ISLA KONOMIE, Australia (AP) — Bajo las aguas turquesas de la costa de Australia se encuentra una de las grandes maravillas naturales del mundo: una colorida jungla submarina repleta de vida que, según los científicos, muestra algunos de los signos más claros hasta ahora del cambio climático.
La Gran Barrera de Coral, maltratada, pero no destrozada por el impacto del cambio climático, inspira esperanza y preocupación por igual, mientras los investigadores intentan comprender cómo puede sobrevivir a un mundo que se calienta. Las autoridades intentan ganar tiempo para el arrecife, combinando conocimientos antiguos con nuevas tecnologías. Están estudiando la reproducción del coral con la esperanza de acelerar su crecimiento y adaptarlo para que pueda sobrevivir en mares más cálidos y duros.
Las olas de calor submarinas y los ciclones causados en parte por las emisiones descontroladas de gases de efecto invernadero han devastado algunos de los 3.000 arrecifes que forman la Gran Barrera. La contaminación ensucia sus aguas y los brotes de una especie de estrella de mar, conocida como corona de espinas, han diezmado sus corales.
Los investigadores dicen que el cambio climático ya amenaza la vibrante superestructura marina y todo lo que depende de ella, y advierten que una mayor destrucción está por venir.
“Esta es una señal clara del cambio climático. Va a ocurrir una y otra vez”, afirmó Anne Hoggett, directora de la Lizard Island Research Station (Estación de Investigación de la Isla Lizard), sobre el daño continuo al arrecife por tormentas y olas de calor marinas más severas. “Va a ser una montaña rusa”.
Miles de millones de animales microscópicos llamados pólipos han construido este sorprendente coloso de 2.240 kilómetros (1.400 millas) de largo que tiene quizás un millón de años y que es visible desde el espacio. Es hogar de miles de especies de plantas y animales, y sustenta una industria turística de 6.400 millones de dólares anuales.
“Los corales son los ingenieros. Construyen el refugio y el alimento de incontables animales”, afirmó Mike Emslie, jefe del Programa de Monitoreo a Largo Plazo del arrecife en el Instituto Australiano de Ciencias Marinas (AIMS, por sus siglas en inglés).
Durante sus 37 años de evaluaciones submarinas, el equipo de Emslie ha visto crecer los desastres y golpear con más y más frecuencia.
Las olas de calor de años recientes causaron que los corales expulsaran innumerables organismos diminutos que alimentan a los arrecifes mediante la fotosíntesis, lo que provocó que las ramas perdieran su color y se “blanquearan”. Sin esas algas, los corales no crecen, pueden volverse quebradizos y proveen menos sustento para las casi 9.000 especies que dependen de los arrecifes. Los ciclones en la última decena de años destrozaron hectáreas de corales. Cada uno de ellos fue una catástrofe histórica por sí mismo y, sin tiempo para recuperarse entre cada uno de esos eventos, el arrecife no pudo crecer de nuevo.
No obstante, el equipo de Emslie notó corales nuevos que han brotado más rápido de lo esperado.
“El arrecife no está muerto”, declaró. “Es un sistema asombroso, hermoso, complejo y notable que tiene la capacidad de recuperarse si tiene la oportunidad y la mejor manera de que le demos una oportunidad es reduciendo las emisiones de carbono”.
El primer paso en el plan del gobierno para la restauración del arrecife es entender mejor el enigmático ciclo de vida del coral mismo.
Para ello, decenas de investigadores australianos se hacen a la mar a lo largo del arrecife cuando las condiciones son propicias para su reproducción, durante un evento de desove que es la única época del año en que los pólipos de coral se reproducen de manera natural a medida que el invierno se vuelve más cálido y se torna en primavera.
Pero los científicos dicen que ese ritmo de reproducción es demasiado lento para que los corales sobrevivan al calentamiento global. Así que se ponen equipos de buceo para recolectar los huevos y el esperma de coral durante el desove. De regreso en sus laboratorios, prueban maneras de acelerar el ciclo reproductivo de los corales y estimular los genes que sobreviven a las temperaturas más altas.
Uno de esos laboratorios, en un ferry adaptado como barcaza científica, flota frente a la costa de la isla Konomie, también conocida como la isla North Keppel, a dos horas en embarcación desde la costa continental en el estado de Queensland.
En una reciente tarde tempestuosa, Carly Randall, quien dirige el programa de restauración de corales del AIMS, se paró entre baldes llenos de especímenes de coral y tecnologías experimentales de plantación de corales. Explicó que el plan a largo plazo es cultivar “entre decenas y cientos de millones” de corales bebé cada año y plantarlos a lo largo del arrecife.
Randall comparó el esfuerzo con plantar árboles mediante drones, pero bajo el agua.
Sus colegas en el AIMS han criado con éxito en laboratorio corales fuera de temporada, un primer paso crucial para tener la posibilidad de introducir adaptaciones genéticas a gran escala, como una que les permita tener más resistencia al calor.
