En una playa de Sierra Leona llena de luz, un futbolista con una única pierna se mantiene en equilibrio sobre sus muletas, para intentar batir a un arquero que no tiene brazos. Formar parte de este equipo les ha dado esperanza y una nueva ilusión tras sus desgracias.
"Cuando juego al fútbol y los espectadores me aclaman tengo el sentimiento de que valgo", dice Sheku Turay, de 37 años.
Tenía 12 años cuando rebeldes atacaron su pueblo en el distrito de Tonkolili durante la guerra civil, que provocó decenas de miles de muertes entre 1991 y 2002. Los médicos sacrificaron su pierna para salvarle de la gangrena.
La mayor parte de los miembros del equipo han perdido una pierna o un brazo durante la guerra. Otros fueron amputados por un accidente de tráfico o por una enfermedad.
La vida es especialmente dura para los discapacitados en uno de los países más pobres del mundo, en el que la mitad de la población vive con menos de 1,25 dólares al día, según la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
Tras su jornada de trabajo como sastre en un taller de Kamayama, en las afueras de Freetown, Sheku Turay emprende un particular combate para subir entre montones de rocas y ramas hasta su choza de una habitación en la ladera de una montaña. En el descenso baja con su prótesis a la espalda, metida en una mochila.
Sheku Turay dice que no recibió nunca ayuda del gobierno o de una ONG, pero que está ahorrando porque quiere abrir su propia tienda.
"No dependo de nadie para sobrevivir, al contrario que otros discapacitados que mendigan en la calle", afirma con orgullo.
- "Señalados con el dedo" -
A veces, "los recuerdos de la guerra vienen" durante el sueño a devolverle imágenes horribles. Pero jugar al fútbol desde 2012 con la asociación "Single Leg" (Una única pierna) en un trozo de la playa de Lumley le da "inspiración, fuerza y alegría".
"Este equipo me ayuda a encontrar sentido a mi vida", asegura.
En el equipo son 70, una decena de ellos mujeres. Todos están privados de un brazo o de una pierna.
El club fue creado en 2002, cuando terminó la guerra, por Mamoudi Samai, el pastor de una iglesia construida en el barrio de Sheku Turay. El propio religioso sigue gestionando y apoyando financieramente al equipo y a sus participantes.
El equipo creó a una treintena de kilómetros de la capital una granja bio de 20.000 metros cuadrados, que suministra comida y empleos a los jugadores.
Lahai Makieu, de 49 años, es el gerente de la misma. Él también perdió una pierna. Resultó herido por las balas de los rebeldes en el distrito de Kono, en 1991, y perdió sangre durante días, antes de conseguir llegar a un hospital, donde tuvo que ser amputado.
Lahai Makieu cuenta lo complicado que es el día a día para las personas en su situación. "En mi sociedad, los discapacitados son víctimas de burlas, señalados con el dedo y discriminados", afirma.
"El gobierno debería abrir una escuela de formación especializada y permitirnos tener acceso a cuidados y a educación de manera gratuita, como se recomienda en el informe de la Comisión Verdad y Reconciliación", reclama.
- "Tener esperanza" -
Esa comisión, puesta en marcha para investigar lo ocurrido durante el conflicto, había recomendado en un informe en 2004 que varias categorías de población afectadas por la guerra, entre ellas los amputados, recibieran compensaciones.
Desde entonces, de 32.000 personas que se registraron, solamente 20.107 han recibido una indemnización que va de 70 a 200 dólares (66 a 189 euros), según la Comisión Nacional de Personas Discapacitadas.
En Freetown, en el barrio de Morray Town, el Centro Nacional de Readaptación, con infraestucturas vetustas, ya no recibe a pacientes víctimas de la guerra, sino que ahora son enfermos de polio o víctimas de accidentes de tráfico o de amputaciones relacionadas con la diabetes, explica Abdulrahman Dumbuya, ortopedista y director adjunto.
El centro, que suministra sus servicios a baja tarifa pero no de manera gratuita, fabrica prótesis. "Nos falta personal y material de fabricación", lamenta Dumbuya.
"Veinte años después del final de la guerra, algunos amputados se sienten inútiles y no consiguen salir adelante en la vida", lamenta el pastor Samai.
Lahai Makieu no es uno de ellos. La discapacidad "no me impidió tener esperanza y conseguir algunos objetivos de mi vida", afirma, con una gran sonrisa. En este mes de mayo se casa con su novia Zainab Turay, de 28 años y que, como él, está amputada y tiene una sola pierna.
"Dios me permitió sobrevivir a la guerra para poder casarme algún día con ella", dice.
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