Roma, 22 feb (EFE).- A pesar de la pandemia y la crisis, el céntrico hotel Marco Polo de Roma, a escasos metros de la estación Termini, no ha cerrado sus puertas ni se encuentra vacío: sus habitaciones están ocupadas por personas que pagan lo que pueden.
Diego D'Amario, que gestiona junto a su hermano Lorenzo este hotel familiar, explica a Efe que ante la situación generada por la COVID-19 tuvieron que tomar una decisión sobre qué hacer con el Marco Polo y lo tuvieron claro: "Pensamos una solución que pudiese ser útil a quién tiene más dificultades".
Los hermanos D'Amario son voluntarios de la asociación católica Comunidad de Sant'Egidio, que ha colaborado con ellos para poner en marcha esta iniciativa, de la que ahora mismo se benefician 18 personas que viven en el hotel y pagan "unos más, otros menos, cada uno según sus posibilidades".
"Algunos reciben ayudas y pueden abonar su estancia, aunque tienen dificultades para comprar comida y reciben paquetes de alimentos de la Comunidad de Sant'Egidio", pero también hay quien no puede pagar y el coste de su habitación corre a cargo de las donaciones, explica D'Amario.
Los perfiles de los huéspedes del Marco Polo son diversos, pero tienen en común que, aunque sufren dificultades para tener un lugar en el que vivir, están "adaptados a la vida en comunidad, sin dificultades psíquicas o físicas" porque quienes sí las sufren "deben ser acompañados de otro modo".
Uno de los huéspedes es Luciano, de 70 años, que vive en el Marco Polo desde hace tres meses, cuando acabó en la calle después de perder su bar a causa de la crisis del coronavirus y su adicción al juego.
"Estoy contentísimo. Menos mal que hay un hotel que ayuda a personas en dificultad como yo. Entro, salgo, me hago la comida, llevo un día a día normal", dice Luciano a Efe con una sonrisa esbozada tras su mascarilla.
La iniciativa del Marco Polo ha cobrado una importancia especial en los últimos meses, con la llegada de la que D'Amario considera la "mal llamada emergencia por frío, porque no es una emergencia si se repite cada año".
Este invierno "han muerto unas 15 personas en las calles de Roma. Una murió aquí mismo, en un edificio cercano, delante de un hotel vacío, pero cerrado. Es inaceptable", denuncia D'Amario.
El hotelero cuenta que su abuelo, procedente de un pueblo de la región central de Abruzo, también tuvo que vivir en la calle al llegar a Roma con 14 años.
Ese recuerdo familiar motivó a los hermanos D'Amario a ayudar, a través del voluntariado, a personas que viven lo que en su momento vivió su abuelo: "En los años 30 él dormía en el Coliseo, que estaba abierto para todo el mundo".
Por eso ellos han abierto las puertas del Marco Polo durante la pandemia y colaboran como pueden con la Comunidad de Sant'Egidio. "Sus voluntarios ayudan con sus profesiones, sean médicos o abogados. Yo que soy hotelero he ofrecido este espacio. No soy mejor que otros, solo diferente", dice Diego D'Amario.
Está satisfecho de que la idea del Marco Polo haya despertado "otras buenas acciones" a partir de la "publicidad involuntaria" que ha logrado su historia, como la de la pastelería que dona bollos para los desayunos de los huéspedes cada mañana.
También están los abogados que les acompañan de forma gratuita para gestionar ayudas o la empresa que ha donado separadores para darles privacidad.
La nueva situación del Marco Polo es de "carácter transitorio", como remarca D'Amario: "Somos un hotel turístico y esperamos que este nuevo año nos devuelva poco a poco a la normalidad. Obviamente nosotros no podemos ser una solución definitiva".
Mientras tanto, abrir las puertas del Marco Polo a personas en situaciones de dificultad ha permitido a este hotel aguantar durante la crisis y servir de inspiración para otras muestras de solidaridad.
Toni Conde Molina