Cuando el bar Giralda abre sus puertas, uno se adentra en un espacio de cúpulas, columnas y arcos de piedra decorados con arabescos. La reforma de este local en Sevilla (sur de España) desveló un baño árabe perfectamente conservado del siglo XII.
El tragaluz con forma de estrella apareció tras los primeros martillazos. Álvaro Jiménez, un arqueólogo enviado para presenciar el inicio de las obras en esta zona protegida debido a su proximidad con la Catedral de Sevilla, no se lo esperaba en absoluto, explica a la AFP.
Después aparecieron otros 87 tragaluces, estrellas y octágonos que dibujan un cielo estrellado en el techo de este bar de estilo árabe bautizado en honor al antiguo minarete de la mezquita de Sevilla, ahora torre de su catedral y uno de los monumentos más conocidos de la capital andaluza.
Superada la estupefacción inicial, los albañiles encontraron numerosas pinturas en este local de 202 metros cuadrados, así como un hamán con más de 800 años con una sala fría, una templada y una caliente.
Las pinturas, las esculturas y las decoraciones murales que contenían quedaron congeladas en el tiempo gracias a un arquitecto de comienzos del siglo XX, Vicente Traver, que escondió estas ornamentaciones y los tragaluces cuando se le encargó en 1928 la construcción de dos plantas suplementarias.
"Pensábamos que ese arquitecto había destruido (el patrimonio), tenemos que reconocer que lo salvó", indica Álvaro Jiménez. "Respetó lo que encontró y lo preservó para el futuro", añade.
Bajo control islámico desde el año 711, Sevilla había sido conquistada a mitades del siglo XII por el imperio bereber de los almohades y era una de las dos capitales de su imperio junto a Marrakech.
"La catedral de Sevilla está erigida sobre los restos de la mezquita almohade Aljama, que se construye entre 1172 y 1198" y "los baños se encuentran en ese sector de la ciudad que los almohades monumentalizan y convierten en el epicentro político, religioso y económico", explica el arquitecto.
Además de los mosaicos ya presentes antes de la restauración del local, ahora son visibles los muros ornamentados y las bóvedas blancas grabadas.
El bar, que reabrirá pronto sus puertas, se convirtió en un museo vivo, enteramente reformado para poner en valor la historia, donde sus clientes, aunque no podrán bañarse como ocho siglos atrás, podrán refrescarse con una bebida del caluroso clima sevillano.
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