BULL HOLLOW, Oklahoma, EE.UU. (AP) — Ryan Mackey cantaba en voz baja una estrofa sagrada cheroqui mientras sacaba un puñado de tabaco de una bolsa resellable. Pasando los brazos por arriba de una cerca de alambre de púas, esparció las hojas sobre el pasto en donde una manada de bisontes pastaba en el noreste de Oklahoma.
La ofrenda representaba un respetuoso acto de agradecimiento, explicó el hombre de 45 años, y un deseo de forjar una conexión divina con los animales, sus ancestros y el Creador.
“Cuando el tabaco se usa de la forma correcta, es casi como si hicieras un contrato con el espíritu, el espíritu de nuestro Creador, el espíritu de estos bisontes”, dijo Mackey mientras un viento fuerte soplaba a través del campo cubierto de hierba. “Dicen que todo tiene un aspecto espiritual. Así como este viento, lo podemos sentir en nuestras manos, pero no lo podemos ver”.
Décadas después de que el último bisonte desapareciera de sus tierras, la Nación Cheroqui ahora es parte de un resurgimiento a nivel nacional de indígenas que intentan reconectarse con los jorobados y melenudos animales —conocidos popularmente como búfalo americano— que ocupan un lugar crucial en las tradiciones y creencias centenarias.
Desde 1992, el Consejo InterTribal del Búfalo, una entidad con estatutos federales, ha ayudado a trasladar a los bisontes excedentes de lugares como el Parque Nacional Badlands, en Dakota del Sur; el Parque Nacional Yellowstone, en Wyoming; y el Parque Nacional Gran Cañón, en Arizona, a 82 tribus en 20 estados.
“De forma colectiva, esas tribus se encargan de más de 20.000 búfalos en tierras tribales”, dijo Troy Heinert, un miembro de la tribu Rosebud Sioux que funge como director ejecutivo del Consejo InterTribal del Búfalo, con sede en Rapid City, Dakota del Sur. “Nuestro objetivo y misión es recuperar los búfalos en el país indígena debido a esa conexión cultural y espiritual que las personas indígenas tienen con el búfalo”.
Hace siglos, un estimado de entre 30 y 60 millones de bisontes deambulaban en las Grandes Llanuras de Norteamérica, desde Canadá hasta Texas. Pero para 1900, los colonizadores europeos prácticamente llevaron a la especie al borde de la extinción, cazándolos en masa por su preciada piel y a menudo dejando sus cadáveres pudriéndose en la pradera.
“Es importante reconocer la historia que los pueblos nativos tenían con el búfalo y cómo el búfalo prácticamente fue diezmado… Ahora, con el resurgimiento del búfalo, con frecuencia dirigido por naciones nativas, también estamos viendo ese despertar espiritual y cultural que viene de la mano con él”, dijo Heinert, quien es un senador estatal de Dakota del Sur.
Históricamente, los pueblos indígenas cazaban y usaban todas las partes del bisonte: para alimento, ropa, herramientas y motivos ceremoniales. Pero no consideraban al bisonte como un mero producto, sino como seres estrechamente vinculados con las personas.
“Muchas tribus los consideraban como un familiar”, señaló Heinert. “Eso lo puedes ver en las ceremonias, el lenguaje y las canciones”.
Rosalyn LaPier, una escritora y académica indígena que creció en la reserva de la Nación Blackfeet en Montana, dijo que hay diferentes historias mitológicas sobre el origen del bisonte entre los varios pueblos de las Grandes Llanuras.
“Dependiendo del grupo indígena con el que hables, el bisonte surgió del reino supernatural y terminó en la Tierra para que los humanos lo aprovecharan”, dijo LaPier, una historiadora ambientalista y etnobotánica de la Universidad de Illinois campus Urbana-Champaign.
“Y suele haber algún tipo de historia sobre cómo se les enseñó a los humanos a cazar bisontes, matar bisontes y faenarlos”, añadió.
Su tribu Blackfeet, por ejemplo, cree que hay tres reinos: el mundo celestial, el mundo de abajo —es decir, la Tierra— y el mundo subacuático. La tradición tribal, dice LaPier, afirma que los Blackfeet eran vegetarianos hasta que un bisonte huérfano se escapó del mundo subacuático en forma humana y fue adoptado por dos humanos cariñosos. Como resultado, el líder divino del bisonte subacuático permitió que llegaran más a la Tierra para ser cazados y comidos.
