Beirut, 14 jul (EFE).- El Gobierno del presidente sirio, Bachar al Asad, ha subido de golpe varios peldaños en la escalera de influencia tras permitir anoche la entrega de ayuda de la ONU a los bastiones opositores bajo la condición de que se le involucre en el proceso, una maniobra que ha despertado gran preocupación.
Contra toda expectativa, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas fracasó el pasado martes a la hora de renovar el mecanismo que permitía a las agencias del órgano entregar asistencia a las zonas rebeldes del noroeste de Siria a través del paso fronterizo de Bab al Hawa, en la divisoria con Turquía.
Un veto de Rusia, estrecha aliada de Al Asad, a una extensión de nueve meses y la oposición de la mayoría de los otros miembros del Consejo de Seguridad a una prórroga de tan solo seis, ha puesto en bandeja a Damasco la oportunidad de salir al rescate y permitir de forma unilateral la continuación de la ayuda.
Con el mecanismo expirado desde la medianoche del pasado lunes y el sustento de 4,1 millones de necesitados contra las cuerdas, Siria condicionó anoche su oferta a que los envíos se hagan "en plena cooperación y coordinación" con su Gobierno, a lo que la ONU todavía no ha respondido públicamente.
"Bueno para que la ayuda continúe fluyendo, no lo es tanto dejar tal influencia a Al Asad", alertó en su cuenta de Twitter el analista del centro investigador Atlantic Council Qutaiba Idlbi.
CONTRA SU RAZÓN DE SER
La prerrogativa más básica del mecanismo de la ONU era precisamente que los suministros se entregaban sin pasar por las manos de Damasco, acusada de desviar asistencia humanitaria para su beneficio político o de impedir el abastecimiento a áreas opositoras como medida punitiva y de presión.
La asesora del Instituto Europeo de Paz Emma Beals también acudió a la red social para recordar que los "millones" de personas dependientes de la asistencia humanitaria en las provincias de Idlib y Alepo "han sufrido denegación de ayuda, incluyendo después del devastador terremoto" del pasado febrero.
"El consentimiento las pone a merced del mismo régimen, que no ha cambiado su postura. Si el régimen retira su consentimiento, el sistema de la ONU no tiene desagravio y les fallará de nuevo", advirtió la experta.
Aunque a lo largo de los años solo la de Bab al Hawa había sobrevivido a los vetos rusos, el Consejo de Seguridad también dio en 2014 luz verde a la utilización de otros tres pasos fronterizos con Turquía, Irak y Jordania para abastecer directamente zonas que escapaban al control del Gobierno.
Hoy, Idlib es considerada el último bastión opositor en Siria y pese a un cese de hostilidades en vigor desde hace tres años es a menudo objeto de ataques de las fuerzas gubernamentales sirias y de bombardeos de Moscú, que desde 2015 interviene en el conflicto armado en favor de Al Asad.
La analista del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS) Natasha Hall destacó la protección que proporcionaba el mecanismo de la ONU, "ya que los ataques, tortura, asesinatos y bombardeos contra trabajadores humanitarios, operaciones, civiles e infraestructura civil han sido la principal táctica del régimen durante doce años".
La experta, investigadora de los sistemas humanitarios en Siria, consideró en su cuenta de Twitter que el nuevo orden de cosas "derrota casi todas las razones por las que fue creado inicialmente" y llegó incluso a calificarlo como un "nuevo nivel de distopía orwelliana".
EL OTRO LADO
Tras los seísmos de febrero, Al Asad ya había autorizado de forma unilateral a la ONU a entregar ayuda a los golpeados bastiones opositores del noroeste a través de otros dos cruces con Turquía, luz verde que expira el próximo agosto y que la ONU espera sea renovada de nuevo.
Sin embargo, Bab al Hawa seguía siendo la principal vía de acceso y la no extensión en el Consejo de Seguridad deja todos los puntos directos de entrada a merced de la voluntad de Damasco, que podría utilizar su posición de poder para negociar otras prerrogativas con la comunidad internacional.
Desde los terremotos, Al Asad se ha reconciliado con buena parte del mundo árabe tras doce años de repudio por sus políticas represoras y buscas, con Occidente todavía opuesto a cualquier normalización de relaciones, reactivar su lastrada economía y avanzar en la reconstrucción el país.
Otro gran interrogante será la aceptación o no de los grupos insurgentes que controlan el noroeste, y que en el pasado han puesto trabas a la llegada de ayuda de la ONU de forma doméstica desde áreas del país controladas por su "verdugo" Damasco.
La condición de que los envíos se hagan en "coordinación" con el Gobierno también podría despertar el miedo de las ONG locales involucradas en el proceso de distribución o de los propios beneficiarios, ahora más que nunca entre la espada y la pared.
Manolo G. Moreno