CIUDAD DE MÉXICO (AP) — Ya con la túnica de terciopelo puesta y el sombrero ajustado, a Miguel Zadquiel sólo le falta colocarse la máscara y escuchar el primer golpe del tambor para empezar a bailar.
“Por cada sonido que hace, yo muevo los pies”, dice como si la música ya sonara en su cabeza. “Da un golpe y yo muevo un pie, el otro. O doy una vuelta y muevo los hombros. Cada quien tiene su estilo”.
A sus 14 años, Miguel ya es un orgulloso integrante de la comparsa “Brinco de fe”, un grupo de medio centenar de bailarines conocidos como “chinelos” que del 16 al 24 de diciembre encabezaron una serie de procesiones católicas en Xochimilco, un barrio al sur de Ciudad de México.
El recorrido forma parte de la temporada de posadas, pero en esta zona de la capital cumple un propósito adicional: celebrar al Niñopa, una representación del niño Jesús que los vecinos estiman como su patrón.
Las posadas son una tradición del México posterior a la conquista. Se llevan a cabo durante nueve noches y en cada una los devotos recuerdan el peregrinaje de José y María para buscar refugio antes del nacimiento de Jesús.
Para ello, un hombre y una mujer se disfrazan como la pareja y peregrinan acompañados de algunos vecinos mientras sostienen veladoras o luces de bengala. Al llegar a una casa previamente seleccionada tocan la puerta, intercambian una canción con quienes esperan al interior y pasados unos minutos ingresan para celebrar juntos la llegada de Jesús.
En Xochimilco las posadas involucran todos los sentidos. Al ritmo del tambor, el clarinete y la trompeta, uno se siente tentado a bailar mientras camina, como los integrantes de la comparsa de Miguel. En el trayecto se reparten gorros de colores, globos y reguiletes. Los fuegos artificiales hacen su aparición de manera inesperada y apenas da tiempo de sacar el teléfono para inmortalizar el instante.
“Primera vez que vengo y me ha encantado. Es muy alegre todo, muy feliz”, dice Donaldo López, un mexicano de 25 años que vive en otro barrio pero se unió a la posada del Niñopa por invitación de su hermana, que recientemente se mudó a Xochimilco.
A su costado hay dos niñas pequeñas que sueltan un puñado de confeti sobre la calle mientras su madre prepara su cámara para fotografiar al festejado, una figura de madera del tamaño de un bebé de carne y hueso que hoy viste de blanco.
Nadie sabe con certeza quién talló al Niñopa, pero se cree que fue hallado cerca de la catedral de Xochimilco después de la conquista española. A la fecha se le considera milagroso y sus devotos suelen rezarle cuando un familiar enferma y esperan su recuperación.
“Hemos visto varias historias de él en internet y varios conocidos nos han contado cosas que les ha cumplido”, cuenta Fernanda Mimila, de 20 años. “A mí y a mi familia siempre nos pasa que cuando lo vemos de cerca o lo vemos pasar en algún lugar sentimos la vibra y nos dan ganas de llorar”.
Antes se permitía que sus devotos lo cargaran durante la procesión pero ahora se le cuida con esmero. Se calcula que tiene unos 450 años, así que las precauciones nunca están de más.
No se puede exponer a la luz solar, al flash de las cámaras o a la humedad, explica Abraham Cruz, cuya familia organizó la sexta posada de esta temporada invernal. A sus espaldas, en lo que parece ser la cochera de la vivienda, el Niñopa luce sonriente y tranquilo desde una suerte de altar casero mientras inicia la procesión.
Tener al Niñopa en el hogar es el honor de una vida. El respeto y cariño hacia esta representación de Jesús se transmite de una generación a otra y organizar una posada en su nombre es tan deseado que se solicita con décadas de anticipación. La fiesta de hoy se asignó hace diez años, pero la segunda de la temporada se comprometió hace 28, asegura Abraham.
Asumir esta responsabilidad implica planeación y ahorro, pues la familia que organiza la posada debe costear hasta el último detalle: desde los globos que flotan sobre las cabezas de los participantes hasta la misa y los tacos que se ofrecen a todo el que guste formar parte del festejo.
Como en otros barrios de México, en Xochimilco existe una “mayordomía”, una familia o grupo de personas que se encargan de salvaguardar alguna imagen sagrada para la comunidad. Este rol también tarda décadas en asignarse y cuando eso ocurre, las familias destinan un espacio de su casa para él.
Durante las nueve posadas, el proceso se repite día tras día: los posaderos elegidos para la jornada recogen al Niñopa en la mayordomía, lo trasladan a una iglesia donde se celebrará una misa, ofrecen un almuerzo en su honor y luego lo llevan a casa, donde otros devotos lo visitan y esperan a la procesión nocturna, que concluirá con su regreso a la mayordomía y los cantos de acompañamiento a María y José.
A la caminata nocturna se unen miles de personas. Las parejas se toman de la mano. Los nietos empujan las sillas de ruedas de sus abuelos y los padres abrazan a sus hijos pequeños para calentarlos si sienten frío.
Al frente de la procesión avanza la comparsa junto a la banda de música. Le siguen María y José disfrazados y al final el Niñopa, que para su protección viaja cómodo y seguro en una camioneta BMW.
Vestida de rosa al igual que sus pequeñas, Magda Reyes toma las manos de sus hijas de siete y once años mientras cuenta que ha asistido a las posadas del Niñopa desde que era niña. “Xochimilco es muy devoto de lo que representa. Mi mamá me traía (a las posadas) y ahora yo traigo a mis hijas”.
Para muchos, la noche más especial llega con la última posada, el 24 de diciembre.
Después de la procesión, cerca de la pareja que representa a María y José, los asistentes cantan para arrullar al “niño Dios”, como le llaman con cariño. La canción del pueblo se escucha sin importar que él ya esté dentro de casa y pocos puedan verlo. Es una voz colectiva para recordarle que lo quieren y lo cuidan, tal y como él les da su bendición.
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