Un terreno de entrenamiento ideal, en medio de las montañas, un marco de vida agradable, seguro y tranquilo y, sobre todo, una fiscalidad ventajosa: el Principado de Andorra, adonde llegará el Tour de Francia el domingo, ha sido adoptado como lugar de residencia por numerosos ciclistas profesionales.
En la primera semana de carrera, el campeón del mundo, Julian Alaphilippe ya pasó por su localidad natal, Berry, pero este domingo volverá a correr en 'casa', con el final de la 15ª etapa en Andorra la Vella, en la única incursión al extranjero que la Grande Boucle realizará en esta edición.
Alaphilippe se instaló en 2018 en este micro-Estado de 468 km2 y 77.000 habitantes, situado en los Pirineos entre Francia y España.
Esto le ha permitido "trabajar la resistencia en altitud", explicaba al finalizar la pasada temporada su primo y entrenador Franck Alaphilippe. "Cuando sale a entrenar, ya está a 1.500 metros, con puertos exigentes muy cercanos. Eso le ha permitido progresar".
- Grupo de WhatsApp -
Cuando sale a rodar desde su casa en La Massana, al norte de la capital andorrana, Alaphilippe tiene muchas posibilidades de cruzarse en la carretera con otros profesionales del pelotón, puesto que más de 70 ciclistas viven en este país.
Por citar solo los casos lo que están presentes en el Tour este año, entre ellos están el irlandés Dan Martin, el inglés Simon Yates (también su hermano Adam), el australiano Ben O'Connor, el ruso Pavel Sivakov o el francés Kenny Elissonde. Sin olvidar tampoco al colombiano Egan Bernal, ganador de la Grande Boucle en 2019 y que este año no participa.
Estos expatriados comparten incluso un grupo de WhatsApp con el fin de coordinarse para salir juntos a entrenarse, en carreteras que conoce de memoria el exnúmero 1 mundial Joaquim Rodríguez, uno de los primeros que hizo las maletas para instalarse en Andorra, cuya lengua oficial es el catalán.
El exciclista español, al que todos conocen con el sobrenombre de 'Purito', organiza cada verano una carrera cicloturista reputada y exigente que lleva su nombre, y en la que se suele subir el Col de Beixalis, el último puerto de la 15ª etapa, con la cima a 15 km de la meta y que seguramente será el juez de paz de la jornada, con sus 6,4 km de ascenso al 8,5% de desnivel medio.
Con carreteras en muy buen estado y que a menudo cuentan con carriles para bicicletas, Andorra ha hecho del ciclismo, junto a los deportes de invierno, uno de sus argumentos turísticos.
"La pasión del ciclismo en Andorra va más allá de la etapas del Tour y de la Vuelta. Las carreteras del Principado acogen a ciclistas de todo los niveles (...) atraídos por la dificultad de nuestros puertos, la belleza de los paisajes y la riqueza del patrimonio cultural", promueve la oficina de turismo local.
- Menos "ostentoso" que Mónaco -
El pequeño Estado pirenaico ofrece otro argumento de peso para atraer a las estrellas del pelotón: una fiscalidad reducida, con un impuesto sobre la renta limitado al 10% y un IVA al 4,5%.
Al igual que los artistas o los investigadores, los deportistas de alto nivel se benefician de un estatuto particular (residentes pasivos de categoría C) que les permite tener que pasar 90 días al año para ser considerados residentes andorranos, por los 183 que se exigen al resto de ciudadanos.
Virginie Hergel, responsable de Setup Andorra, una empresa que acompaña a los extranjeros en el proceso de instalación en el país, asegura que cada vez cuenta con más clientes deportistas, ya sean ciclistas, golfistas o pilotos de MotoGP (como el actual líder del Mundial, el francés Fabio Quartararo).
"Esto es como un nido pequeño. Aprecian la calma y la serenidad; les gusta instalarse acá", dice. "Nadie les molesta, pueden ir a buenos restaurantes, a esquiar, pueden vivir buenos momentos en familia", añade.
Un remanso de paz montañosos que comienza incluso a hacer sombra a otro principado europeo fiscalmente atractivo, el de Mónaco, porque "su lado ostentoso molesta a mucha de esta gente", asegura Hergel.
"Ha dejado de ser un destino soñado. Ahora la gente prefiere ser discretos", insiste.
Un lugar en el que se puede pasar de incógnito pese a vestir incluso el maillot arcoíris.
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