Los ingenieros diseñan robots para que quepan en una nave nodriza que desplegaría drones submarinos. Esos drones sujetarían corales seleccionados genéticamente al arrecife con clips en forma de búmeran. Los corales en objetivos específicos mejorarán los “procesos de recuperación natural” del arrecife, que al final “superarán el trabajo que hemos estado haciendo para mantenerlo durante el cambio climático”, agregó.
Australia ha sido azotada recientemente por incendios forestales, inundaciones y ciclones históricos exacerbados por la inestabilidad climática.
Eso ha impulsado un cambio político en el país a medida que los votantes ahora se preocupan más por el cambio climático, lo que ayudó a que hubiera un cambio de liderazgo nacional durante las elecciones federales de este año, aseveró Bill Hare, director general de la firma Climate Analytics.
El anterior primer ministro de la nación, Scott Morrison, era un conservador que fue criticado por minimizar la necesidad de hacer frente al cambio climático.
El nuevo gobierno de centroizquierda de Anthony Albanese aprobó una ley para alcanzar cero emisiones netas de carbono para 2050, que incluye reducciones de gases de efecto invernadero del 43% para 2030. Australia es uno de los mayores exportadores de carbón y gas natural licuado del mundo y va a la zaga de los objetivos de emisiones de los principales países industriales.
El nuevo gobierno ha bloqueado la apertura de una planta de carbón cerca de la Gran Barrera de Coral, pero recientemente otorgó nuevos permisos a otras plantas de carbón.
También continúa con la inversión para impulsar la capacidad natural del arrecife para adaptarse a un clima que se calienta rápidamente.
La Gran Barrera, del tamaño de Italia, es administrada como parque nacional por la Autoridad del Parque Marino de la Gran Barrera de Coral (GBRMPA, por sus siglas en inglés).
El científico en jefe de la GBRMPA, David Wachenfeld, expresó que “a pesar de los impactos recientes del cambio climático, la Gran Barrera todavía es un ecosistema vasto, diverso, hermoso y resiliente”.
Sin embargo, eso es hoy día, en un mundo que se ha calentado alrededor de 1,1 grados Celsius (2 grados Fahrenheit).
“A medida que nos acerquemos a los 2 grados (Celsius) y definitivamente cuando los superemos, perderemos los arrecifes de coral del mundo y todos los beneficios que brindan a la humanidad”, advirtió Wachenfeld. Agregó que como hogar de más del 30 % de la biodiversidad marina, los arrecifes de coral son esenciales para el sustento de cientos de millones de personas en los trópicos.
La Gran Barrera es “parte de la identidad nacional de los australianos y tiene un enorme significado espiritual y cultural para los pueblos de las Primeras Naciones”, añadió Wachenfeld.
Después de mucho maltrato y abandono por parte del gobierno federal, los grupos aborígenes tienen ahora un papel cada vez mayor en la gestión del arrecife. El gobierno solicita su permiso para proyectos allí y contrata a las comunidades para estudiarlo y remediarlo.
Varios miembros de las comunidades Yirrganydji y Gunggandji trabajan como guías, guardaparques marinos e investigadores en proyectos de protección y restauración del arrecife.
Después de bucear en aguas turquesas repletas de peces y corales vibrantes, Tarquin Singleton afirmó que su pueblo tiene memorias de más de 60.000 años de antigüedad de este “país marino”, incluidos cambios climáticos anteriores.
“Esa conexión está arraigada en nuestro ADN”, agregó Singleton, quien pertenece al pueblo Yirrganydji, originario del área que rodea la ciudad australiana de Cairns. Ahora trabaja como funcionario cultural con la Cooperativa del Arrecife, una empresa conjunta de agencias de turismo y grupos del gobierno y aborígenes.
“Utilizar eso en la actualidad puede realmente preservar lo que tenemos para las futuras generaciones”, añadió.
El pueblo Woppaburra, nativo de las islas Konomie y Woppa, apenas sobrevivió a la colonización de Australia. Ahora él forja un nuevo tipo de unidad “de una manera que no ocurriría normalmente” al compartir antiguas historias orales y trabajo en embarcaciones de investigación, comentó Bob Muir, un anciano indígena que trabaja como enlace comunitario con el AIMS.
Por ahora, cultivar y plantar corales en todo el arrecife es una ciencia ficción que parece posible. Actualmente es demasiado costoso escalarlo a los niveles necesarios para “ganar tiempo de arrecife” mientras la humanidad reduce las emisiones, afirmó Randall.
Expresó su esperanza de que dentro de 10 a 15 años los drones ya puedan estar en el agua.
Sin embargo, Randall advierte que los robots, las granjas de coral y los buzos expertos “no funcionarán en absoluto si no controlamos primero las emisiones”.
“Esta es una de las muchas herramientas en la caja que se están desarrollando”, afirmó. “Pero a menos que podamos mantener las emisiones bajo control, no tenemos muchas esperanzas para el ecosistema del arrecife”.
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