La especialidad más famosa de Turín se sirve en un vaso y no debe agitarse: bicerin es una mezcla de chocolate caliente, café expreso y crema de leche fría. "Las tres capas no deben mezclarse, de lo contrario se pierde el efecto", explica Viviana, una de las cuatro propietarias del "Caffè Al Bicerin", donde se originó esta bebida tradicional. La cafetería más antigua de la ciudad del norte de Italia, fundada en 1763, se ubica en la Piazza della Consolata. "Cuando los turineses iban a la iglesia del Santuario de la Consolata, situada enfrente, se tomaban un bicerin después de la misa, cuenta Viviana, y agrega que un vaso de esa bebida es tan sustancioso que puede sustituir fácilmente un desayuno. Los Saboya trajeron el esplendor barroco El primer chocolate caliente, la "cioccolata calda", también se inventó en Turín. Los miembros de la Casa de Saboya, una familia noble de origen francés, que trasladaron la capital de su reino de Chambéry a Turín en 1563, se volvieron adictos al chocolate en todas sus variantes. Los Saboya no solo llevaron a Turín y sus alrededores su afición por las delicias culinarias, sino también mucho esplendor barroco. Más de una decena de sus palacios figuran en la lista del Patrimonio Mundial de la Unesco. Entre ellos, el imponente Palacio de Venaria Reale, situado en las afueras de la ciudad, cuyos constructores emularon el esplendor de otros palacios. La elegante Gran Galería del Palacio Real, por ejemplo, recuerda al Salón de los Espejos de Versalles. Influencia francesa con sello italiano Turín se encuentra a los pies de los Alpes, y la frontera con Francia está a solo una hora en coche. Las relaciones con el país vecino no siempre fueron fáciles, según afirma el historiador y escritor turinés Alessandro Barbero. "Varias veces los franceses intentaron tomar nuestra ciudad, pero fracasaron debido a los excelentes sistemas de defensa", resaltó. La Basílica Superga fue testigo de estos hechos y es uno de los puntos de referencia de Turín. Su ubicación en la colina de Superga permite una hermosa vista de toda la ciudad. El duque de Saboya Víctor Amadeo II hizo construir la basílica en agradecimiento por el triunfo frente a las tropas francesas enviadas por el "Rey Sol" Luis XIV para conquistar la ciudad. "La proximidad a Francia tuvo por supuesto mucha influencia, pero seguimos siendo profundamente italianos", aclara Barbero mientras toma un espresso en la parisina plaza San Carlo. Si bien los orígenes de Turín se remontan a la época del Imperio Romano, fueron los duques de Saboya quienes modelaron la ciudad con la construcción de amplios bulevares y plazas majestuosas. El trazado de la ciudad es parecido al de la capital francesa. "Se basa en un sistema de calles en forma de tablero de ajedrez, siempre partiendo del castillo de los Saboya en la plaza Castello", explica Barbero. La planificación urbana es una de las razones por las que los turineses se sienten superiores a Milán, su eterno rival. "En Milán, las calles y callejones son de origen medieval y forman una gran maraña", considera el historiador turinés. Un toque de París Los pórticos también son un símbolo de la ciudad que recuerdan la influencia francesa en Turín. En su mayor parte, las arcadas están interconectadas de extremo a extremo y se extienden a lo largo de 18 kilómetros. Bajo las elegantes arcadas hay boutiques, tiendas y cafés históricos donde los turineses pueden disfrutar de sus aperitivos al aire libre, incluso con mal tiempo. En las típicas galerías comerciales cubiertas se respira un toque parisino, sobre todo, en la elegante Galleria Subalpina, entre la Piazza Castello y la Piazza Carlo Alberto. Allí se encuentra el Palazzo Carignano, el edificio barroco donde se reunió el primer parlamento italiano y cuyo arquitecto se inspiró en la fachada del Louvre de París. Vista panorámica de Turín Un lugar obligatorio para visitar en Turín es la Mole Antonelliana, concebida originalmente como sinagoga pero que nunca se utilizó como tal. La construcción tiene 167 metros de altura. Con un ascensor panorámico de cristal se puede subir hasta la plataforma ubicada a una altura de 85 metros, desde donde se puede apreciar una espectacular vista de Turín y del pintoresco paisaje montañoso. "Con un poco de imaginación y a pesar de tener un casco demasiado robusto, se le puede encontrar un parecido con la Torre Eiffel", señala Nicole, una estudiante suiza de arquitectura, que se encuentra en el mirador con un grupo de compañeros. De hecho, ambas estructuras metálicas se construyeron al mismo tiempo y se inauguraron en 1889. Fue la época en la que comenzó el desarrollo de Turín como ciudad industrial moderna. Todo Turín se mueve por el reloj de Fiat Diez años después de la inauguración de la Mole Antonelliana se creó la Fábrica Italiana de Automóviles de Turín (Fiat), lo que convirtió a la ciudad del Piamonte en el centro de la industria del automóvil en Italia. "Todo Turín funcionaba con el reloj de Fiat, la vida empezaba temprano y terminaba poco después del último turno, tras lo cual también cerraban las tiendas. En aquel entonces, salir hasta tarde estaba fuera de lugar", recuerda el historiador Barbero. Era la época en la que muchos italianos del sur llegaban a la ciudad en busca de trabajo. Encontraban alojamiento en los palacios, que hoy en día son difícilmente asequibles, y así dieron forma a una ciudad que ahora acoge a muchos inmigrantes. Y por último, pero no por ello menos importante, los edificios modernistas de la fábrica Fiat de Lingotto, construidos en 1924, también establecieron nuevos estándares arquitectónicos. Se cerraron en 1982 y hoy Fiat produce coches al sur de Lingotto, en su planta del distrito de Mirafiori Sud. Museo de arte en el tejado de la fábrica de Fiat La antigua fábrica de Lingotto fue transformada por el arquitecto estrella Renzo Piano en un centro cultural y comercial. La legendaria pista de pruebas en el techo, con sus pronunciadas curvas, se conservó y hoy en día rodea el museo de arte de la poderosa familia Agnelli, principal accionista de Fiat. Las piezas más valiosas de la pinacoteca se encuentran en lo alto de la antigua fábrica de automóviles, en un edificio-contenedor, que Piano llamó "cofre". Muchos turineses consideran que su ciudad es una obra de arte y la llaman "Piccola Parigi", "pequeña París". dpa