Por Carlos Eduardo Ramirez y Vivian Sequera
CORDERO/CARACAS, 10 mayo (Reuters) - Moisés prepara abonos, sabe cómo regar los plantíos en los que trabaja y dice que aprendió que lo más difícil de la labor agrícola es "picar la tierra" o abrir los surcos para sembrar las semillas si no se tiene un tractor o bueyes.
"¿Por qué es difícil con un pico? Porque el pico pesa y hay que echarle pico y pico si es bastante la semilla", dijo Moisés Bracamonte, de 12 años, sentado en la sala de su casa en Cordero, un pueblo en el estado Táchira, fronterizo con Colombia.
Con su hermano menor Jesús, de 11 años, ayudan su padre Moisés, de 58, a trabajar la tierra y sembrar frijoles negros, maíz, cebollín, entre otros, para su sustento y vender, mientras por las tardes hacen sus tareas escolares.
Las medidas de cuarentena por el coronavirus han aumentado la cantidad de niños en la fuerza laboral en Venezuela, que ya ha estado luchando durante años de crisis económica, según activistas de protección infantil en la nación sudamericana.
El trabajo infantil en Venezuela ya estaba en aumento debido a que una migración masiva de más de 5 millones de venezolanos ha convertido a muchos niños en el sostén de sus familias, según los investigadores.
La pandemia "agravó los factores de riesgo para el trabajo infantil en las peores condiciones", dijo Carlos Trapani, coordinador del grupo no gubernamental Centros Comunitarios de Aprendizaje (Cecodap).
Las labores van desde trabajar en basureros, mercados, zonas mineras hasta campos agrícolas, dijo, y agregó que los niños en las áreas rurales tienen más probabilidades de depender de la asistencia pública, mendicidad y corren un mayor riesgo de ser reclutados por pandillas.
En 2020, al menos 830.000 niños y adolescentes venezolanos vivían sin uno o ambos padres debido a la migración, según un informe de Cecodap publicado en diciembre.
Algunos menores "se han tenido que convertir en proveedores de grupos familiares, que por cierto están desmembrados. A veces no hay adultos porque se han ido del país y quedan adolescentes encargados del grupo familiar", dijo Leonardo Rodríguez, director de la Red de Casas Don Bosco, que trabaja con jóvenes desfavorecidos.
Venezuela no proporciona estadísticas sobre trabajo infantil.
El Ministerio de Información y la agencia estatal de protección infantil IDENNA no respondieron a las solicitudes de comentarios.
World Vision, una organización humanitaria cristiana mundial, realizó una encuesta en Caracas y el vecino estado de Miranda en agosto de 2020 con un total de 420 hogares, en la que se consultó sobre los riesgos para la protección de los niños tras el brote de coronavirus. Los encuestados eran personas mayores de 30 años, de las cuales el 71% eran mujeres.
"Los problemas que ponen a los niños en mayor riesgo durante la pandemia están asociados con la escasez de alimentos, el aumento del trabajo infantil (...) la violencia doméstica y la negligencia", dijo World Vision en el estudio, que se publicó en noviembre.
Desde la pandemia, más niños están haciendo tareas domésticas en los hogares de otras familias a cambio de dinero o comida, y más niños mendigan y venden productos como agua o cigarrillos en las calles, según el estudio.
La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) y la Organización Internacional del Trabajo estimaron en junio que el impacto de la pandemia podría empujar a más de 300.000 niños, niñas y adolescentes latinoamericanos a la fuerza laboral, sumándose a los 10,5 millones que ya forman parte de este segmento en la región.
Carla Serrano, socióloga y activista de la ONG Red por los Derechos Humanos de Niños, Niñas y Adolescentes (REDHNNA), dijo que ante la emergencia humanitaria que vive el país y las cuarentenas, algunos menores de edad están en "modo sobrevivencia".
Son "una fuerza de trabajo que puede ser explotada, ¿por qué? porque si estoy dentro de casa sin empleo y sin dinero (estaré) con 11, 12 años, 13, cargando agua 12 horas (al día) y si al final me dan un pan, lo agarro" como forma de pago, explicó. (Reporte de Vivian Sequera en Caracas y de Luis Eduardo Ramírez en Cordero, Venezuela. Editado por Marion Giraldo)