Lhasa (Tíbet), 28 jul (EFE).- En una escuela secundaria de Shannan, a 150 kilómetros de la capital de Lhasa, alumnos, funcionarios y profesores han sido llamados a filas un domingo, día de descanso, para apuntalar la versión oficial del Gobierno chino de que la situación educativa en el Tíbet es de "armonía y normalidad".
Que en centros como éste se ha impuesto el estudio del mandarín es cierto, pero también lo es que se enseña a los alumnos la lengua tibetana, la minoría de la que forman parte, aunque pasen ya buena parte del tiempo completamente inmersos en la cultura china.
Se trata de una visita organizada por las autoridades para periodistas extranjeros -la única manera de acceder al Tíbet, al que no hay libre acceso para la prensa-, para rebatir las acusaciones de que el Partido Comunista (PCCh) ha puesto en marcha políticas de asimilación forzosa contra los tibetanos y argumentar que su intención es simplemente "impulsar el desarrollo" de la región.
Aunque a algunos locales, hablando desde el anonimato, les escuece el creciente protagonismo del mandarín, desde arriba se sostiene que es la única manera de progresar.
"Hay 30 profesores de lengua tibetana a tiempo completo en nuestra escuela. ¿Las horas de clase de tibetano? De 5 a 7 por semana, las mismas que las de mandarín", asevera la vicepresidenta de la escuela, Wang Chuin'eqa, después de una breve visita guiada a las aulas.
No obstante, reconoce que, en función de la edad, la situación cambia: "Hay más asignaturas de tibetano en el primer año de secundaria... En los siguientes, menos".
Los funcionarios conducen a los periodistas a lecciones de música tradicional o a actuaciones de baile al aire libre que apoyan la versión oficial de que la región sigue la senda de la "prosperidad" y la "armonía étnica".
También acompañan a una clase de caligrafía tibetana, donde, pincel en mano, el profesor Dorjee Tsering relata orgulloso que ha enseñado este arte durante 18 años.
"Escribe bien, sé un buen hombre", dice uno de los eslóganes que cuelgan en la pared mientras uno de los alumnos, Tashi Zhuoga, señala que practica este arte como actividad extraescolar y que su gran aspiración es "estar a la altura" de sus maestros.
LOS INTERNADOS, A DEBATE
Pero estas escuelas funcionan como internados y entrañan, según el testimonio de oenegés y de los relatores de Naciones Unidas, el riesgo de que las nuevas generaciones pierdan el contacto con sus raíces.
Temen que los niños tibetanos pierdan la capacidad de comunicarse con padres y abuelos, contribuyendo inevitablemente a la erosión de su identidad, dados los "planes de estudios en chino mandarín, que no incluyen aprendizaje tradicional o culturalmente relevante".
De acuerdo con los expertos de la ONU, no hay un estudio "sustantivo" del idioma, la historia y la cultura de esta minoría, e incluso el líder del Gobierno tibetano en el exilio, Penpa Tsering, acusó el pasado mes a China de querer convertir al Tíbet en una "gran prisión" y perpetrar un "genocidio cultural".
Según los relatores de la ONU, el sistema de internados es proporcionalmente mayor en el Tíbet que en el resto de China, donde solo el 20 % de los niños son educados en instituciones similares.
Atribuyen esta situación al cierre de escuelas rurales en la región, aunque el Gobierno asegura que los internados suponen "una gran oportunidad" para que los niños tibetanos puedan recibir una educación que les abra nuevas puertas en el mundo laboral.
Todo en un entorno en el que las banderas chinas se entremezclan con mensajes de patriotismo y gratitud hacia el PCCh.
Dawa Tsering, subdirector de la escuela de Shannan, fundada en 2004 y que cuenta con dormitorios, cantina, biblioteca y un campo deportivo para sus más de 2.000 estudiantes, relata que la gran mayoría de ellos provienen de familias con pocos recursos que "de otra manera no podrían avanzar".
Mientras, un estudiante, Lasong, explica que su casa está en el condado de Naquru y que sus padres son pastores: "Sí, tengo que estudiar chino, quiero entrar en la Universidad del Tíbet", comenta, mientras que su compañera de clase Tashi Yuzhen explica que comenzó a aprender chino desde el primer curso de primaria.
"Para el sexto curso ya lo hablaba con fluidez", dice.
Entretanto, uno de los funcionarios que sigue a la prensa recalca que "son las familias quienes toman la decisión" de enviar o no a sus hijos a estos centros.
"La vida de los niños en las zonas rurales, a gran altitud, es dura. Aquí, en los internados, van a mejorar", comenta.
Agrega que es "falso" que no se proteja el lenguaje tibetano y que el Gobierno ha invertido mucho en proteger su cultura, "en la práctica y por ley".
"No entiendo el porqué de las acusaciones", zanja.
Jesús Centeno