presidente.
El Gobierno chavista sortea sanciones internacionales, investigaciones por crímenes de lesa humanidad, señalamientos por autoritarismo, una idea gastada de revolución y una impopularidad que, según encuestadoras, le costarían el poder en unas elecciones transparentes y competitivas.
Pero, de cara a las presidenciales de 2024, la forma sui generis de hacer política que instauró Chávez sigue rindiendo frutos, con un Maduro que saca ases bajo la manga en un país que intenta recuperar su economía y seguir reconectándose con el mundo global.
Héctor Pereira