Quien solo asocie la arqueología con antiguas excavaciones y espectaculares hallazgos de momias podrá sentirse un poco desilusionado al ver el puesto de trabajo de Barbara Huber en un laboratorio de un complejo farmacéutico en la ciudad alemana de Jena: muchos frascos pequeños, centrifugadoras, algunos aparatos más grandes y monitores. A primera vista, aquí lo único que recuerda a excavaciones y culturas del pasado es un pequeño fragmento de arcilla. ¿Qué mezclaban los antiguos egipcios en su perfume? ¿A qué olía la época del Barroco? ¿Y se quemó incienso en la vasija cuyo fragmento yace ahora en el laboratorio de Huber? Lo que interesa a la científica del Instituto Max Planck de Historia Humana de Jena, en el centro-este de Alemania, se ha convertido en los últimos años en una nueva línea de investigación en toda Europa. Con ayuda de las nuevas tecnologías, químicos y arqueólogos no solo pueden recrear los aromas y olores del pasado, sino también devolverles la vida. Huber y sus colegas han publicado recientemente un artículo en la revista "Nature Human Behaviour" en el que explican el procedimiento que utilizaron para estudiar los paisajes olfativos del pasado. En primer lugar, se tomaron muestras de hallazgos arqueológicos, por ejemplo, del fragmento del incensario. A continuación, estas se colocaron en diferentes disolventes, lo que permite extraer las biomoléculas de las sustancias de aquel entonces. Al girar rápidamente la mezcla, se separan los residuos de arcilla del tiesto de las biomoléculas de las sustancias orgánicas. Lo que queda, es un líquido que se sigue analizando con diversos dispositivos. "Así obtenemos una composición de todas las moléculas, la llamada huella química de las antiguas fragancias, y podemos determinar en qué sustancias se encuentran estas moléculas", explica Huber. La científica añade que esto no solo permite determinar si el incienso se quemó realmente en el recipiente del que procede el fragmento, sino también crear una lista de sustancias que podrían utilizarse para recrear dicho olor. Por ejemplo, prosigue, se puede reconstruir la composición de un perfume del antiguo Egipto. Según Huber, también es posible rastrear las rutas comerciales de las antiguas sustancias y también determinar, por ejemplo, si los aromas y las especias solo se encontraban en la zona o se importaban de regiones extranjeras. Pero, ¿a qué olía el pasado? Investigadores de diferentes disciplinas de toda Europa han unido sus fuerzas para responder a esta pregunta. En el proyecto "Odeuropa", financiado por la Unión Europea, se pretende crear algo así como una enciclopedia de los olores. A partir de imágenes, textos y objetos de cuatro siglos diferentes, los científicos quieren averiguar cómo se expresaba el olor en las distintas lenguas y con qué lugares se asociaba. Las imágenes y textos centenarios contienen muchas referencias a productos, alimentos, plantas y escenarios, afirma Andrea Büttner, que trabaja en el equipo alemán de Odeuropa y ocupa la cátedra de Investigación Aromática y Olfativa de la Universidad Friedrich-Alexander de la ciudad de Erlangen-Nuremberg, en el sur de Alemania. "De esta manera se puede reconstruir cómo era la situación en un determinado lugar, lo que se comercializaba o producía allí", explica la científica, y añade que los investigadores pueden, por ejemplo, analizar el contenido de las recetas antiguas y luego recrearlas en el laboratorio. Según Büttner, los mundos olfativos han cambiado a lo largo de los siglos. En este contexto, la implementación de medidas de higiene desempeña un papel importante: "El mundo de los olores cambia completamente cuando ya no se vive en la misma casa con animales. Y, por supuesto, el hecho de que haya deposiciones de animales delante de la puerta o no tiene un impacto dramático". Huber está convencida de que en la época barroca debía de oler bastante raro, ya que, si bien la gente no se lavaba, aquellos que podían permitírselo cubrían su propio olor con grandes cantidades de perfume, maquillaje y pastas. Según Büttner, muchos aromas naturales también se han perdido con el tiempo, y, además, se han añadido muchos olores industriales: "Si una persona de hace 500 años paseara hoy por hoy por una ciudad europea, con todo el tráfico de coches, es muy posible que no soportara en absoluto los olores". Todo es cuestión de a lo que uno esté acostumbrado, añade la científica: "El olfato, en particular, es un sentido muy anclado en términos de procesos de aprendizaje y emociones". Un ejemplo del efecto de habituación es el olor del cuero, explica Büttner, que también es directora general del Instituto Fraunhofer de Ingeniería de Procesos y Envases de Alemania. Hoy en día, es posible producir cuero sin olor a curtido sin ningún problema, explica la experta, "pero no lo hacemos, porque la gente ha aprendido que el cuero huele a cuero, y porque lo valoran como criterio de calidad". Algo similar ocurre, según la científica alemana, con el olor de los coches nuevos: lo que en Alemania se considera una característica de calidad, en China, por ejemplo, se percibe como negativo. La diferencia entre lo que huele bien o mal es una cuestión cultural, puntualiza Büttner. Este aspecto también lo menciona Huber, para quien los olores y los aromas son una "puerta al pasado". Y este último también puede ser bastante remoto: el objeto más antiguo que examinó tenía unos 5.000 años, recuerda la científica, y enfatiza que lo importante no es la edad, sino el estado de conservación. Para ello, Huber viaja una y otra vez a museos y excavaciones para recoger muestras lo más frescas posible. La científica recuerda una fascinante experiencia vivida en un museo egipcio: "Cuando abrimos los recipientes de momificación de 2.500 años de antigüedad, percibimos inmediatamente un olor intenso. No me lo esperaba en absoluto después de tanto tiempo". dpa