La Haya, 18 oct. La guerra contra el crimen organizado en Países Bajos se ha cobrado la vida de decenas de personas en la última década, y hoy mantiene encerrada a la princesa heredera Amalia y rodeado de seguridad al primer ministro Mark Rutte. El criminólogo neerlandés Emile W. Kolthoff explica a Efe quién está detrás de las amenazas y por qué.
La seguridad de ambos se ha incrementado y “eso es muy triste”, dice Kolthoff. Rutte tiene un equipo de protección mucho mayor que hace un año, y la princesa tuvo que dar un giro a su vida, dejar de vivir en Ámsterdam y llevar una vida universitaria como la de sus compañeros, y volver a vivir con sus padres para salir solo al acudir a clase, confirmó la reina Máxima.
Los grupos del crimen organizado en Países Bajos son conocidos como Mocro Mafia, están formados principalmente por ciudadanos neerlandeses y de origen marroquí o surinamés, y desde hace una década libran una guerra territorial entre bandas enemigas iniciada tras la desaparición de un cargamento de cocaína del puerto belga de Amberes.
A la par, ha crecido el negocio en Europa: hay más cocaína entrando por el puerto de Róterdam, y hay grupos produciendo en Países Bajos drogas sintéticas como el éxtasis. Es “un negocio internacional” y no se puede distinguir entre estos grupos porque operan a “una escala internacional, con criminales neerlandeses actuando en Sudamérica, y viceversa”.
“La cantidad de dinero en juego es tan grande que estos criminales usan lo posible para salvar su negocio, incluidas amenazas, intimidación, uso de la violencia, corrupción”, señala Kolthoff, profesor de criminología en la Open University de Países Bajos.
Es “muy importante” recordar que, en lo que afecta a la princesa Amalia y al primer ministro Rutte, son “amenazas, no violencia real”, y podría haber varias razones detrás, sin olvidar que las amenazas vienen de un grupo que tiene en la cárcel a su líder, Ridouan Taghi, detenido en Dubái en 2019 y hoy el centro de un juicio a 16 sospechosos por varios asesinatos.
“Las amenazas podrían estar destinadas a confundir al Gobierno, tenerlo entretenido, sin la intención de realmente hacer algo; o tener a la policía ocupada: se requieren muchos recursos humanos para proteger a estas figuras públicas, y esto quita capacidad de atender casos en los que los criminales están operando”, explica.
Además de estas dos hipótesis, Kolthoff no descarta que los criminales busquen “mostrar su poder de que están dispuestos y pueden hacerle algo a figuras públicas, como ya hicieron en el pasado” al matar en 2019 al abogado Derk Wiersum, representante de un testigo protegido contra Taghi; y el año pasado al conocido reportero de investigación Pieter de Vries.
Como cuarto planteamiento, Kolthoff cree que Taghi podría estar enviando un mensaje al Gobierno de que, a pesar de estar entre rejas, “sigue teniendo el poder de amenazar a las autoridades”.
Aunque es difícil tener una imagen clara de estos grupos, muchos criminales de la Mocro Mafia están en listas de las autoridades neerlandesas, algunos están en prisión -como el mano derecha de Taghi, Said Razzouki, arrestados en Medellín en 2020-, y otros están huidos o en otros países.
Uno de los principales focos del gobierno neerlandés son los jóvenes de zonas desfavorecidas que encuentran en el crimen organizado una opción de futuro.
“Eso requiere mucho trabajo y dinero, estos jóvenes son reclutados de barrios pobres, de los que abandonan las escuelas, o tienen poco futuro, y el crimen es una alternativa atractiva para hacer un buen dinero en muy poco tiempo”, detalla el criminólogo.
La estrategia requiere empezar a invertir en estos barrios, pero es “muy difícil cuando se está compitiendo con los enormes salarios que ofrece” el crimen organizado.
¿Convierte esto a Países Bajos en un “narcoestado”? “Para nada. En Sudamérica hay Estados en los que los gobiernos son corruptos y no funcionan, pero en Países Bajos hay un gobierno que funciona, un sistema de seguridad bueno, y nuestra Policía no es corrupta. Tenemos problemas con las drogas y el crimen organizado, sí, pero aún tenemos el control y un sistema democrático”, añade.
Pero estas amenazas no dejan de ser un impacto en la dinámica de Países Bajos, donde las figuras públicas, como Rutte o Amalia, acostumbran a moverse con cierta libertad y sin un gran equipo de seguridad.
“Hay mucho malestar en la sociedad por estas amenazas, y mucho apoyo a la princesa y al primer ministro, pero ellos mismos tienen que lidiar ahora con el dilema de gestionar su seguridad y hacer su trabajo como quieren hacerlo”, dice Kolthoff.
Imane Rachidi