Orawan Paranang se entrena devolviendo pelotas en la mesa de ping-pong que ocupa el salón de su humilde casa en la periferia de Bangkok.
Esta instalación provisional es la última etapa de un recorrido que ha conducido a esta joven de 24 años, procedente de una familia rural pobre de Tailandia, hasta los próximos Juegos Olímpicos.
La zurda, a quien dijeron que era demasiado pequeña para jugar bien, logró su plaza en los Juegos de Tokio al superar las clasificaciones regionales del sudeste asiático en Catar en marzo.
La mujer que ha ayudado a mantener a su familia gracias a los premios logrados desde que tenía 15 años, se encuentra a las puertas de su mayor reto.
"Cuando superé esa etapa (la clasificación olímpica) fue como si me quitara un peso de mi pecho", asegura a la AFP. "Fue una sensación indescriptible".
Su pasión por el tenis de mesa nació hace 17 años en su región natal, Ubon Ratchathani (noreste), en la frontera con Laos y Camboya.
Cuarta de cinco hermanos e hija de padres agricultores pobres, le fue difícil permitirse un equipamiento básico como las palas.
"Mi familia no tenía mucho dinero para apoyarme en este deporte. Pero siempre me han apoyado espiritual y mentalmente y me han dejado hacer lo que me gusta", desvela a la AFP.
Además de las dificultades financieras, Orawan debió pelear para convencer a su primer entrenador para que se ocupara de ella, entrenando durante incontables horas para demostrar su compromiso.
Esto le permitió continuar sus estudios deportivos en Bangkok.
- Entrenamiento en casa -
El mejor resultado de Orawan en un torneo fue en 2018, cuando ganó el doble femenino en el Abierto de Tailandia junto a Suthasini Sawettabut.
A un mes para los Juegos, dedica siete horas por día en su preparación, entrenando tan solo en su salón por culpa del covid-19.
Situada en el 88º escalón mundial, Orawan sabe que sus opciones de medalla son escasas frente a un equipo chino muy fuerte que debería ocupar los podios, pero está determinada a dar una buena imagen de ella misma.
"Mi objetivo es acercarme lo máximo posible a las rondas finales", revela con entusiasmo.
Para Orawan, el espíritu olímpico no se limita a medallas colgadas del cuello. "En este punto de mi vida, tengo la sensación de haber triunfado y que mis padres y mi familia están felices", dice.
"Ha cambiado todo, la situación financiera de mi familia ha mejorado. Esto no es perfecto todavía pero ya no luchamos como antes".
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