En Oklahoma, la Nación Cheroqui, que con 437.000 miembros registrados es una de las tribus nativas más grandes de Norteamérica, tenía unos cuantos bisontes en sus tierras en la década de 1970. Pero desaparecieron.
No fue sino hasta 40 años después que surgió la manada contemporánea de la tribu, cuando un enorme camión de ganado conducido por Heinert llegó en otoño de 2014 con 38 bisontes del Parque Nacional Badlands. Fue recibido con oraciones y canciones emotivas por parte de la tribu.
“Todavía recuerdo el rocío que cubría el pasto y los cantos de los pájaros que estaban en los árboles… Ese día podía sentir la esperanza y el orgullo en el pueblo cheroqui”, dijo Heinert.
Desde entonces, nacimientos y la llegada de más bisontes de varios lugares han incrementado la población a unos 215 ejemplares. La manada deambula en un pastizal de 2 kilómetros cuadrados (500 acres) en Bull Hollow, un área no incorporada del condado Delaware ubicada a unos 113 kilómetros (70 millas) al noreste de Tulsa, cerca del pequeño pueblo de Kenwood.
Por ahora, los cheroqui no faenan los animales, cuyos machos pueden pesar hasta 900 kilogramos (2.000 libras) y tener una altura de casi 2 metros (más de 6 pies), ya que los líderes se enfocan en que crezca la manada. Pero en el futuro, el bisonte, una proteína magra, podría usarse como una fuente alimentaria para escuelas y centros de nutrición cheroquis, dijo Bryan Warner, el subjefe de la tribu.
“Nuestra esperanza no es sólo por el bien de la soberanía alimentaria, sino realmente reconectar a nuestros ciudadanos con el camino espiritual”, dijo Warner, un miembro de la Iglesia metodista unida.
La reconexión conduce a su vez a discusiones sobre otra fauna, agregó, desde conejos y tortugas, hasta codornices y palomas.
“Todos estos animales... te ponen más en sintonía con la naturaleza”, manifestó, mientras algunos bisontes caminaban a través de un estanque cercano. “Y luego, básicamente, te pone más en sintonía contigo mismo, porque todos venimos del mismo barro del que están formados estos animales… de nuestro Creador”.
Los cheroqui, originarios del sureste de Estados Unidos, se vieron obligados a reubicarse a la actual Oklahoma en 1838 después de que se descubriera oro en sus tierras ancestrales. El recorrido de 1.600 kilómetros (1.000 millas), fue conocido como el Sendero de las Lágrimas y cobró casi 4.000 vidas debido a enfermedades y las difíciles condiciones del viaje.
Aunque los bisontes se asocian más con las tribus de las Grandes Llanuras que con aquellas originarias de la costa este, los recién llegados cheroqui tenían conexión con una subespecie ligeramente más pequeña, según Mackey. Los animales que actualmente hay en las tierras de la tribu no son descendientes directos, explicó, sino primos cercanos con los cuales la tribu puede tener un vínculo espiritual.
“No hablamos el mismo idioma que los bisontes”, dijo Mackey. “Pero cuando te sientas con ellos y pasas tiempo con ellos, se pueden desarrollar relaciones sobre… otros medios más que el mero idioma: compartir experiencias, compartir el mismo espacio y simplemente tener una sensación de respeto. Tu lenguaje corporal cambia cuando tienes respeto hacia alguien o algo”.
Mackey creció con raíces del pentecostés por el lado de su padre y bautistas por el lado de su madre. Ocasionalmente acude a la iglesia, pero encuentra mucho mayor significado en las prácticas ceremoniales cheroqui.
“Incluso si (los miembros de la tribu) son criados en la iglesia o en la sinagoga o en donde sea que decidan orar, sus ancestros son ancestros cheroqui”, dijo. “Y esta idea de relación, respeto y guardia con el suelo, con la Tierra, con todo aquello que reside en ella, pasa de generación en generación. Todavía penetra en nuestra identidad como pueblo cheroqui”.
Por eso cree que el regreso del bisonte a tierras cheroquis es tan importante.
“Los bisontes no son sólo carne”, dijo. “Representan la abundancia, la salud y la fortaleza”.
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La cobertura de The Associated Press sobre religión recibe apoyo a través de su colaboración con The Conversation US, con financiamiento de Lilly Endowment Inc. La AP es la única responsable de este contenido.