Roma, 11 feb (EFE).- El odio mordió los talones de Pier Paolo Pasolini hasta su asesinato en una triste playa romana. A lo largo de su vida el pensador padeció 33 juicios y el rechazo de una sociedad aún inmadura para sus obras, tan polémicas como proféticas: "Tuvo que morir para empezar a ser querido", lamenta su íntima amiga Dacia Maraini, en el centenario de su nacimiento. "En vida no fue amado ni por la sociedad italiana ni por el mundo literario", al menos por una parte importante, sostiene Maraini (Fiesole, 1936) en una conversación con Efe. El 5 de marzo se conmemorará el centenario del nacimiento de este poeta, escritor, cineasta, intelectual punzante, homosexual sin tapujos, comunista herético y verso suelto que, con su vida y obra, provocó la inquina de aquella Italia puritana. Pasolini retrató la miseria proletaria de la posguerra en novelas como "Ragazzi di vita" (1955) o "Una vita violenta" (1959) o en películas como "Accatone" (1961) e insultó al poder en la póstuma "Salò o le 120 giornate di Sodoma" (1975). Su voz se acalló la noche del 2 de noviembre de 1975, asesinado en el litoral de Roma, según la versión oficial a manos de un prostituto pero muchos, como Maraini, siguen dudando. "Ahora hay una gran consideración hacia él, pero tuvo que morir para llegar a eso", azota la escritora, antaño pareja de Alberto Moravia y que publica en breve sus memorias en "Caro Pier Paolo" (Ed. Neri Pozza). Maraini conoció a Pasolini en los años sesenta, en una Roma artísticamente efervescente, aunque no recuerda cuándo: "Solo sé que acabó entrando en mi vida", afirma con aire melancólico. Juntos viajaron, pero también trabajaron, como demuestra el guion de "Il fiore delle Mille e una notte" (1974), broche de la "Trilogía de la vida", la de "Il Decameron" (1971) e "I racconti di Canterbury" (1972). "Era muy dulce, pero también contradictorio. En su vida social era una persona gentil pero escribiendo, sobre todo de temas sociales, era agresivo. Por eso quien le conocía solo por sus escritos lo imaginaba violento", confiesa. El escándalo, casi innato, le llevó en 1950 a Roma, huyendo de su pueblo, Casarsa (norte), tras ser reducido al ostracismo por masturbarse con unos jóvenes, lo que le valió también su dolorosa expulsión del Partido Comunista. En sus primeros años en una capital machacada por la guerra, el joven conoció la penuria, pero pronto se daría a conocer con sus historias de picaresca, aunque también como ariete contra una burguesía que equiparaba al nuevo fascismo. Así, se opuso hasta al movimiento de Mayo del 68: "Decía que los estudiantes, por tener derecho a estudiar, en el futuro serían clase dirigente, mientras que los policías eran hijos del pueblo que peleaban por dinero". Uno de los adjetivos que le coronan es el de "profético", por sus advertencias sobre el advenimiento de la sociedad de consumo y globalizada, ignara de sus raíces. "Es su gran tema, el cambio de una cultura humana pese a sus defectos a otra en la que todo es mercancía. Lo vio como una degradación terrible", sostiene la autora. Arremetía contra toda forma de poder, también contra la Iglesia, pero al mismo tiempo rodaba una de las películas más bellas -según el Vaticano- sobre Cristo, "Il Vangelo secondo Matteo" (1964). Pero sus filípicas a todo acabaron acorralándole: "Hubo un aumento de la agresividad que lo llevó al aislamiento solo porque pensaba críticamente", asegura Maraini. Paradójicamente, el mundo consumista que tanto le preocupó acabó engullendo su figura y reduciéndola a un icono. Su amiga cree que Pasolini celebraría este mundo menos moralista, pero sería "muy pesimista" ante el aumento de las desigualdades. Cuando se habla de él, siempre hay un tema espinoso: su asesinato. La escritora no cree que aquel esmirriado prostituto, Pino Pelosi, acabara con el poeta, conocido por su complexión atlética. En el suceso sobrevuela la sombra de un poder irritado. De hecho un año antes había escrito un artículo a lo "J'accuse" titulado "Io so" (Yo sé), asegurando conocer la autoría de los Años de Plomo: "Sé, pero no tengo pruebas", amenazaba. La censura, el Vaticano, la Democracia Cristiana... todos enseñaron sus dientes y le pusieron en el punto de mira. "Al final fue asesinado por una parte de la sociedad italiana que no toleraba su crítica", considera Maraini. Era, resume, "un hombre valiente que esquivaba la muerte", como los escaladores que se juegan la vida en el hielo o el barranco de la montaña. "Él no quería morir", zanja. Entiéndase esa "montaña" como una sociedad que no toleraba la voz incómoda de un poeta pero que ahora, celebra Maraini, por suerte "ha cambiado" y se lanza a celebrar el centenario de su nacimiento. Gonzalo Sánchez