NUEVA YORK (AP) — Brian Walter sabe que trató de proteger a sus padres del coronavirus. Pero eso es escaso consuelo y las dudas lo atormentan.
¿Tomó jugo de naranja de una botella equivocada, infectada con el virus? ¿Se acercó demasiado a su padre? ¿Habrían cambiado las cosas si trabajaba otros turnos?
¿Causó la muerte de su padre?
Walter trabaja para el servicio de transporte público de la ciudad de Nueva York y fue considerado un trabajador esencial cuando la urbe fue uno de los epicentros de la pandemia el año pasado. Comió con sus padres el Día de San Patricio y luego decidió tomar distancia de ellos. Tenían desinfectantes en la entrada de la vivienda que compartían y limpiaban todos los paquetes de alimentos que llevaban a la casa.
De todos modos, se contagiaron. Y Walter no puede dejar de pensar que tal vez le pasó el virus a su padre.
“Siento una gran culpa porque salía de la casa todos los días”, expresó. “Era el único que salía de la casa. Es lógico pensar que fui yo el que trajo el virus”.
Este tipo de remordimientos es común en medio de la pandemia. Los sobrevivientes se preguntan si pequeñas decisiones que tomaron tuvieron consecuencias catastróficas.
En el año que pasó desde la muerte de John Walter el 10 de mayo del 2020, Brian no puede sacarse de la cabeza los últimos momentos que pasó con su padre de 80 años, cuando lo llevó a un hospital de Manhattan.
“Daría todo lo que tengo para tenerlo de nuevo conmigo. Hay tantas cosas que no le dije, lo mucho que lo quería...”, expresó entre lágrimas.
La familia no pudo hacer un velorio. Un mes después enterraron las cenizas de John Walter en una pequeña ceremonia en el All Faiths Cemetery de Queens.
“Papi decía que ‘nadie va a venir a mi funeral’. Al final de cuentas, tuvo razón. No hubo nadie. No podían venir”, dijo Walter. “Pero papi se equivocó al pensar que nadie lo recordaría. No pudo estar más errado”.
Frente a la casa de Walter en el barrio de Middle Village de Queens hay una placa que dice: “En este lugar no pasó nada en 1897”.
“Le encantaba ese dicho”, cuenta su hijo. “Le gustaba burlarse de todo”.
En la sala de estar, entre la colección de libros de historia, soldaditos de juguete y recuerdos de Laurel y Hardy (El Gordo y el Flaco), su esposa Peg y su hijo reviven algunas escenas de la Pantera Rosa, las películas preferidas de John.
“Me encantaba verlo reír”, dice Peg Walter, quien estuvo casada 57 años con su marido.
John, un historiador que tenía un negocio de genealogía e investigaciones militares, “no hubiera querido que nos quedásemos encerrados, vestidos de luto, para siempre”, dijo su hijo. “Hubiera querido que saliésemos y viviésemos las cosas que él ya no va a vivir”.
Walter trata de lidiar con la culpa honrando a las víctimas de la pandemia. En octubre viajó a Washington y participó en una ceremonia de homenaje a ellas, en la que habló de la vida de su padre y de cómo hace frente a la culpa.
Se unió a grupos de apoyo en la internet. Con su madre planearon un homenaje de las víctimas del COVID-19 de Queens, uno de los distritos más golpeados por el virus de todo el país. Se les unió Hannah Ernst, una artista de 16 años que pinta retratos de las víctimas del COVID-19 tras la muerte de su abuelo, Calvin Schoenfeld, por el virus.
El 1ro de mayo de este año, cientos de sus pinturas fueron colocadas en bancos del Forest Park de Queens en el Día de la Memoria.
“Estos bancos vacíos delante nuestro son algunos de los residentes de Queens que se nos fueron con mi padre demasiado pronto”, dijo Walter en un escenario, frente a una imagen de su padre luciendo una gorra de los Mets. “Son una simple representación de quienes debieron estar aquí hoy”.
Walter sonrió mientras las familias de las víctimas se sentaban en los bancos, se tomaban fotos y besaban los cuadros de sus seres queridos. “Sueño con esto desde hace meses”, dijo Walter.
“Sientes que has hecho algo por ellos”, manifestó. Y alivias un poco la culpa. “Es una forma de dar vuelta la página, por más que nunca vayas a olvidar a esa persona. Ayuda a cicatrizar las heridas”.
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