BUENOS AIRES (AP) — “Acomodate como siempre nos acomodamos”, le dijo Catalina a Fermín cuando él se recostó sobre la cama que comparten todas las noches. Una vez que ella posó la cabeza sobre su brazo y quedaron bien juntos, la enfermera los tapó con el acolchado rojo de la cama matrimonial que pidieron compartir en el geriátrico Reminiscencias, en la ciudad argentina de Tandil.
Él tiene 92 años y ella 93, pero no llevan toda la vida juntos: su relación comenzó en plena pandemia del nuevo coronavirus y a la pareja no parece importarle demasiado el rebrote de casos que ha comenzado a golpear esta localidad situada a 400 kilómetros de Buenos Aires.
“Es un pecado lo que voy a decir... pero para nosotros no existe la pandemia. Vivimos en la luna”, dijo Catalina Pisicelli a The Associated Press.
Poco después de la charla, la coqueta anciana de pelo corto y canoso no quiso la ayuda de ninguna enfermera y fue trasladada a su dormitorio en una silla de ruedas que Fermín Urban, con porte erguido, empujaba lentamente por un largo pasillo mientras ella sostenía el bastón de él y saludaba con la mano a los que se cruzaban a su paso.
La habitación que los esperaba lucía acogedora, con dos mesitas blancas con lámparas a ambos lados de la cama y una cómoda a juego para guardar la ropa.
El amor entre Catalina y Fermín surgió en medio de una pandemia donde lo que prevalece es la falta de caricias y el temor a un virus mutante que ha provocado más de 2,4 millones de infectados y unos 56.000 muertos en el país sudamericano. Sin embargo, no todos en el asilo gozan de la misma dicha que esta pareja de enamorados.
Entre los otros 51 residentes están los que lidian diariamente con sentimientos como la resignación, la desazón o la ira después de un año y tres meses de encierro y la perspectiva de que la falta de libertad se alargue indefinidamente.
A un costado del amplio y luminoso salón donde los huéspedes del geriátrico se reúnen, Víctor Tripiana, de 86 años, posó su mano sobre el plástico que, a modo de vidrio, cubría el hueco de una de las ventanas que mira a la calle. Su hijo Jorge, del otro lado y sobre la vereda, hizo lo mismo. Se tocaron sin sentir su piel y esa sensación llenó de lágrimas los ojos del anciano.
“Esta pandemia nos reventó mal”, se lamentó Víctor. “¿Sabes lo que pasa?. Yo estoy como en el aire y no sé ni lo que estoy haciendo”.
Sus allegados sostienen que antes era “fiestero” y amante de las reuniones con sus familiares. Ahora la movilidad de Víctor se ha reducido tanto que pasa mucho tiempo sentado ante una mesa, junto a otros dos varones, fijando su mirada en la ventana.
Anahí Soulié, directora de Reminiscencias, y las mujeres que la ayudan en el asilo procuran entretener con actividades a los residentes. Estos últimos se aferran al cariño que sus cuidadoras les profesan mientras anhelan las visitas de sus familiares, aunque sea con la distancia que establece el protocolo y alimentan la esperanza de que la vacuna contra COVID-19 les permitirá retomar una vida más normal.
La espera de la segunda dosis, luego de haber sido inoculados con la primera hace un mes, se hace eterna en medio de una explosión de casos de COVID-19 en Tandil, una de las 42 jurisdicciones de la provincia de Buenos Aires con más riesgo epidemiológico. Tampoco ayuda a tranquilizar sus ánimos la lentitud con que transcurre el plan nacional de inmunización.
Ante el rebrote de casos en la localidad tandilense, la directora del geriátrico se vio urgida a instalar parapetos de plástico en las ventanas del salón situadas a pie de calle para resguardar a los residentes durante las visitas de sus familiares, quienes conversan con los ancianos desde la vereda. “La sensación de ellos es que otra vez volvemos a lo mismo... Sienten angustia, pero es super útil. Nos salvó”, dijo la mujer al recordar las mismas prácticas aplicadas en el último otoño austral, cuando el coronavirus se expandía sin freno.
También reinstaló en el marco de la puerta de entrada al asilo un dispositivo similar con varias mangas de material plástico adheridas para permitir a los ancianos y sus allegados pasar los brazos y poder fundirse en un abrazo.
A Pedro Aberastegui, quien a veces se echa pequeñas siestas mientras está sentado ante una de las mesas del salón, se le iluminó la cara cuando el otro día su nieto pasó los brazos por esas mangas para agarrarle las manos. Los dos quedaron unidos a través del plástico.
Estas medidas han contribuido a que los residentes de Reminiscencias evitaran contagiarse de COVID. Otros asilos de Tandil las han adoptado.
Ensimismada en sus pensamientos, Thelma Amezua, de 79 años, permaneció un buen rato sentada sobre un banco de madera en el patio ajardinado de la residencia. El disfrute de las plantas y los colibríes que vuelan a su alrededor le ayudan a sobrellevar el encierro.
“Siento que la pandemia me robó un año de vida... Una llega hasta a la puerta, mira y se pregunta: ‘¿podré volver a salir?", señaló con desazón.
Thelma sostuvo que se siente muy cuidada en el asilo, pero dijo echar de menos sus salidas a tomar café con los familiares que la vienen a visitar, tal como haría de no estar sumergida en una pandemia. Ahora no pisa ni la vereda de la calle.
Como otros, ha pasado días “muy triste”, pero saca fuerzas de flaqueza para encarar la segunda ola del virus. “Vamos a seguir luchando, a no bajar los brazos", sostuvo.
Los días de encierro a la espera de un milagro que permita recobrar cierta libertad son sazonados con bailes, cantos y clases de gimnasia que organiza el personal del asilo.
En la noche del Domingo de Pascua, los huéspedes cantaron el himno argentino y brindaron con champán. Catalina agarró de la mano a Víctor y a otros comensales con los que compartía mesa en un intento de animar su espíritu, mientras le sonreía a su novio, sentado enfrente.
Virginia Sayaguez, de 67 años, quien participó al día siguiente en una clase de gimnasia efectuando desde su asiento briosos movimientos de brazos y piernas, dijo que se había levantado optimista y que creía que iba a salir a pasear una vez que se completara su inmunización.
Argentina reportó el martes 20.870 casos de coronavirus, la cifra más alta de contagios diarios desde que la pandemia impactó en marzo de 2020. Los ancianos siguen siendo las principales víctimas de COVID-19. El rebrote ha alcanzado al presidente Alberto Fernández, quien cursa de forma leve la enfermedad. El mandatario fue inmunizado con la vacuna Sputnik V en enero y febrero.
A pesar de todo, Fermín es de los que piensa que todavía existe un “mañana”. Señaló que continuamente le dice a Catalina que una vez que termine la pandemia se trasladarán juntos a Lanus, la localidad cercana a Buenos Aires donde él nació, para seguir disfrutando de su historia de amor.