François Lang no está de acuerdo con el prejuicio que existe sobre la Bretaña francesa. "No siempre hace frío aquí, y no llueve siempre", señala con firmeza este hombre de 62 años, que dirige el museo de historia natural de la ciudad medieval de Dinan, en el noroeste de Francia. El río Rance, que recorre esa región, es la pasión de Lang, tanto a nivel privado como profesional. No hay nada que el francés no conozca de este valle y su río. Hasta su desembocadura en la ciudad portuaria de Saint-Malo, la región cambia permanentemente de cara: desde estuarios hasta extensiones lacustres, pasando por meandros estrechos bordeados de senderos para ciclistas y paseantes. La región cercana a Saint-Malo sufrió en los años 60 una fuerte alteración en el paisaje debido a la construcción de la planta de energía mareomotriz. "Quisieron mostrarle al mundo quién tenía los mejores ingenieros", insinúa Lang. En aquel momento se evitó el riesgo de inundaciones por medio de esclusas y una represa. Esto provocó que los pescadores del interior, cuyos antepasados incluso llegaron a navegar hasta Terranova para pescar bacalao, fuesen expulsados de la región. La Bretaña francesa tiene pueblos idílicos para visitar, entre ellos, Saint-Suliac. El puerto pesquero es inconfundible gracias a sus calles estrechas, muchos adornos florales, una iglesia de la Edad Media y cortinas de encaje en las ventanas. El pueblo de Léhon también emana un aire histórico con su abadía, en cuyo claustro se percibe la fragancia de los rosales. El cementerio de barcos pintados El valle del Rance ofrece una gran cantidad de lugares turísticos. Por ejemplo, el menhir Dent de Gargantua, un enorme monolito de piedra de cuarzo blanco, que según la leyenda representa el diente caído de un gigante, o los viejos molinos de marea donde se molía el grano. En la desembocadura se erige la torre centinela de Solidor, construida a finales de la Edad Media. Y también están las llamadas Malouinières, donde hace siglos se instalaron ricos corsarios y armadores. Muy pintoresco es sobre todo el cementerio de barcos cerca de la Plage de la Passagère. Los esqueletos de madera llenos de clavos oxidados desafían su destino en la bahía con coloridos grafitis. El vino de la Bretaña Si hay algo que uno no espera en la Bretaña francesa, azotada por el viento y el mal tiempo, es la viticultura. Pero esto es justamente lo que hace la asociación de viticultores aficionados Les Vignerons de Garo. Cerca de Saint-Suliac, en una ladera orientada al sur y a la vista del Rance, el arqueólogo Jean-Bernard Vivet y el enfermero jubilado Hervé Geffroy cultivan una vid que produce sólidos tintos y blancos, pero en cantidades tan modestas que cada socio solo recibe dos docenas de botellas de medio litro de vino al año. Vivet cuenta que no se vende ni una gota. Es "alegría, curiosidad y pasión por el vino", pero al mismo tiempo, un "gran experimento", debido al cambio climático. Según el francés, la viticultura podría desplazarse a zonas que todavía hoy son húmedas y frescas. ¿Es posible que la Bretaña se transforme en una renombrada región vitivinícola dentro de cien años? "Quizá incluso antes", sostiene Geffroy. Encuentros especiales a lo largo del río El viaje por el río transcurre rodeado de robles, castaños y parcelas de maíz. A orillas del casco antiguo de Dinan vive Gaud Benoit, una artista de 52 años, que vive y trabaja en una casa flotante. Aquí tiene su tienda y su atelier, en el que diseña moda hecha en Bretaña: jerseys, bufandas, chaquetas, camisas de lana y ahora también máscaras. "Vivir cerca del agua es bueno para la inspiración", asegura. También a orillas del Rance, aguas abajo de la central mareomotriz, se encuentra el reino del ex jugador de fútbol Thibault de Ferrand. Su familia es propietaria de la casa señorial y el parque de Montmarin. Entre abril y octubre, el recinto de seis hectáreas está abierto a los visitantes. Esto ya ocurría cuando Thibault de Ferrand era un niño, por lo que no podía jugar en el parque durante el día en los meses de verano. "Fue un poco duro", recuerda, aunque destaca que podía esconderse fácilmente en las numerosas habitaciones de la finca. Agrega que fue como crecer en un museo. Los cipreses de Cachemira del parque fueron plantados por el propio De Ferrand. A menudo pasea solo, escuchando el sonido del viento que emana de los ginkgos, los robles ingleses, los arces rojos y los cedros del Líbano. "Tenemos plantas de cinco continentes", destaca el ex futbolista con orgullo. A lo lejos, sobre el Rance, chillan las gaviotas y se ven los yates anclados. "Nuestro clima es relativamente suave, pero cambiante", dice el anfitrión, mientras busca rápidamente un refugio antes de caiga el próximo chaparrón. Poco después y por enésima vez en el día, vuelve a salir el sol, como si nada hubiera pasado. Realmente no llueve todo el tiempo en la Bretaña, pero sí hay que contar con que puede caer un chubasco en cualquier momento. dpa