Seúl, 22 oct (EFE).- La serie "El juego del calamar" (Squid Game, 2021), el estreno más visto globalmente en Netflix, ha logrado plasmar varias inquietudes de la sociedad surcoreana contemporánea como el endeudamiento privado, su pujante competitividad o una cierta melancolía por un pasado no tan lejano.
PASIVOS EN INCREMENTO
Cuando la plataforma compró el proyecto, el director y guionista Hwang Dong-hyuk supo que la historia que concibió una década antes sobre unas personas que se juegan la vida en varios juegos macabros de inspiración infantil para así solventar sus deudas financieras cobraría ahora mucho más sentido para el espectador surcoreano.
La deuda de los hogares surcoreanos ha crecido enormemente desde 2015, y con especial saña (un 10 %) en un último año marcado por la pandemia y la fuerte escalada de precios del mercado inmobiliario, hasta sumar a final del segundo trimestre 1,5 billones de dólares.
El monto es casi el doble que el que acumulan, por ejemplo, los hogares españoles y sitúa a Corea del Sur en el grupo de cabeza de la OCDE en cuánto a lo que sus ciudadanos deben a los bancos en relación a ingresos netos disponibles.
"El que se hayan disparado los precios de la vivienda hace que esta situación afecte especialmente a los jóvenes, que en su desesperación por ser propietarios se endeudan muy temprano", cuenta a Efe Shin Kwang-yeong, profesor de sociología en la Universidad Chung-ang.
"He ahí una razón por la cual el suicidio -Corea del Sur es el país con mayor tasa de la OCDE- esté siendo más común entre los jóvenes", añade Shin, que también es fundador de la Red de Investigación sobre la Desigualdad en Corea.
ACADEMIAS, VIVERO DE COMPETITIVIDAD
Gran parte de ahorros y créditos bancarios se destinan también a educar a la prole, y una parte importante de ese dinero va a parar a los "hagwon", academias extraescolares que se han multiplicado desde los noventa y que, merced a una ley de 2009 que limitó horarios, pueden impartir clase hasta las 22.00.
Se cree que existen unas 70.000 de estas academias, para muchos semillero de un problema que "El juego del calamar" convierte, en tono hiperbólico, en su tema central: la competitividad incentivada en las últimas décadas en la que se están criando generaciones enteras de surcoreanos.
Se estima que el país se gasta unos 15.000 millones de dólares al año en estos centros que lo mismo imparten música, que inglés o matemáticas o preparan para el temido y exigente "suneung", el examen de acceso a la universidad.
"Yo empecé a asistir al 'hagwon' a partir de los 10, aunque ahora los empiezan a enviar más y más pronto", dice Ahn Joon-hee, profesora de inglés de 37 años en una de estas academias.
Encuestas recientes revelan que los niños de menos de 6 años ya atienden una media de cuatro horas a la semana, una cifra que puede multiplicarse por tres cuando alcanzan la secundaria.
La propia Ahn, que lleva 15 años en el sector y ha enseñado a niños de apenas 2 años, subraya la creciente obsesión por optimizar la educación extraescolar de sus hijos.
"Yo solía acudir 2-3 horas diarias al 'hagwon' en secundaria. Los de hoy también, pero en vez de a ir uno van a cuatro o cinco distintos", apunta.
Esta tendencia, según ella, ha dibujado una realidad en la que "ahora mismo un surcoreano ve en otro surcoreano un obstáculo para alcanzar sus metas. Y, para mí, eso es exactamente de lo que trata 'El juego del calamar'".
TIEMPOS MÁS SENCILLOS
Otro elemento al que apunta Hwang en su serie es el agudo cambio de costumbres y de rostro que ha registrado su país, que en solo 50 años protagonizó uno de los mayores saltos económicos jamás vistos.
En ese sentido, "El juego del calamar" refleja una vida de barrio que empieza a desaparecer en muchas ciudades por los proyectos de reurbanización.
Estas iniciativas, que han tomado especial impulso en las últimas dos décadas, derriban de golpe barrios enteros compuestos por las llamadas "villas", las casas de ladrillo que se ven en el barrio seulense de Ssangmun, donde reside el protagonista, o en la recreación en cartón piedra donde los concursantes juegan a las canicas.
En su lugar se levantan colonias de "apateu danji", que pueden englobar decenas de torres de apartamentos con capacidad para decenas de miles de residentes que a partir de ahí desarrollan su vida diaria dentro de esas "ciudades fortaleza".
En opinión del profesor Shin, la serie "exalta esa vida familiar de antaño, tranquila y agradable pese a que los niveles de ingresos y de consumo fueran mucho menores" y la a vez "evoca un terreno común para muchos espectadores aquí, porque muchos crecieron en barrios así".
Por su parte, la profesora Ahn destaca también como factor melancólico un elemento central en la serie; los juegos infantiles.
"Los niños de hoy no juegan a esos juegos. Mi generación aún lo hizo, pero algo ya estaba cambiando. Hoy prácticamente todos los niños pasan la tarde entera en el 'hagwon'. De hecho, el 'hagwon' es el nuevo sitio en el que socializan. Es el nuevo parque", opina.
Andrés Sánchez Braun