KABUL, Afganistán (AP) — Adentro del Salón de Belleza de la señora Sadat de la capital afgana, Sultana Karimi se inclina y da forma meticulosamente a las cejas de una clienta. El maquillaje y la peluquería son la pasión de esta joven de 24 años, según descubrió en el salón, donde además ganó confianza en sí misma.
Ella y las otras mujeres jóvenes que trabajan en el salón o aprenden el oficio nunca experimentaron un gobierno talibán. Pero temen que sus sueños se desvanezcan si vuelve al poder, incluso si lo hace pacíficamente, como parte de un nuevo gobierno.
“Si vuelve el Talibán, la sociedad se transformará y se verá arruinada”, afirmó Karimi. “Esconderán a las mujeres, las obligarán a usar el burka para salir de la casa”.
Lucía una blusa amarilla con sus hombros descubiertos, algo bastante osado incluso en un salón de belleza para mujeres. Hubiera sido algo totalmente prohibido bajo el gobierno talibán, que duró hasta la invasión encabezada por Estados Unidos del 2001. De hecho, el Talibán prohibió los salones de belleza, usando una ideología que se ensañaba con las mujeres y las niñas, prohibiendo su educación y salir de su casa sin la compañía de un familiar masculino.
Estados Unidos dijo que retirará sus últimos soldados para el 11 de septiembre y las mujeres observan de cerca las negociaciones entre el Talibán y el gobierno para ver qué les depara el futuro, según Mahbouba Seraj, activista defensora de los derechos de la mujer.
Estados Unidos querría un gobierno de unidad que incluya al Talibán. Seraj dijo que las mujeres quieren garantías escritas de que el Talibán no dará marcha atrás con los progresos logrados por las mujeres en los últimos 20 años.
“No me molesta que se vayan los norteamericanos. Era algo que se veía venir”, comentó Seraj, directora ejecutiva de la organización Desarrollo de Habilidades de la Mujer Afgana.
Pero tiene un mensaje para Estados Unidos y la OTAN: “Seguimos pidiendo a gritos, ’por dios, al menos hagan algo con el Talibán, reciban algún tipo de garantías. Hay que crear un mecanismo” que garantice los derechos de la mujer.
La semana pasada el Talibán emitió un comunicado en el que dijo qué tipo de gobierno quiere.
Dijo que las mujeres “pueden servir a la sociedad en las áreas de educación, negocios, salud y campos sociales, conservando el hiyab islámico”. Agregó que las niñas podrán elegir sus maridos, algo considerado inaceptable en los círculos más tradicionales, donde los padres deciden con quién se casan sus hijos.
La declaración, no obstante, dio pocos detalles y no incluyó garantías de que las mujeres puedan participar en la política o movilizarse sin la compañía de un pariente varón.
Muchos temen que el lenguaje ambiguo permita al Talibán tratar de imponer interpretaciones severas.
En el salón, la dueña, Sadat, contó que nació en Irán, hija de refugiados afganos. Allí no podía tener un negocio, por lo que se vino a una tierra que no conocía para abrir su salón hace diez años.
Pidió no ser identificada por su nombre completo por temor a que la publicidad le cree problemas. Se ha vuelto más cautelosa al aumentar la violencia y los atentados en Kabul en el último año. Muchos temen que con la retirada total de los estadounidenses vuelva el caos. Antes ella manejaba su auto. Ya no lo hace.
Las mujeres que se labran un futuro en el salón sufren pensando en el retorno del Talibán. “La sola palabra Talibán me horroriza”, dijo una.
Tamila Pazham dijo que no quiere que vuelva “la Afganistán de antes”, pero al mismo tiempo quiere paz.
“Si sabemos que habrá paz, usaremos el hiyab en el trabajo y la escuela”, expresó. “Pero debe haber paz”.
Todas son veinteañeras y disfrutaron de los progresos que hizo la mujer tras la caída del Talibán. Las niñas van ahora a la escuela y hay mujeres en el parlamento, en el gobierno y en los negocios.
Saben que esos logros pueden revertirse en una sociedad machista y conservadora.
“Las mujeres que alzan su voz son oprimidas e ignoradas en Afganistán”, dijo Karimi. “La mayoría de las mujeres se callarán la boca. Saben que nunca las van a apoyar”.
Afganistán sigue siendo uno de los peores países para las mujeres, superado solo por Yemen y Siria, según un índice del Instituto de la Mujer, la Paz y la Seguridad de la Universidad de Georgetown.
En la mayoría de las zonas rurales la vida cambió poco a lo largo de los siglos. Las mujeres se levantan al amanecer, hacen las labores pesadas de la casa y en los campos. Se cubren de los pies a la cabeza. Una de cada tres niñas se casa antes de cumplir 18 años, generalmente obligadas, según la ONU.
Elementos conservadores dominan el Parlamento y evitaron la aprobación de una ley de Protección de la Mujer.
El 54% de los 36 millones de habitantes de Afganistán vive por debajo del nivel de pobreza, con menos de 1,90 dólares al día. La corrupción gubernamental se devoró cientos de millones de dólares, según defensores de los derechos de los trabajadores y organizaciones de vigilancia.
En una panadería del barrio capitalino Karte Sakhi, Kobra, una mujer de 60 años, se agacha frente a un horno de arcilla cavado en el piso de un precario local de ladrillos ennegrecido por el hollín.
Es un trabajo agotador, el humo le llena los pulmones, las llamas la queman. Gana el equivalente a 1,30 dólares diarios tras pagar por la leña. Es el sostén de una familia con cinco hijos. El marido está enfermo.
Su hija de 13 años, Zarmeena, la ayuda. Nunca fue a la escuela porque su madre la necesita en su negocio. Su hermanito de siete años sí estudia.
“Si pudiese, sería doctora”, dice Zarmeena.
Casi 3,7 millones de niños de entre siete y 17 años no van a la escuela, la mayoría mujeres, según las Naciones Unidas.
A Kobra no le agrada la idea de una vuelta del Talibán. Ella es hazara, una minoría étnica mayormente chiíta que ha sido hostigada por el Talibán y otros grupos suníes.
Pero despotrica contra el gobierno actual. Dice que se “come todo el dinero” enviado para alimentar a los pobres. Por meses ha estado tratando de cobrar beneficio de 77 dólares mensuales para los pobres pero siempre le dicen que su nombre no está en la lista.
“¿Por qué no está mi nombre?”, preguntó. “Tienes que conocer a alguien, tener un contacto en el gobierno, porque de lo contrario jamás recibirás nada”.
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Tameem Akhgar colaboró en este despacho.