WASHINGTON (AP) — Calista Anderson estaba en una pijamada cuando le llegó el correo electrónico de una amiga. Tenía 12 años y acababa de vivir el peor momento de su vida: su madre había sido asesinada mientras trabajaba en el extranjero. El correo supuso una nueva sacudida.
Enlazaba con un artículo de prensa que revelaba que, en contra de lo que le habían dicho, su madre no había trabajado para el Departamento de Estado. Era una agente de la CIA.
“Llamé a mi padre y le dije: ‘Ven a buscarme a la pijamada. Tenemos que hablar’”, dijo.
La pérdida de un padre es dolorosa para cualquier niño. Pero para los hijos de los agentes de la CIA muertos en el cumplimiento de su deber, el dolor puede verse agravado por sorprendentes revelaciones sobre quiénes eran sus padres y cómo habían muerto. A veces los hijos no se enteran de lo que pasó.
Ahora, con 24 años de edad, Anderson trabaja en una fundación que apoya a familias como la suya. La CIA Officers Memorial Foundation (Fundación Conmemorativa de Agentes de la CIA) cubre las colegiaturas universitarias y otros gastos a los hijos y cónyuges de agentes fallecidos. No es de extrañar que gran parte de la labor benéfica para apoyar a esas familias se realice en privado.
Los directivos quieren cambiar esta situación llevando a cabo reuniones para los hijos de agentes caídos y contando poco a poco más de sus historias públicamente.
“Las personas a las que apoyamos tienen que permanecer en la sombra, pero la fundación no tiene por qué estarlo”, dijo John Edwards, un alto ejecutivo retirado de la CIA que se convirtió en presidente de la fundación el año pasado.
Hay cerca de 70 hijos de agentes que reciben la matrícula universitaria y otros gastos por parte de la fundación. Y el trabajo de este organismo no terminará pronto, ya que se prevé que otros 80 niños reciban becas.
Dos décadas después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, las agencias de inteligencia están desplazando sus recursos hacia Rusia y China, y centrándose en tecnologías avanzadas. Pero aunque las fuerzas estadounidenses ya no están involucradas en Afganistán, los agentes de la CIA y otras agencias de inteligencia siguen trabajando en zonas de combate y en las así llamadas "áreas restringidas”, donde los estadounidenses no son bienvenidos.
“Me encantaría que nos quedáramos sin trabajo”, dijo Edwards. “La naturaleza del trabajo dice que probablemente no será así”.
No se sabe cuántos agentes de inteligencia murieron en Irak o Afganistán. Hay 139 estrellas en el muro conmemorativo de la CIA en honor a funcionarios suyos que han muerto a lo largo de sus 75 años de historia. Desde el 11 de septiembre se han añadido 52 de las estrellas. No todos esos oficiales han sido nombrados públicamente.
Las agencias de inteligencia y las fuerzas armadas conceden prestaciones por fallecimiento a las familias del personal muerto en el cumplimiento del deber, pero esos pagos no suelen cubrir todos los gastos, sobre todo los de la universidad.
Un evento habitual es el concierto llamado “Spookstock”, que beneficia conjuntamente a la fundación de la CIA y a la Special Operations Warrior Foundation, un organismo sin fines de lucro que proporciona becas universitarias a los hijos de personal de operaciones especiales que perdió la vida en su trabajo. Suele celebrarse en un lugar no revelado de las afueras de Washington y atrae a las familias de los oficiales caídos, a altos funcionarios de inteligencia y a sus familias, así como a empresas patrocinadoras y simpatizantes.
Edwards señaló que quería mantener la misión principal de la fundación de financiar becas y ampliar su oferta para las familias. La fundación ha puesto en marcha un programa de guardería y ha añadido servicios profesionales para poner en contacto a los becarios con ejecutivos de empresas.
Pero también quería tener un papel más público y promover relaciones entre un grupo que gente relacionada con la fundación suele llamar “los niños”: los hijos de agentes asesinados que han recibido becas, algunos de ellos ahora con 30 años o más.
“Si se reúne a estos chicos que han tenido circunstancias de vida similares y situaciones traumáticas por las que han pasado, se crea un vínculo instantáneo”, dijo Edwards. “Cuanto más podamos involucrar a estos estudiantes, mejor”.
