La maternidad es un tema tan rico para reflexionar a través del arte, que uno podría pensar que ya vio todo tipo de madres en la pantalla. No es así.
Claro, hemos visto buenas mamás, malas mamás, mamás locas, mamás egoístas, mamás generosas, mamás amorosas, mamás frías. Pero lo que llama la atención de manera vívida en “The Lost Daughter” ("La niña perdida"), el magnífico debut como directora de Maggie Gyllenhaal, es lo raro que es ver a una madre que es todas esas cosas a la vez. Y sin embargo, ¿qué podría ser más real que eso?
La primera vez que vi la película de Gyllenhaal, adaptada de una novela de Elena Ferrante, me mantuve sumida en otra actuación ardiente de Olivia Colman (¿hay algo que Colman no pueda hacer?). Es como una cebolla que se va deshaciendo de sus capas mientras interpreta a Leda, una espinosa pero extremadamente vulnerable académica de 48 años.
Sin embargo, hay otra faceta de esta película que la convierte en una rareza. Al verla una segunda vez, lo que me paralizó fue la sinergia entre la Leda mayor y la Leda más joven, interpretada por Jessie Buckley como una madre en el umbral de los 30 años. Gyllenhaal entrelaza sus historias con un toque hábil que profundiza la conexión a medida que avanza la película, hasta el punto donde no queda ninguna duda de que son la misma persona. ¿Se parecen? Físicamente no, supongo, pero hay una conexión interna que es asombrosa. La elección del elenco — Colman fue quien sugirió a Buckley para el papel — es totalmente acertada.
Conocemos a la Leda de Colman cuando llega a una idílica isla griega para pasar unas “vacaciones de trabajo”, cargada de libros. Como una profesora británica de literatura comparada que enseña “en Cambridge, cerca de Boston”, se instala en un apartamento alquilado cerca de la playa. Parece contenta, incluso triunfante, al día siguiente mientras se acurruca en su silla de extensión con un cono de helado y sus cuadernos.
Entonces llega una familia, un clan extenso bullicioso de Queens, Nueva York, que perturba su pacífico aislamiento, pidiéndole incluso que se mude a otra parte de la playa (ella dice que no). Pero Leda queda fascinada con la tranquila Nina, una hermosa mamá joven (Dakota Johnson) cuyo marido dominante pasa los días de la semana fuera de la isla. Parece que no puede apartar los ojos de Nina y su hija pequeña, que exige la atención constante de su madre exhausta. De hecho, Leda inmediatamente comienza a llorar.
Cuando un día la pequeña desaparece por un rato, es Leda quien logra encontrarla, ganándose la gratitud de la frenética Nina. Pero la niña ha perdido su preciada muñeca y está inconsolable durante días y días.
Poco a poco vamos aprendiendo más sobre Leda, madre de dos hijas adultas. A medida que gradualmente revela detalles a Will (Paul Mescal), el fornido joven irlandés que trabaja en la casa de la playa, o a Lyle (Ed Harris), el cuidador estadounidense de su apartamento, o a Nina, Gyllenhaal alterna estas escenas con las de décadas antes, cuando Leda, ahora encarnada por Buckley, era una madre joven que equilibraba el trabajo con la crianza de sus hijas. Aunque su esposo, también un académico, claramente ama a las niñas, es su trabajo, como en tantas familias, el que tiene prioridad en los momentos difíciles.
Las escenas de Buckley (tan espléndida como Colman) y sus hijas son desgarradoras, en especial para cualquier madre que haya intentado sin éxito encontrar el equilibrio entre la maternidad y el trabajo que la llena. Su Leda puede pasar de ser profundamente amorosa y colapsar en el suelo de risa con sus hijas, a ser terriblemente cruel, como cuando se niega a besar el dedo cortado de su hija llorosa. Y, sin embargo, le apasiona tanto la vida y el trabajo que no podemos evitar compadecerla.
Luego está Nina (una excelente Johnson en uno de sus mejores trabajos hasta la fecha), cuya maternidad problemática se convierte en un espejo para la Leda mayor. Los momentos más dramáticos de Colman, que combinan una vulnerabilidad dolorosa con una fragilidad desagradable, se presentan en dos escenas con Johnson. En una, Leda hace una desgarradora confesión sobre su pasado. En la otra, se enfrenta a una inexplicable transgresión en el presente.
Con actuaciones como estas, es fácil olvidar el notable trabajo en los papeles secundarios. El esposo de Gyllenhaal, Peter Sarsgaard, es eficaz como un académico sexy que persigue a la joven Leda, y Mescal es enormemente carismático como Will. Harris es una presencia canosa y firme como el cuidador que intenta acercarse a Leda. Jack Farthing como su esposo y Dagmara Dominczyk como una figura maternal en la familia de Nina también impresionan.
“Soy una madre antinatural”, dice la Leda de Colman en un momento crucial. Su rostro está contorsionado por la culpa (¿o es el dolor?) por las circunstancias que la han llevado a ese momento.
Pero parece que ella, y Gyllenhaal, nos están diciendo algo más: tal vez no exista una madre “natural”. Quizás haya algo en esta historia de dos mujeres, o en realidad tres, que les hable a todos los que tratan de fingir que no es natural ser a veces ambivalente respecto a la maternidad. Y esa maternidad no es, en distintas formas y ocasiones, una lucha para casi todos.
“The Lost Daughter”, que Netflix estrena en cines el 17 de diciembre y en la plataforma de streaming el 31, tiene una clasificación R (que requiere que los menores de 17 años la vean acompañados de un padre o tutor) de la Asociación Cinematográfica de Estados Unidos (MPAA, según sus siglas en inglés) por “contenido sexual/desnudez y lenguaje”. Duración: 122 minutos. Tres estrellas y media de cuatro.