Corazones que aún laten, el regalo favorito del dios de las minas en Bolivia

Apenas hay luz y el aire es espeso. Un hombre afila dos cuchillos en una gran galería junto a la mesa llena de ofrendas: vino, cerveza, coca. Y llamas blancas. Su sangre y sus corazones son el alimento preferido de El Tío, dicen los mineros de los Andes de Bolivia.

Así se llama el dios que gobierna el inframundo de las minas del altiplano.

El Tío tiene cuernos, una enorme sonrisa y, casi siempre, un cigarro encendido en la boca. De color cobrizo, tiene el ceño fruncido y orejas puntiagudas.

Su figura, similar al diablo cristiano, está en toda mina, donde se lo rodea de botellas y hojas de coca que los mineros mascan como estimulante para resistir largas horas de trabajo y encierro.

"¡Lo haremos con fe!". La voz del presidente de la cooperativa minera Nueva San José retumba dentro del socavón.

Espera que la ofrenda provea más plata, estaño y zinc en el cerro que explotan desde hace 20 años a las afueras de la ciudad de Oruro, en el oeste de Bolivia.

Entre trompetas, bombos y platillos, cientos de hombres con linternas sobre los cascos apuntan la luz y la mirada a cinco llamas con las caras vendadas, su lana marfil decorada con moñas de lana rosa.

Un yatiri o curandero andino dirige el ritual que empezó fuera de la mina con baile, mucha cerveza y ch'alla: arrojar parte del alcohol que uno bebe al suelo para agradecer a la Pachamama o Madre Tierra.

"Yo, como curandero, pido por todos los socios... que trabajan en la cooperativa", dice Luciano Alejo, de 55 años, a cargo del ritual.

- A las 12 en punto -

El sacrificio se hace al mediodía. Varios mineros esperan con vasijas junto al verdugo. La sangre de la llama degollada llena la primera vasija. El corazón se extrae mediante un corte en el pecho y se lo coloca en otra vasija. Sigue latiendo.

Los presentes se untan la sangre en la cara y algunos muerden los corazones que rebotan en los platos. Piden perdón por sus errores mientras bailan y celebran sobre los charcos de sangre.

Los privilegiados llevan las vasijas en un ascensor hasta los niveles más bajos de la mina, para dejarlas más cerca del dios.

La ceremonia termina con la quema de la mesa de ofrendas. Todos salen enseguida porque el humo se esparce en minutos y se hace difícil respirar o mantener los ojos abiertos.

Pero afuera la celebración sigue como si nada.

El rito se cumple en febrero o principios de marzo, el día antes del desfile de carnaval. Algunos temen que El Tío se vengue si no lo realizan.

"Si no le damos esta mesita pueden pasar muchas cosas", asegura Miguel Valdez, minero de 33 años.

"La entregamos para que se duerma tranquilo, para que no nos pase ningún accidente".

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