Según se dijera en su momento: "Un Bentley con todas las de la ley". Cuando el fabricante británico de automóviles de lujo presentó en 1955 su "salón de acero", críticos de la talla de Archie Vicario, de la prestigiosa publicación "Motorist's Compendium and Driver's Almanack", se reconciliaron con la marca. Después de la decepción que supuso, al menos para Vicario, el lanzamiento del Bentley R-Type en 1952, la nueva berlina S1 volvió a enderezar el mundo de la alta sociedad. Para acceder al lujoso modelo se necesitaban al menos 3.295 libras esterlinas, en aquella época más del doble de los ingresos medios anuales de los habitantes de la isla. Para algunas personas con altos ingresos, sin embargo, incluso el mejor Bentley seguía sin ser suficiente, o, al menos, demasiado común. Por ese motivo, muchos clientes compraron su S1 como chasis desnudo, tal como lo habían hecho con todos los Bentley hasta antes de la guerra, cita Wayne Bruce, portavoz de la marca. Porque, aunque el fabricante británico diseñaba y construía sus propias carrocerías desde 1946, sus clientes más pudientes querían mantener la tradición de la carrocería exclusiva hecha a medida y no podían hacerse a la idea de tener un coche de serie aparcado delante de sus mansiones. El carrocero H.J. Mulliner encabezaba entonces la lista de los proveedores responsables de personalizar los chasis de Bentley, y fue él quien se encargó de vestir la ya elegante berlina con una nueva carrocería de aluminio para darle así un aspecto ligeramente más deportivo. Esto duplicó el precio del modelo y añadió rápidamente 8.000 libras a la cuenta, informa Bruce. A las 2.972 berlinas de acero construidas en la planta de Crewe entre 1955 y 1959 se sumaron otras 217 con la elegante carrocería Mulliner. El nombre que recibieron estas últimas ha sobrevivido al modelo en sí. Inspirado en el escudo de su familia, el gerente de Mulliner, Arthur Talbot Johnstone, bautizó la berlina como Flying Spur, algo que Bentley tendría en cuenta años más tarde. En 1998, tras un duelo de titanes entre las alemanas Volkswagen y BMW, Bentley fue separada de su marca hermana Rolls-Royce y tuvo que comenzar a desarrollar automóviles por su cuenta. En 2005, la marca decidió desenterrar el nombre para ponérselo a su entonces nueva berlina. Este se sigue utilizando hasta el día de hoy en la tercera generación del modelo. Los británicos no tuvieron que temer problemas con los derechos del nombre. Desde 1959, Mulliner pertenece a Bentley, y actualmente sigue siendo responsable de exclusivos servicios como el equipamiento y la pintura. También la última edición del coche de cuatro puertas vuelve a volar por las altas esferas del mercado automovilístico como Flying Spur, también en versión híbrido enchufable con autonomía suficiente para recorrer unos 50 kilómetros en modo puramente eléctrico. Recientemente, el modelo hizo su debut en un noble hotel de Beverly Hills, California. Sin embargo, cuando los mecánicos de la flota del museo Bentley pusieron el viejo original a su lado, el actual Flying Spur perdió de pronto todo su atractivo. De aspecto majestuoso, la gema negra destaca con su largo frontal y atrae todas las miradas con su poderoso radiador. Una vez abiertas las pequeñísimas puertas, se descubre detrás de ellas un salón que parece sacado de un museo. Un grueso tapizado de cuero, algo quebradizo por el paso de los años, invita a sentarse en los profundos sillones. Las mullidas alfombras absorben el sonido, y los ojos se pasean por un puesto de conducción que todavía puede llamarse justificadamente salpicadero. De hecho, los brillantes relojes de los instrumentos están incrustados en madera maciza. Lo único que desconcierta son los modernos hits musicales que suenan desde la anticuada radio. Tras cerrarse las puertas con un sonido de caja fuerte, la limusina se pone suavemente en marcha y se abre paso, como en cámara lenta, entre el denso tráfico del bulevar de Santa Mónica. Mientras los demás conductores mantienen reverentemente la distancia, el reloj retrocede unos cuantos años con cada segundo. La potencia es suministrada por un motor que es más actual que nunca. Debajo del capó se oculta un seis cilindros, configuración que, tras dos generaciones y media de motores V8 y W12, vuelve a utilizarse también en el moderno Flying Spur. Sin embargo, los dos motores tienen poco más en común que el número de cilindros. Mientras que hoy en día son suficientes 2,9 litros de cilindrada, en aquella época tenían que ser 4,8 litros. Los modernos vehículos de lujo están equipados con un motor eléctrico que garantiza el máximo silencio al circular por Hollywood Boulevard o Rodeo Drive. En aquella época, por el contrario, la disposición en fila de los cilindros debía garantizar una marcha suave. Y en lugar de los actuales 306 kW/416 CV del V6 o incluso una potencia del sistema de 400 kW/544 CV en el motor híbrido, el viejo Bentley tenía que conformarse con solo 132 kW/180 CV. Si bien al volante del coche clásico no se puede ni soñar con los 285 km/h de la limusina actual, el icónico vehículo se desplaza airoso en el tráfico californiano. Sobre todo, porque, incluso en la autopista de la costa del Pacífico, no está permitido circular a más de 100 km/h. Así y todo, las prestaciones del modelo superaban en su momento las de la mayoría de las berlinas. Con una mayor compresión y una relación de transmisión diferente, el Flying Spur de 1958 ya alcanzaba más de 160 km/h, señala el mecánico de Bentley. Puede que Bentley haya sido eclipsada en su momento por Rolls-Royce. En la actualidad, sin embargo, el interés de los coleccionistas por la marca ha aumentado, lo que también se refleja en los precios. Los coches clásicos de las dos marcas hace tiempo que, en similar estado de conservación, están a la par, asevera Frank Wilke, de la empresa alemana de análisis de mercado Classic Analytics. Para el primer Flying Spur de 1955, el experto incluso espera un precio considerablemente más elevado. Mientras que un Bentley S1 estándar se puede adquirir hoy en día por 50.000 euros, Wilke estima que para un Flying Spur habría que desembolsar unos 250.000 euros (aproximadamente 280.000 dólares estadounidenses). dpa