Anderson tiene “credibilidad instantánea”, dijo, al ser alguien bien conocida tanto entre los receptores de las becas como entre los funcionarios de inteligencia actuales y anteriores.
De niña, Anderson vivió en Inglaterra durante cuatro años con su padre, dos hermanos menores y su madre, Jennifer Matthews. Sin que sus hijos lo supieran, Matthews tenía un alto cargo en el cuartel londinense de la CIA. Poco después de que la familia regresara a Virginia, Matthews se fue a Afganistán para lo que sus hijos pensaban que era una misión diplomática.
En realidad, Matthews era jefa de la base de Khost, que formaba parte de las operaciones antiterroristas de la CIA en Afganistán.
La CIA estaba trabajando para evaluar la confiabilidad de un médico jordano del que se creía que tenía información sobre el paradero del entonces número 2 de Al Qaeda, Ayman al Zawahri. El jordano, Humam al Balawi, fue llevado a la base de Khost en diciembre de 2009 para lo que las autoridades esperaban sería una reunión crucial, según los resultados de las revisiones de la agencia publicadas al año siguiente por su entonces director Leon Panetta.
En cambio, poco después de entrar en el recinto, Al Balawi desató una explosión letal. Provocó la muerte de cinco empleados de la CIA, dos contratistas de seguridad de la agencia, un oficial de inteligencia jordano y del conductor afgano que lo había llevado a Khost.
El atentado hizo que Anderson, su padre y sus dos hermanos captaran la atención internacional mientras guardaban luto y trataban de entender lo sucedido.
Su padre explicó lo que sabía sobre el trabajo de su madre, y los amigos de su madre que trabajaban en la CIA proporcionaron más información faltante en los años siguientes. Antiguos compañeros de trabajo también narraron historias sobre la afición de su madre a la pedicura y a la champaña.
A medida que crecía, Anderson dejó de leer sobre su madre en internet y evadió las representaciones de ella en la cultura pop. No ha visto “Zero Dark Thirty”, la película sobre la búsqueda de Osama bin Laden que recrea parte del tiempo que pasó su madre en Khost y su trabajo previo en una célula de la CIA que buscaba a Bin Laden antes y después del 11 de septiembre de 2001.
La posibilidad de que la CIA hubiera podido evitar el atentado de Khost sigue siendo un punto de controversia dentro de la comunidad de inteligencia y de la familia de Matthews. Algunos exagentes han culpado a Matthews.
Las revisiones internas de la agencia concluyeron que advertencias cruciales no fueron difundidas lo suficiente y que no estaba claro quién estaba a cargo de la operación. La CIA no despidió ni sancionó a ningún miembro del personal, dijo Panetta en 2010, pero endureció los procedimientos de seguridad y estableció nuevos grupos para entrenar mejor a los agentes en zonas de combate y detectar a los agentes dobles.
Después de que un equipo de la CIA matara a Al Zawahri a finales de julio en un ataque con un dron, varios de los antiguos colegas de Matthews dijeron que pensaron en ella.
“Estaba comprometida apasionadamente en derrotar (a Al Qaeda), y si estuviera aquí hoy, nadie estaría más orgulloso de ese logro que ella”, dijo la exdirectora de la CIA Gina Haspel, colega cercana de Matthews, en un discurso reciente en un evento de la fundación.
Anderson se graduó de la Universidad de Richmond y luego obtuvo una maestría en historia del arte, un título que, según bromea, no le dejó otra opción que aceptar la oferta de trabajo de la fundación como coordinadora de eventos.
Ayudó en la última edición de “Spookstock” y recientemente organizó un torneo de golf para los becarios actuales durante sus vacaciones por el Día de Acción de Gracias.
En eventos como estos y en conversaciones con otros hijos de agentes fallecidos, a menudo saca a relucir sus propios recuerdos de su madre y sus experiencias tras la muerte de ésta. Los sentimientos de dolor y conmoción a veces vuelven a aparecer.
“Hay momentos en los que puede ser extremadamente difícil desde el punto de vista emocional; puede ser sumamente agotador. Puedo sentirme muy vacía”, dice. “Pero en muchos sentidos, realmente estoy muy agradecida por esos momentos, porque realmente me recuerdan por qué hacemos lo que hacemos”.