Son pocos los días en que Mechthild Foerster no pasa delante de la placa conmemorativa de la sangrienta toma de rehenes en los Juegos Olímpicos de 1972. Sin embargo, esta habitante de la otrora villa olímpica no tiene la impresión de "vivir en un castillo embrujado".
El lugar donde fueron atacados hace 50 años los miembros de la delegación israelí por parte del comando de la organización palestina "Septiembre Negro" es hoy en día un coqueto conjunto de residencias y un barrio muy buscado de la capital bávara.
Cuando se mudó a la dirección del lugar de la tragedia, en el número 31 de Connolly Strasse, "no fue como si hubiese tenido la aterradora sensación de tener que vivir en un castillo embrujado", cuenta Mechthild Foerster, una jubilada de 85 años.
En ese completo de inmuebles, los antiguos apartamentos de la delegación israelí donde tuvo lugar la toma de rehenes fueron comprados por el Instituto Max-Planck, que aloja allí a algunos investigadores de paso por Múnich. Los apartamentos vecinos, como el de Foerster, están ocupados.
Una placa conmemorativa, en alemán y en hebreo, recuerda a los once israelíes que murieron el 5 de septiembre de 1972.
Cuando en 1986 obtuvo junto a su marido una vivienda en la villa, la octogenaria ignoraba que sería en el edificio de la tragedia. "Lo supimos de todos modos de manera bastante rápida, con la placa delante del inmueble". Pero "la vida continúa y las heridas tienen que curarse", estima.
A partir de 1973, la villa olímpica reacondicionada había recibido a sus primeros habitantes, recuerda Foerster, cuya cuñada se había mudado a la zona en aquel año.
- "En ningún otro lado" -
El lugar de 40 hectáreas, pegado al inmenso parque olímpico del doble de superficie, está ubicado en un barrio mucho más agradable que en sus inicios.
"Hacía mucho calor adentro, porque finalmente solo era un conjunto de cemento, una suerte de montaña que calienta en verano", recuerda la residente.
"Si no hubiésemos tenido muchas plantas casi por todas partes, esto habría sido invivible en verano. Ahora se volvió muy agradable", explica sonriendo, de regreso de sus compras que hizo en bicicleta.
La villa, con sus caminos de adoquines rojos y amarillos y sus tubos pintados de colores que guían a los visitantes, es actualmente un lugar de residencia tranquila para los jubilados y las familias.
No transitan autos en la superficie, ya que las vías de circulación fueron concebidas bajo tierra.
"Se puede dejar a los niños delante de la casa", dice Charlotte Haupt, madre de un bebé de 18 meses, que no se vería viviendo con chicos "en ninguna otra parte en Múnich". Haupt llegó a la villa como estudiante en 2010 compartiendo apartamento, y desde 2016 vive con su compañero.
"Es un pueblo, pero en el sentido positivo del término. Los habitantes se ayudan entre ellos, se dicen 'buenos días' a la mañana, se conocen", describe.
Por supuesto, reconoce Tina Wild, joven madre, "hay barrios más interesantes" y animados en la segunda ciudad de Alemania.
Ubicada a poco más de seis kilómetros del centro de Múnich, cuyo mercado inmobiliario es uno de los más caros de Europa, la antigua villa olímpica alberga también una residencia universitaria, con un periodo de alojamiento limitado a seis semestres.
Esta residencia fue instalada en la parte del complejo reservada en la época de los Juegos Olímpicos a las atletas femeninas, una práctica que ya no existe hoy en día.
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