CHAUVIN, Luisiana, EE.UU. (AP) — Deslizándose por un costado de su pequeño bote, la bióloga marina Bonnie Slaton avanza con el agua hasta la cintura mientras pelícanos marrones vuelan sobre ella, hasta llegar a la isla Raccoon.
Durante el período de apareamiento de las aves marinas, la isla ofrece una sinfonía de sonidos y movimientos en uno de los pocos refugios de los icónicos pelícanos que quedan.
La isla, con forma de media luna, es una faja de tierra que separa Luisiana del Golfo de México y que ayuda a frenar un poco las tormentas que vienen del mar.
Se encuentra a una hora de la costa en lancha y está lo suficientemente aislada como para permitir que las aves marinas aniden en sus manglares y en sus playas arenosas, a una buena distancia de la mayoría de los depredadores.
Hace una docena de años había 15 islas con colonias de pelícanos, el ave oficial del estado de Luisiana, que anidaban en ellas. Hoy quedan solo seis. Las otras están debajo del agua.
“Luisiana está perdiendo tierra rápidamente”, dijo Slaton, investigadora de la Universidad de Luisiana en Lavayette. “El hundimiento de la tierra y la subida del nivel de las aguas del mar son una combinación fuerte”.
La desaparición de las islas amenaza uno de los esfuerzos de conservación más exitosos del siglo pasado, una iniciativa de décadas que buscó evitar la extinción de los pelícanos.
En tierra, los pelícanos marrones son aves de aspecto torpe. Slaton dice que sus enormes picos y alas les dan un aire medio bobalicón. Pero cuando emprenden vuelo, son majestuosos.
Las mismas fuerzas que se devoran las costas de las islas hacen que los pantanos salados del sur de Luisiana desaparezcan más rápido que los de cualquier otra parte del país. Los científicos calculan que Luisiana pierde un terreno equivalente a una cancha de fútbol cada 60 a 90 minutos.
“Estamos en la primera línea del cambio climático. Todo pasa aquí”, dijo el ecologista de la Universidad de Luisiana de Lafayetta Jimmy Nelson.
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Mientras Slaton y otros dos biólogos recorrían la costa de Raccoon, las aves anuncian la presencia de los intrusos. Los ruidos de miles de gaviotas que se ríen tapan todo pensamiento humano.
Slaton cambia las baterías y las tarjetas con memoria de diez cámaras con sensores usadas para observar a los pelícanos en distintos hábitats. Hay nidos circulares de esparto suave en los manglares, otros en lomas cubiertas de césped.
Las cámaras muestran que la principal amenaza de los últimos años con las inundaciones, que pueden llevarse nidos enteros, como sucedió en abril del 2011.
Al pasar junto a un nido, Slaton se agacha para ver dos pequeños pelícanos grises y rosados que se retuercen, con los ojos todavía cerrados. En una semana, los animalitos están cubiertos de plumas blancas y grises.
Ver una colonia de aves marinas pone en evidencia la promesa y la fragilidad de las vidas nuevas. De repente los biólogos se limpian el excremento blanco de sus frentes. El excremento de las aves es un fertilizante natural que ayuda a los arbustos y el césped a crecer.
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Cuando Mike Carloss era niño en Luisiana, en la década de 1960, nunca vio pelícanos marrones.
Igual que el águila norteamericana, su población fue diezmada por el uso del pesticida DDT, que empequeñecía los huevos y evitaba que aves saludables rompieran el cascarón.
Los pelícanos desaparecieron de Luisiana, pero regresaron después de una exitosa iniciativa para preservar la especie.
Luego de que Estados Unidos prohibiese el DDT en 1972, los biólogos trajeron a los pelicanos de la Florida para que se reprodujesen nuevamente en las islas vacías frente a la Florida.
Más de 1.200 pelícanos fueron soltados al sudeste de Luisiana a lo largo de 13 años.
De joven, en sus inicios como colaborador del Departamento de Vida Silvestre y Pesca de Luisiana, Carloss pasó tiempo en Raccoon.
“Cuidé de pelícanos recién nacidos en una isla remota”, relató. “Alguien tenía que darles de comer a mano”.
Carloss lleva más de dos décadas trabajando como biólogo del estado y supervisó proyectos de restauración de la isla. Ahora teme que, si las islas siguen desapareciendo, “volveremos a los años 60, y no por un envenenamiento”.
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La protección de lo que queda dependerá de una intervención humana permanente.
En la actualidad un lado de Raccoon está rodeado de rompeolas de granito que desvían la corriente.
La erosión es un proceso natural y a lo largo de miles de años la mayoría de las islas se elevan y luego caen. A diferencia de las islas volcánicas, no hay un suelo rocoso en la Raccoon, solo capas de cieno que viene del Delta del Mississippi.
Pero la subida de los mares y un aumento en la frecuencia de las tormentas y en la intensidad del cambio climático aceleran el proceso.
Las islas, por otro lado, ya no reciben sedimentos del Mississippi porque el curso del río está controlado por diques desde los años 40 para evitar inundaciones y facilitar la navegación.
Otro día, los biólogos encaminan su bote de aluminio hacia una isla llamada Philo Brice que no ha sido restaurada.
Crecen los manglares en terrenos inundados y los pelícanos anidan en las ramas más altas.
Sigue habiendo un hábitat decente para la reproducción, siempre y cuando la tierra resista y las plantas sigan por encima del agua. “En cinco o diez años esto podría no estar aquí. Así de rápido están sucediendo estas cosas”, dijo Slaton.
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Cuando la bióloga Juita Martínez hizo una investigación en la costa de Luisiana entre el 2018 y el 2021, comprobó que la cantidad de pelícanos en otra isla inundada, que no fue restaurada, había bajado de 500 a 20.
Los pelícanos pueden vivir más de 20 años.
Por ahora, sigue habiendo muchos en la costa de Luisiana y se ven imágenes de ellos en todos lados: Placas de automóviles, restaurantes y sellos universitarios.
Los pelícanos marrones “son un símbolo de Luisiana, igual que el águila es un símbolo de Estados Unidos”, expresó Rue McNeil, directora ejecutiva del Centro para la Naturaleza de Northlake, en Mandeville, Luisiana.
Pero su futuro es incierto.
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Christina Larson está en Twitter, en: @larsonchristina
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