LONDRES (AP) — En las desesperadas llamadas y mensajes de voz que le hacen, Khalida Popal puede escuchar la angustia y el llanto entre las súplicas de ayuda.
Las jugadoras del equipo nacional femenil de Afganistán a cuya formación contribuyó Popal, ahora temen por sus vidas porque los talibanes han recuperado el control del país después de dos décadas.
Cuando la llaman, Popal sólo puede aconsejarles que huyan de sus casas, de los vecinos que saben que son pioneras del deporte, e intenten borrar su historial, en particular su activismo contra el Talibán, el cual ha comenzado a restablecer el Emirato Islámico de Afganistán.
“Las he alentado a que eliminen sus canales de redes sociales, fotos, que huyan y se escondan”, dijo Popal a The Associated Press en una entrevista telefónica desde Dinamarca. “Me rompe el corazón debido a que todos estos años hemos trabajado para incrementar la visibilidad de las mujeres y ahora le estoy diciendo a mis mujeres en Afganistán que se escondan y desaparezcan. Sus vidas están en peligro”.
Popal, de 34 años, apenas puede comprender la velocidad de la caída del gobierno afgano y la sensación de ser abandonadas por las naciones occidentales que ayudaron a derrocar a los talibanes en 2001. Tras huir con su familia cuando el Talibán tomó el control de Kabul en 1996, Popal regresó a Afganistán hace dos décadas como una adolescente que vivió en un campamento de refugiados en Pakistán. Gracias a la protección de la comunidad internacional, Popal era optimista de que se fomentarían los derechos de las mujeres.
“Mi generación tenía la esperanza de reconstruir al país, desarrollando las condiciones para la siguiente generación de mujeres y hombres en el país”, dijo. “Entonces comencé con otras jóvenes, utilizando al fútbol como instrumento para impulsar a las mujeres y niñas”.
Hacia 2007 había suficientes jugadoras y Popal formó parte de la primera selección afgana femenil.
Popal dejó de jugar en 2011, enfocándose en coordinar al equipo como directora de la Asociación de Fútbol de Afganistán. Pero las amenazas continuaron y eventualmente se vio obligada a huir de Afganistán y buscar asilo en Dinamarca en 2016.
Pero nunca abandonó a las jugadoras, ayudando a denunciar los abusos físicos y sexuales, amenazas de muerte y violaciones que implicaban a los directivos de la federación afgana. La corrupción en este deporte era un reflejo de los débiles cimientos de un país, cuyo vertiginoso deterioro ha seguido al retiro de los efectivos de la misión encabezada por Estados Unidos.
Es difícil imaginar que la selección femenil de Afganistán, que es 152do de 167 equipos, vuelva a jugar.
“Ha sido doloroso ver la rendición ayer del gobierno", dijo Popal. “Las mujeres perdieron la esperanza”.