WASHINGTON (AP) — No puedo dejar de ver los videos.
Son muchos y cada uno ofrece nuevas pistas acerca de lo que sucedió en el Congreso de Estados Unidos. Miles de sublevados afuera que piden una revolución. Imágenes de vidrios rotos y reliquias destrozadas. Mis propios videos del caos en la Cámara de Representantes. Y, desde ya, el heroico policía del Capitolio que resistió el avance de la turba hacia el Senado, conteniéndola en una escalera que yo usé tantas veces.
A lo largo de la última semana, revisé esas imágenes una y otra vez, silenciando los videos si mis hijos estaban cerca, deteniéndolos y haciéndolos retroceder. Buscando nuevos datos.
Sigo sin poder creer lo que pasó. Pero sucedió, y los videos son una prueba aterradora de ello.
Quiero compaginarlo todo para comprender mejor mi propia experiencia el día en que cientos de partidarios de Donald Trump tomaron por asalto el Capitolio para protestar su derrota en las elecciones. En ese momento estuve convencida de que no me pasaría nada a pesar de que me tuve que tirar al piso en un balcón alto de la cámara baja, junto con legisladores y otros periodistas.
Ahora está claro que los sublevados estuvieron cerca de quebrar la resistencia en tres puertas de la Cámara de Representantes. Debajo, en la entrada principal, veíamos cómo la policía los frenaba colocando muebles en la puerta, como si fuera una barricada, gritando arma en mano. Lo que no sabíamos es que del otro lado de la cámara, los revoltosos estaban rompiendo las puertas de vidrio de la antesala de las oficinas de la presidenta de la cámara, un sitio donde se reúnen habitualmente legisladores y periodistas. Escuchamos un disparo de un policía para dispersar la turba. Ese disparo mató a una mujer.
La policía finalmente pudo sacarnos del balcón, guiándonos apresuradamente por la escalera principal. Vimos al pasar al menos seis sublevados tirados en el piso y agentes apuntándoles con sus armas. Parecía que habían llegado cerca de la zona donde estábamos nosotros.
Tan solo una hora antes, mientras circulaban por televisión las primeras imágenes de la turba afuera del Congreso, mi madre me envió un mensaje de texto pidiéndome que me cuidase. Le dije que estaba sentada en el balcón, viendo la sesión legislativa en la que se contaban los votos electorales.
“Ese es probablemente el sitio más seguro en Washington en estos momentos”, me respondió ella. Y no lo decía en broma.
Pensé lo mismo hasta que escuché los golpes en la puerta de la sala de la Cámara de Representantes. Llevo 20 años cubriendo intermitentemente el Capitolio y siempre me sentí segura. Pensaba que, si sucedía algo, habría medidas bien pesadas para resolver cualquier incidente. Se trata del Congreso. Una fortaleza. La sede del gobierno estadounidense. No había dudas.
Pero esa seguridad que sentía se diluyó el miércoles pasado, a medida que los sublevados se acercaban al salón de la Cámara de Representantes.
¿Cómo puede suceder esto? Todos se preguntaban lo mismo. Era impensable.
En los días siguientes, miré cantidad de videos, muchos de ellos filmados por los propios sublevados. Analicé los detalles más mínimos de una jornada en la que mi esposo, también periodista de otra publicación, se encontraba en otro sector del Capitolio. Sus fotos, igual que las mías, son estremecedoras.
Las imágenes de nuestros teléfonos muestran la cronología de los hechos.
A las 2.20 p.m. mi esposo filmó sublevados tratando de penetrar la puerta principal del sector oriental del Capitolio. No había policías a mano. A las 2.33 p.m., ya en otro sector, filmó a sublevados que recorrían el Salón de las Estatuas, camino a la cámara baja. Había dos policías que caminaban en sentido contrario. A las 2.37 p.m., mi teléfono tomó una foto de legisladores colocándose máscaras antigás. Dos minutos después, tengo un video de los representantes saliendo de la cámara. A las 2.42 p.m. filmé escenas desde otro ángulo del balón al que nos habían corrido a los que quedábamos y me asomé para captar al personal armado debajo nuestro. A las 2.50 p.m. tengo un video que no recordaba haber tomado con escenas caóticas cuando nos sacaban de la cámara.
Trato de enfocarme en las cosas positivas, en la gente que ayudó. Ninguno de nosotros resultó herido en el salón de la Cámara de Representantes ni en el Senado, donde colegas de AP fueron evacuados cuando los sublevados subían las escaleras. El personal de prensa del Congreso actuó con rapidez y nos sacó pronto.
De todos modos, me entristece que ya no nos sentiremos tan seguros como antes en el Capitolio, ni nosotros ni mi país.
Volveré pronto y la seguridad será muchos más estricta. Pero el Congreso ya no es el sitio más seguro en Washington.